Por Yara Hawari para Al Shabaka
El actual levantamiento palestino contra el régimen colonial de asentamientos israelíes en la Palestina colonizada no comenzó en Sheikh Jarrah, el barrio palestino de Jerusalén cuyos residentes se enfrentan a una inminente limpieza étnica. Aunque la amenaza de la expulsión de estas ocho familias ciertamente catalizó esta movilización popular masiva, el actual levantamiento es, en última instancia, una articulación de una lucha palestina compartida tras más de siete décadas de colonialismo sionista.
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Estas décadas se caracterizaron por los continuos desplazamientos forzados, el robo de tierras, el encarcelamiento, la subyugación económica y la brutalización de los cuerpos palestinos. Los palestinos también fueron sometidos a un proceso deliberado de fragmentación, no sólo geográficamente —en guetos, bantustanes y campos de refugiados— sino también social y políticamente. Sin embargo, la unidad presenciada en los últimos dos meses, cuando los palestinos de toda la Palestina colonizada y de otros lugares se movilizaron en una lucha compartida con Sheikh Jarrah, desafiaron esta fragmentación, para sorpresa tanto del régimen israelí como de los dirigentes políticos palestinos. De hecho, no se había visto en décadas una movilización popular a esta escala, ni siquiera durante la administración Trump, que supervisó el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, los acuerdos de normalización entre Israel y varios estados árabes, y la mayor aceleración de las prácticas sionistas de colonización.
Más allá de la movilización en las calles, los palestinos utilizaron formas creativas de resistencia contra su sometimiento. Esto incluye la revitalización de las campañas de base para salvar los barrios palestinos de Jerusalén de la destrucción y la limpieza étnica, la perturbación de la economía del régimen israelí y el compromiso continuo de un mundo globalizado con mensajes claros que exigen libertad y justicia para los palestinos.
Jerusalén: Un catalizador para la unidad
Como en tantas comunidades palestinas, los residentes de Sheikh Jarrah llevan décadas enfrentándose a expulsiones y limpiezas étnicas continuas e inminentes. De hecho, los palestinos de Sheikh Jarrah llevan mucho tiempo librando batallas legales contra el régimen israelí en un intento de evitar la expulsión, que serviría al objetivo final de Israel de la judaización total de Jerusalén.
A finales de abril de 2021, el Tribunal de Distrito de Jerusalén rechazó los recursos de los residentes de Sheikh Jarrah contra lo que los tribunales denominan “desalojo” de ocho familias palestinas, ordenando que abandonen sus hogares antes del 2 de mayo de 2021. Al rechazar esta orden, las familias se volcaron en la campaña popular “Salvemos a Sheikh Jarrah” para proteger el barrio de la limpieza étnica. La campaña, que se popularizó recientemente a través de las redes sociales, atrajo tanto la participación local masiva como la atención internacional, sobre todo porque resume la experiencia palestina de desposesión. Como resultado, dio impulso a otras campañas para ‘salvar’ de la limpieza étnica y la colonización a barrios de toda la Palestina colonizada, como Silwan, Beita y Lifta.
Durante los dos últimos meses, los palestinos de toda la Palestina colonizada protestaron compartiendo la lucha con Sheikh Jarrah, incluidos los palestinos con ciudadanía israelí en ciudades como Haifa, Jaffa y Lydd. Estas protestas y manifestaciones fueron recibidas con una violenta represión por parte del régimen israelí, una reacción que no es inédita ni inesperada. De hecho, durante la Segunda Intifada, 13 ciudadanos palestinos fueron asesinados en las protestas por las fuerzas del régimen israelí en la represión más mortífera desde el Día de la Tierra de 1976. A lo largo de este levantamiento en curso, la violencia de las fuerzas del régimen fue acompañada de turbas de colonos israelíes armados que atacaron y lincharon a ciudadanos palestinos, y asaltaron y destruyeron hogares, vehículos y negocios palestinos.
Sin embargo, fueron los varios días de protestas en el recinto de la mezquita de Al Aqsa los que dominaron los medios de comunicación internacionales, sobre todo porque este fue el lugar de las exitosas protestas masivas de 2017 contra las barreras electrónicas colocadas en la entrada del recinto. Estas últimas protestas, a mediados de mayo, también fueron respondidas con una violenta represión por parte de las fuerzas de seguridad israelíes que irrumpieron en el recinto, hiriendo a cientos de fieles palestinos con balas de goma, botes de gas y granadas de aturdimiento.
Como resultado de este ataque y de los continuos intentos de limpieza étnica del régimen israelí en la Jerusalén palestina, el gobierno de Hamás en Gaza, tomó represalias con cohetes dirigidos a la ciudad. Israel respondió con más de diez días de intensos bombardeos sobre Gaza, que acabaron matando a 248 palestinos, entre ellos 66 niños. A pesar de las afirmaciones del régimen israelí de que sólo apuntaba a la infraestructura militar de Hamás, se destruyeron infraestructuras civiles vitales, edificios residenciales enteros e incluso torres de medios de comunicación. La jefa de derechos humanos de la ONU, Michelle Bachelet, declaró que estos bombardeos sobre Gaza pueden constituir crímenes de guerra.
Desbaratando la economía del régimen israelí
Mientras Gaza era atacada, la movilización popular en el resto de la Palestina colonizada continuaba. El 18 de mayo, los palestinos convocaron a una huelga general en lo que podría considerarse una de las mayores muestras de unidad colectiva en años. Pronto fue adoptada por el Alto Comité de Seguimiento de los Ciudadanos Árabes de Israel y, posteriormente, por la Autoridad Palestina (AP) en Cisjordania. Pero fueron los actores de base los que tomaron el control de la narrativa a través de varias declaraciones en árabe e inglés que pedían una amplia participación y apoyo internacional: “Lanzada desde Jerusalén y extendida por todo el mundo, pedimos su apoyo para mantener este momento de resistencia popular sin precedentes”, decía una de las declaraciones.
La huelga se organizó en respuesta a los ataques a Gaza y a la lucha en las calles de Jerusalén. Contó con una amplia participación y fue especialmente importante para los palestinos con ciudadanía israelí, que reiteraron una vez más su conexión con los palestinos de Gaza y Jerusalén y su lucha compartida con ellos. Pero también fue una táctica de perturbación efectiva de la economía israelí. Con un 20% de la población de Israel, los palestinos con ciudadanía israelí constituyen una gran parte de la mano de obra; el 24% de las enfermeras y el 50% de los farmacéuticos de Israel, por ejemplo, son palestinos.
El sector de la construcción israelí también está formado en su mayoría por palestinos, predominantemente de Cisjordania, pero también por ciudadanos palestinos de Israel. El día de la huelga participaron casi todos los trabajadores manuales, lo que supuso la paralización total del sector durante todo un día. Los sindicatos palestinos también se unieron antes de la huelga y pidieron a los sindicatos internacionales que se solidaricen con ellos y actúen contra la opresión israelí. Este tipo de acción fue demostrada por los estibadores del puerto italiano de Livorno, que se negaron a cargar armas y explosivos israelíes en los barcos unos días antes de la huelga y declararon: “El puerto de Livorno no será cómplice de la masacre del pueblo palestino”.
Las protestas continuaron en los días siguientes a la huelga, aunque a menor escala y con menos atención mediática. No obstante, el paro encendió una chispa y el enfoque en la opresión económica se convirtió en un tema movilizador. Aprovechando el éxito de la medida, varias semanas después se anunció una campaña para promover el poder adquisitivo de los palestinos. Bautizada como ”Semana Económica Palestina”, el evento subrayaba que, a pesar del asfixiante control económico que el régimen israelí ejerce sobre los palestinos, éstos siguen teniendo un poder adquisitivo colectivo. Esta retórica recuerda especialmente a la Primera Intifada, en la que medidas populares como el movimiento cooperativo y el llamamiento a boicotear los productos israelíes desafiaron la subordinación económica y la dependencia del régimen israelí.
El proyecto sionista de colonización sometió deliberadamente a la economía palestina, que quedó destrozada con la fundación del Estado israelí en 1948 y la posterior ocupación de las tierras palestinas. Al conquistar la mayor parte de los sectores productivos y agrícolas, el régimen sionista excluyó a los palestinos de la mayoría de los ámbitos de la nueva economía. Esta situación se extendió a Cisjordania y Gaza tras la guerra de 1967, que puso a estos territorios bajo la ocupación militar israelí.
Una serie de acuerdos de ‘paz’ durante los Acuerdos de Oslo de principios de la década de 1990, sometieron a los palestinos a una mayor subyugación económica, entregando efectivamente el control directo e indirecto de la economía palestina al régimen israelí. Los acuerdos también profundizaron la fragmentación social de los palestinos en Cisjordania y Gaza. Aunque algunos afirmaron que los protocolos económicos traerían prosperidad económica para todos, en realidad alimentaron el clientelismo capitalista palestino, afianzando aún más la brecha de riqueza y las divisiones de clase en la sociedad.
La “Semana Económica Palestina” fomentó diversas actividades en toda la Palestina colonizada —desde Haifa hasta Ramallah y más allá— para promover los productos locales palestinos frente a los israelíes, que monopolizaron el mercado con su abundancia y sus precios competitivos. De este modo, la Semana Económica Palestina planteó una noción más holística de la dominación colonial como entrelazada con el capitalismo, en la que la liberación económica es un aspecto clave de la lucha de liberación nacional más amplia.
Comprender la unión en la Intifada de la Unidad
Tras el alto al fuego del 21 de mayo entre Israel y Hamás, la atención de los medios de comunicación internacionales se desvió del levantamiento, y los inevitables debates sobre la reconstrucción de Gaza dominaron desde entonces el ciclo de noticias. Sin embargo, a pesar de la destrucción masiva y las bajas en Gaza, muchos palestinos consideraron el resultado como una victoria de Hamás.
Aún así, es importante destacar que el levantamiento, que comenzó antes del bombardeo de Gaza, va más allá de Hamás y de su relato de victoria. Como señaló un compañero palestino en Gaza: “Esta vez, se sintió diferente en Gaza. Esta vez, sentíamos que no estábamos solos”. De hecho, dada la movilización masiva en toda la Palestina colonizada y el renacimiento de las conexiones de base frente a la fragmentación forzada, este nuevo levantamiento fue bautizado como la ‘Intifada de la Unidad’.
Alrededor del momento de la huelga, se publicó en Internet un manifiesto titulado “El Manifiesto de la Dignidad y la Esperanza de la Intifada de la Unidad”, en el que se exponía el rechazo a esta fragmentación forzada:
“Somos un solo pueblo y una sola sociedad en toda Palestina. Las turbas sionistas desplazaron por la fuerza a la mayoría de nuestro pueblo, robaron nuestras casas y demolieron nuestros pueblos. El sionismo se empeñó en desgarrar a los que se quedaron en Palestina, en aislarnos en zonas geográficas seccionales y en transformarnos en sociedades diferentes y dispersas, para que cada grupo viva en una gran prisión separada. Así es como el sionismo nos controla, dispersa nuestra voluntad política y nos impide una lucha unida contra el sistema colonial de asentamientos racistas en toda Palestina.”
El manifiesto continúa detallando los distintos fragmentos geográficos del pueblo palestino: la ‘prisión de Oslo’ (Cisjordania), la ‘prisión de la ciudadanía’ (tierras ocupadas en 1948), el brutal asedio de Gaza, el sistema de judaización de Jerusalén y los exiliados permanentes. La imposición de esta geografía colonizada en Palestina, caracterizada por muros de hormigón, puestos de control, comunidades de colonos cerradas y alambradas, dejó a los palestinos viviendo en fragmentos separados y aislados unos de otros.
Como señala el manifiesto, esto no sucedió de forma inevitable o al azar. Más bien, esta política deliberada de ‘divide y vencerás’ fue aplicada por el régimen sionista para socavar la lucha anticolonial palestina unida. Pero los palestinos no fueron pasivos. A lo largo de los años, muchos grupos de base se esforzaron por desbaratar la fragmentación, incluyendo varios movimientos de protesta de los jóvenes como la demanda de 2011 de unidad política entre Cisjordania y Gaza, las manifestaciones de 2013 contra la política israelí de limpieza étnica de los beduinos en el Naqab, y la campaña para levantar las sanciones impuestas por la AP a Gaza.
Más recientemente, las mujeres palestinas crearon Tal’at un movimiento feminista radical que busca, entre otras cosas, trascender esta división geográfica y afirmar que la liberación palestina es una lucha feminista. Esta última articulación de la unidad palestina es consecuencia de estos continuos esfuerzos por revitalizar una lucha palestina compartida.
Sin embargo, gran parte del discurso internacional no lo reconoció. De hecho, la violencia que se está produciendo en los territorios desde 1948 se califica a menudo, de forma engañosa, como violencia intercomunitaria al borde de una guerra civil entre judíos y árabes, un marco que separa claramente a los ciudadanos palestinos de Israel de los palestinos de Gaza y Jerusalén. Esta valoración no describe la realidad del apartheid, en el que los judíos israelíes y los ciudadanos palestinos de Israel viven totalmente separados y en desigualdad.
En efecto, esto hereda una tendencia de décadas de referirse a los palestinos con ciudadanía israelí como ‘árabes israelíes’ en un intento de desconectarlos de su identidad palestina. En el mejor de los casos, su situación se presenta en la corriente dominante como el caso inusual de un grupo minoritario que se enfrenta a la discriminación por parte de la mayoría judía, en lugar de como los supervivientes autóctonos de la limpieza étnica de 1948 que siguen resistiendo al borrado por parte de los colonos. El hecho de que no se reconozcan las últimas protestas en los territorios de 1948 como una parte distinta de un levantamiento palestino mayor y unido, es especialmente notable si se tiene en cuenta su estética; la mayoría de las manifestaciones se caracterizaron por un mar de banderas palestinas y el sonido de cánticos claramente palestinos.
También Gaza fue lentamente desconectada de la lucha palestina por estos discursos dominantes, discutida como una cuestión totalmente separada de la del resto de la Palestina colonizada. La mayoría de las veces, los continuos bombardeos del régimen israelí se explican como una guerra entre Israel y Hamás, una narración distorsionada que desvirtúa deliberadamente el hecho de que Gaza es, en realidad, el eje de la lucha palestina, como sostiene Tareq Baconi.
Unidad contra todo pronóstico
Si bien el alcance de la movilización y el ámbito de la participación popular presenciados en las últimas semanas fueron impresionantes, el coste de este levantamiento fue, y sigue siendo, elevado. Además de la brutalidad en Gaza, los palestinos de otros lugares de la Palestina colonizada fueron objeto de una violencia brutal y de detenciones. En las últimas semanas, en el marco de la operación de ‘ley y orden’ del régimen israelí, se detuvo a miles de ciudadanos palestinos de Israel, la mayoría de los cuales son hombres jóvenes de clase trabajadora. El régimen israelí utiliza estas detenciones masivas como una forma de castigo colectivo para intimidar y atemorizar a las comunidades palestinas.
En Cisjordania, la AP sigue empeñada en la coordinación de la seguridad con el régimen israelí, y detuvo a varios activistas implicados en las protestas. El arresto de activistas políticos, especialmente de aquellos que critican a la AP, no es nueva; sigue un patrón de represión política tanto en Cisjordania como en Gaza. De hecho, el 24 de junio de 2021, las fuerzas de seguridad de la AP detuvieron y golpearon hasta la muerte a Nizar Banat, un conocido activista y crítico con el régimen. Desde entonces, estallaron manifestaciones en toda Cisjordania pidiendo el fin del gobierno del presidente de la AP, Mahmud Abbas. Las protestas fueron respondidas con violencia y represión brutales, aunque este comportamiento no es sorprendente. La AP tiene fama de abusar de su poder mediante este tipo de intimidación violenta.
La AP, dominada por Al Fatah en Cisjordania, se vio totalmente marginada a lo largo del levantamiento, sobre todo ante el relato de la victoria de Hamás. Sin embargo, este levantamiento muestra algo más que la creciente irrelevancia de la AP y la lucha por la legitimidad y el poder entre los dos partidos palestinos dominantes. Demostró que el liderazgo popular y descentralizado puede desarrollarse de forma orgánica y al margen de las instituciones políticas corruptas. También da cuenta de que los palestinos están ávidos de una movilización unificada.
El impulso de la revuelta continúa, y el sentimiento de unidad aumenta a pesar de la disminución de la atención mediática e internacional. En efecto, algo cambió: Los palestinos están reclamando una narrativa y una lucha compartidas desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo. Al hacerlo, están reconociendo que se enfrentan a un único régimen de opresión, aunque se manifieste de diferentes maneras en las fragmentadas comunidades palestinas. En última instancia, al igual que los anteriores, este levantamiento reitera que el pueblo es el lugar de poder a través del cual debe lograrse y se logrará la liberación palestina.
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N.d.T.: El artículo original fue publicado por Al Shabaka el 29 de junio de 2021.
Yara Hawari es la analista principal de Al Shabaka: The Palestinian Policy Network. Se doctoró en Política de Oriente Medio en la Universidad de Exeter, donde impartió varios cursos de licenciatura y sigue siendo investigadora honoraria. Además de su trabajo académico, centrado en los estudios sobre los pueblos originarios y la historia oral, es una comentarista política habitual que escribe para varios medios de comunicación, como The Guardian, Foreign Policy y Al Jazeera English.