Por Michael Arnold para Al Bawaba
Tras el fracaso en la formación de un gobierno encabezado por Saad Al Hariri, la atención se centra ahora en la cuestión de quién lo sustituirá en medio de circunstancias sociales y económicas cada vez más desesperantes.
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En los nueve meses transcurridos desde que Saad Al Hariri regresó a la escena política libanesa como Primer Ministro designado, tras la dimisión de Hassan Diab a raíz de la devastadora explosión del puerto de Beirut, la situación socioeconómica y política del Líbano entró en una espiral descendente a un ritmo de aceleración aparentemente exponencial.
Con la lira libanesa a 21.150 por dólar, y con más del 50% de la población viviendo por debajo de la línea de pobreza, las perspectivas de conseguir incluso algún tipo de ayuda a corto plazo son cada vez más desalentadoras.
Desde la dimisión de Diab, el 8 de agosto de 2020, hasta el anuncio de Hariri de que las consultas parlamentarias habían llegado a su punto final tras nueve meses de negociaciones estériles y, en última instancia, sin sentido, para los libaneses fue un año perdido en medio de lo que el Banco Mundial calificó como una de “las peores crisis económicas que vio el mundo en los últimos 150 años”.
En todo esto, lo que está claro es que al país le espera un largo y difícil entreacto hasta las próximas elecciones y que, a pesar de las afirmaciones que dicen lo contrario, el espectro de Hariri no va a desaparecer pronto.
¿Por qué dimite ahora Hariri?
La negativa del presidente libanés, Michel Aoun, y de Gebran Bassil —yerno del presidente y líder del Movimiento Patriótico Libre— a plegarse a las condiciones de Hariri traspasó posiblemente una línea roja en la política libanesa. Al negarse a aceptar las condiciones de la figura política suní más poderosa del país, la probabilidad de que puedan conjurar un gabinete funcional bajo una figura suní de su elección es prácticamente nula.
Un elemento importante en el fracaso de la formación de un gobierno es que Aoun rechazó repetidamente los nombres propuestos por Hariri. La Constitución libanesa es imprecisa en cuanto al grado de influencia del Presidente en el nombramiento de los ministros del gabinete, algo que fue muy explotado por ambas partes en la disputa.
Aoun insiste en que tiene la prerrogativa de opinar en igualdad de condiciones sobre la configuración de cualquier posible gobierno. Su entorno interpreta que la Constitución otorga al Presidente una autoridad que va mucho más allá de la mera aprobación pasiva de las opciones del Primer Ministro designado.
El entorno de Hariri, y los principales actores de la comunidad política suní, creen que el Primer Ministro designado tiene la prerrogativa de formar el gobierno según sus deseos y, aunque reconocen tácitamente que el Presidente tiene derecho a pedir cambios aquí y allá, la Constitución no le otorga la autoridad de formar un gobierno de facto al rechazar repetidamente la alineación propuesta.
Por el momento, no está claro quién podría suceder a Hariri como Primer Ministro designado, aunque se barajaron varios nombres, como el ex Premier Najib Mikati y el ex ministro del gabinete, Faisal Karami.
Sin embargo, es probable que Hariri crea que Aoun y Bassil buscaban deliberadamente socavar sus esfuerzos dada su continua rivalidad política y, a veces, muy personal.
El Movimiento del Futuro de Hariri, el principal partido político suní en el panorama político sectario del Líbano, dijo que no nombrará a ningún nuevo candidato, lo que no hace sino aumentar la incertidumbre política del país.
Además, sigue siendo poco probable que cualquier figura legítima de la comunidad suní, de la que debe seleccionarse el Primer Ministro del Líbano, presente condiciones lo suficientemente diferentes como para superar el actual estancamiento.
En última instancia, los únicos candidatos que ofrecerán Aoun y Bassil serán avatares de Hassan Diab —el actual Primer Ministro interino del país— y carecerán de legitimidad ante la clase política suní.
Como muestra de la influencia que seguirá ejerciendo Hariri en la política libanesa, su negativa a respaldar plenamente a quien sea nombrado en su reemplazo hará casi imposible encontrar un candidato que tenga una posibilidad realista de formar un gobierno que pueda, como mínimo, empezar a abordar los retos más imperiosos del país a corto plazo.
Además, sigue existiendo la posibilidad de que Hariri trate de obstruir deliberadamente el proceso de formación de gobierno para seguir adelante, en busca de influencia para las elecciones previstas para la próxima primavera.
En el improbable caso de que Hariri respalde sinceramente la elección del Parlamento para sucederle, la probabilidad de que se desvíe lo suficiente de la línea de Hariri como para superar la obstrucción que suponen Aoun y Bassil es efectivamente nula, ya que de lo contrario Hariri no los respaldaría en primer lugar.
Como si la situación en el Líbano pudiera empeorar, el probable fracaso a la hora de nombrar rápidamente un sustituto razonable y legítimo para Hariri supondrá inevitablemente una mayor desestabilización del país y sentará las bases para que los poderes políticos aprovechen las tensiones sectarias en un esfuerzo por asegurar el apoyo de sus respectivas bases políticas en lo que tiene el potencial de ser una peligrosa escalada.
Por supuesto, los que más van a sufrir son los libaneses. La ausencia de gobierno, o de un gobierno con posibilidades razonables de avanzar en las cuestiones clave, significa que no hay progresos en las reformas económicas, lo que a su vez significa que no hay ayuda de la comunidad internacional.
El ‘nudo gordiano’ de la dinámica local-regional del Líbano
En el Líbano, la situación interna está estrechamente relacionada con la dinámica regional. Aunque no se implicó públicamente en el conflicto Hariri-Aoun/Bassil, se entiende que Hariri confiaba en que Hezbolá utilizara su influencia frente a Aoun y Bassil para facilitar el proceso de formación del gabinete.
Sin embargo, varios factores internos y regionales lo hicieron casi imposible, entre ellos la falta de voluntad del partido de arriesgarse a entrar en conflicto con el Presidente o su yerno, por algo que estos dos últimos consideraron claramente como políticamente vital.
La conclusión es que Hezbolá no estaba ni está dispuesta a desafiar a un Presidente que sigue proporcionando una importante cobertura a las armas de Hezbolá y, en última instancia, a sus actividades regionales, especialmente en un entorno en el que el partido es el que más tiene que perder de todos los principales actores políticos del Líbano.
Con el ascenso de Hezbolá, y por tanto de Irán, los tradicionales patrocinadores financieros y políticos de Líbano en los países del Golfo desconfían de prestar apoyo a un Estado en el que los aliados de Irán tienen claramente la batuta.
El 18 de julio, el antiguo editor en jefe del periódico saudí Asharq Al Awsat escribió un artículo de opinión en el que pedía a Aoun que siguiera los pasos de Hariri y dimitiera. Como parte de su crítica, escribió: “La posición árabe y del Golfo es racional y lógica. ¿Por qué van a seguir apoyando a un Estado que no lo es […] y que sólo es una tierra secuestrada por las armas del Hezbolá iraní? […] ¿Por qué Irán no apoya al Líbano y sólo apoya a Hezbolá?”
Al igual que Aoun, Hariri también dio cobertura internacional a Hezbolá, lo que provocó tensiones con Riad en particular. Sin embargo, sus estrechas conexiones con el mundo árabe suní en general y sus buenas relaciones con Francia y Estados Unidos hacen que Hezbolá quiera mantenerlo políticamente fuera de balance.
Además, cuando se habla de la sustitución de Aoun, Hezbolá podría desear que Bassil se convirtiera en Presidente por encima de la siguiente figura más probable, Suleyman Franjieh. Franjieh es cercano al sirio Bashar Al Assad y la presidencia de Franjieh significaría probablemente el regreso a un papel más importante en Líbano, en gran medida a expensas de Irán. Como escribió recientemente Michael Young, de Carnegie Middle East, en un artículo de opinión para el National: “Para Hezbolá, cualquier cosa que disminuya el dominio de Irán en Líbano es inaceptable. Así que el partido probablemente considera a Siria como un rival potencial, que tiene la ventaja de contar con sus propios simpatizantes sobre el terreno. Eso puede explicar por qué Hezbolá se mostró tan reacio a presionar a Aoun y a Bassil para que formaran un nuevo gabinete”.
En cualquier caso, como señalaron repetidamente numerosos analistas, periodistas, académicos, activistas y miembros de la sociedad civil libanesa, incluso antes de que la actual crisis llegara en 2019, nada sustancial cambiará en el país mientras el sistema actual esté en vigor. El propio sistema es la causa última de la crisis y, por lo tanto, no se puede arreglar con él.
A corto plazo, el país necesita desesperadamente un gobierno que pueda, como mínimo, desbloquear la prometida ayuda internacional que proporcionaría algún apoyo. A largo plazo, es necesario inyectar una nueva sangre política en el sistema actual para iniciar su transformación.
Se trata de un enfoque sistemático del cambio, no de la revolución, como demuestra la reciente victoria electoral de Aaref Yassine como presidente de la Orden de Ingenieros y Arquitectos, una victoria clara y decisiva de una coalición de grupos de la oposición sobre los partidos gobernantes del Líbano.
La única esperanza real a largo plazo de que Líbano salga de su actual dilema reside precisamente en la capacidad de movilización efectiva de la nueva sangre política. Mientras tanto, Hariri, Aoun, Bassil, Hezbolá y los demás seguirán priorizando sus propios intereses sobre los de su pueblo.
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Michael Arnold escribe sobre la historia del pensamiento islámico y la política e historia del Oriente Medio moderno. Es candidato a doctor en Historia Árabe y de Oriente Medio en la Universidad Americana de Beirut. Residente en Estambul, trabaja actualmente como investigador adjunto en el Centro de Investigación de TRT World.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Al Bawaba el 23 de julio de 2021.