Por Malia Bouattia para The New Arab
En todo el mundo, seis mujeres son asesinadas cada hora por hombres. Durante la crisis de COVID-19, las cifras de mujeres que se enfrentaron a la violencia sexual y física aumentaron incluso con más fuerza, según las Naciones Unidas.
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En Argelia, la realidad no es diferente. Durante la pandemia, los niveles de violencia sufridos por las mujeres hicieron saltar la alarma en toda la sociedad. La organización Féminicides Algérie registró 75 asesinatos de mujeres en 2019, 54 en 2020 y ya nueve en lo que va de año. Además, el gobierno registró 7.000 denuncias por violencia hacia las mujeres el año pasado. Es probable que la realidad sea mucho peor, dado que la violencia doméstica no suele denunciarse de forma generalizada.
La trágica muerte de Chaima, de 19 años, desató el año pasado la indignación en toda Argelia. La joven fue golpeada, violada y asesinada, y su cuerpo fue quemado y abandonado en una gasolinera desierta en la ciudad de Thenia. Su asesino era conocido por la policía porque ella había presentado una denuncia oficial contra él después de que la violara cuando aún era menor de edad, en 2016. No se tomó ninguna medida. Sin embargo, cumplió unos años de prisión, por cargos no relacionados.
La madre de Chaima afirma que el hombre siguió acosando a su hija incluso después de su liberación. La falta de protección para la joven por parte de las instituciones estatales, provocó que muchas mujeres del país protesten y organicen sentadas en las principales ciudades, como Argel y Orán. En las redes sociales, muchas expresaron su rabia con la etiqueta #JeSuisChaima (Yo soy Chaima) por la continua injusticia para las afectadas por la violencia de género.
En los últimos meses se produjeron otros casos destacados en Argelia. Tinhinane Laceb, presentadora de 39 años de TV4 Tamazight y madre de dos niñas, fue asesinada por su marido maltratador en enero. A medida que la lista sigue aumentando, también lo hace la indignación de la opinión pública por los fallos de las instituciones estatales a la hora de abordar la violencia contra las mujeres.
Mientras el régimen argelino se limita a pedir a sus ciudadanos que se acojan a la legislación vigente que penaliza el acoso sexual y la violencia doméstica, las manifestaciones contra el femicidio que recorrieron el país demuestran que el pueblo está lejos de estar satisfecho. Ni siquiera las restricciones relacionadas con el COVID19 impidieron que cientos de personas salieran a la calle exigiendo justicia.
El hecho de que haya sido necesario esperar hasta 2015 para que se introduzcan en Argelia leyes concretas que penalicen la violencia doméstica ya dice mucho. Además, el alcance de los abusos que ‘abordan’ es muy limitado.
Como identifica la Dra. Dalia Ghanem, “la ley se aplica sólo a los cónyuges y ex cónyuges que viven en la misma o distinta residencia, pero no se aplica a los parientes, las parejas no casadas u otros miembros del hogar. Las disposiciones sobre la agresión y la violencia psicológica o económica no se aplican a las personas que mantienen relaciones íntimas no matrimoniales, ni a los miembros de la familia o del hogar”.
Los argelinos siguen rechazando el statu quo, sobre todo desde el levantamiento de Hirak de 2019, incluso en cuestiones de liberación de la mujer.
Además, el papel altamente visible de las mujeres en el movimiento también creó respuestas a la violencia de género y aumentó su confianza para organizarse, hablar y luchar. Las manifestaciones semanales, que tuvieron lugar durante más de dos años, capacitaron a muchas mujeres para protestar por sus condiciones en toda la sociedad.
Por ejemplo, tras la muerte de Chaima, las actrices argelinas lanzaron una campaña contra los femicidios en pos de movilizar al país para acabar con la violencia hacia las mujeres. Asimismo, las activistas feministas Narimene Mouaci Bahi y Wiame Awres tomaron cartas en el asunto y lanzaron el sitio web independiente Féminicides Algérie, que registra el número de asesinatos que las instituciones gubernamentales de la región contabilizaron.
Las cofundadoras plantean que estas muertes “no vienen de la nada”. Señalan que el femicidio es “el resultado de la violencia institucional y social normalizada, y quizás incluso fomentada y sostenida”.
Hace tiempo que se considera que el Estado no sólo es ineficaz en lo que respecta a la violencia contra las mujeres en Argelia, sino que es un culpable clave de facilitarla. Las terribles experiencias de muchas mujeres que fueron objetivo y utilizadas como armas políticas por el Estado durante la guerra civil de los años 90, todavía advierten a las mujeres que están solas.
Los asesinatos durante la ‘década oscura’ de quienes defendieron la liberación de la mujer dejaron una cicatriz duradera, que demostró a cualquiera que aún albergue ilusiones al respecto, que ninguna de las instituciones existentes está capacitada para —o siquiera interesada— en protegerlas, y mucho menos en promover sus derechos.
Da la sensación de que el trauma que dejó debilitados a tantos argelinos sólo empezó a curarse recientemente, cuando los jóvenes reclamaron por su futuro a través de las protestas del Hirak. Las mujeres de todas las generaciones estaban en primera línea, en todos los pueblos y ciudades, gritando, llorando, coreando y cantando por una alternativa radical y el fin de un sistema que las explota, permite la violencia y refuerza el patriarcado.
“Las mujeres siempre protestaron, ya sea durante la guerra o después, siempre estuvieron ahí”, nos recuerda la difunta Nabila Djahnine. Fue la presidenta del grupo de mujeres bereberes, asesinada por su activismo en 1995.
Su legado sirve de recordatorio a las mujeres argelinas, y de advertencia al régimen, de que incluso en tiempos de mayor violencia y represión, las mujeres siempre se levantarán contra la opresión.
Muchas mujeres argelinas recuerdan y se apoyan en las lecciones de quienes las precedieron, de las generaciones anteriores que construyeron sus vidas y se mantuvieron firmes contra la opresión en las circunstancias más difíciles.
Personalmente, sigo apreciando las lecciones que me dejó mi tía Nejma, que abordó la vida sin miedo. Lo hizo a pesar de haber sido testigo de décadas donde se intentó reprimir e incluso eliminar a las mujeres argelinas, primero a manos del colonialismo francés y luego a manos del régimen.
Sabía que nunca debía confiar en ninguna ley o institución que proteja o sirva a sus intereses, y siempre tomaba el asunto en sus manos. Mi tía vio de primera mano que las reformas de arriba a abajo no servían de nada sobre el terreno. Nos empujó a mis hermanas y a mí a conocer y a exigir nuestros derechos, a buscar siempre el conocimiento del mundo en el que vivimos, a negarnos a aceptar que las cosas no pudieran cambiarse y a no retroceder nunca ante una lucha moral.
También nos enseñó que los hombres nos decían, a menudo e incluso en nuestra propia familia, que aceptáramos el orden actual de las cosas. Que ciertas cosas no podían cambiarse. Que debíamos ser realistas. Ella se reía en su cara y seguía construyendo el mundo que quería habitar a través de sus acciones diarias. Nos enseñó a hacer lo mismo.
La célebre escritora argelina Assia Djebar declaró una vez: “Soy feminista porque soy argelina”. Sé lo que quería decir. Soy feminista porque mi tía Nejma me enseñó que no debe haber límites a lo que una mujer puede hacer. Si esos límites se interponen injustamente en mi camino, tengo que hacer todo lo posible para desmantelarlos. Las mujeres de toda Argelia —y las de todo el mundo— están luchando para conseguirlo.
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Malia Bouattia es activista, ex presidenta del Sindicato Nacional de Estudiantes y cofundadora de la Red de Estudiantes no Sospechosos/Educadores no Informantes.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por The New Arab el 06 de marzo de 2021.