Por Hafed Al Ghwell para Arab News
La semana pasada, más de mil millones de personas en casi 200 países conmemoraron el 51º Día de la Tierra. Esta acción coincidió con una cumbre de líderes mundiales sobre el clima, organizada por la Casa Blanca. Lo que está en juego no podría ser mayor y las amenazas que plantea un planeta que se calienta rápidamente son más evidentes.
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A diferencia del resto del mundo, donde existe un sentido palpable de urgencia y una determinación compartida de cooperar para mitigar los efectos del calentamiento global, el legado de conflictos en Oriente Medio proyectará una gran sombra sobre cualquier intento de abordar las prioridades relacionadas con el clima.
La capacidad de la región para hacer frente a las amenazas globales ya está severamente disminuida. Esto sólo se ve acentuado por la destrucción física de la infraestructura crítica. Esta es producto de los conflictos, la pérdida de biodiversidad, la disminución de los recursos hídricos y los grandes sectores públicos y ejércitos permanentes que constituyen un enorme gasto para las ya limitadas finanzas públicas. Las olas de calor sin precedentes, la creciente desertificación y la caída de los niveles freáticos están contribuyendo al rápido deterioro de las condiciones ambientales más frágiles en la región. Sin embargo, un planeta más cálido es tanto una amenaza a la seguridad como también una causa potencial para la variedad de desastres humanitarios propios de la región.
Además, el avance del cambio climático indudablemente aumentarán la urgencia mundial de abandonar las fuentes de energías fósiles como el petróleo. Este es la columna vertebral de la economía regional pero también existen otros problemas.
En primer lugar, una mayor escasez de agua en una región ya árida sólo provocará nuevas tensiones y competencia. Esto podría deshacer los acuerdos existentes, complicar aún más la resolución de conflictos y contribuir a una mayor inestabilidad.
En segundo lugar, la disminución de los recursos hídricos afectará la productividad agrícola nacional, aumentando la volatilidad de los precios y suministros alimentarios mundiales. Esto solo politizará la seguridad alimentaria en una región ya vulnerable. La inflación de los precios de los alimentos también agravará la inestabilidad social, especialmente en los países que carecen de margen fiscal para importaciones cada vez más caras.
En tercer lugar, los efectos del cambio climático afectarán negativamente el crecimiento económico sostenible en los países árabes. Especialmente en aquellos que tendrán que enfrentar la reducción de la productividad en el mayor sector de contratación: la agricultura. Cuando se combina con un desempleo ya alto —especialmente entre jóvenes—, la disminución de los ingresos fiscales conforme las economías se contraen y un fuerte aumento en la demanda de redes de seguridad social, los gobiernos encontrarán cada vez más difícil abordar los problemas internos crecientes y la aceleración del colapso social.
Allí donde las sociedades están cada vez más desbordadas y los gobiernos no pueden ofrecer respuestas, el resultado es la migración forzada. Primero, de poblaciones rurales a áreas urbanas y, finalmente, la migración transfronteriza irregular a Estados más ricos o de ingresos medios. Después de todo, la reducción de la productividad agrícola afecta directamente los medios de vida rurales y disminuye las perspectivas de empleo rural. Esta migración interna también ejerce presión sobre las capacidades estatales, ya exigidas por acoger a refugiados de guerra, exacerbando las tensiones y el resentimiento hacia las poblaciones vulnerables.
Por último, a medida que se reduzcan los recursos hídricos y las tierras cultivables, la percepción de la disminución de las necesidades sólo conducirá a un aumento de la militarización de los recursos estratégicos. De hecho, el control de estos recursos no solo será un objetivo imperativo de seguridad nacional, sino también una dinámica adicional en la competencia geopolítica o regional. Esto creará un dilema para los gobiernos, obligándolos a elegir entre una mayor militarización a expensas de la prestación de servicios públicos o la posible pérdida de control de los escasos recursos estratégicos ante intereses externos hostiles.
Afortunadamente, todavía hay algo de tiempo y oportunidades, por pequeñas que sean, para que los gobiernos y las sociedades de Oriente Medio actúen de manera más agresiva ante el impacto y las amenazas cambiantes del cambio climático descontrolado. A medida que el conocimiento y la comprensión evolucionan y se profundizan, existe la posibilidad de que la amenaza compartida que representa un planeta en calentamiento contribuya en gran medida a alentar al mundo árabe a colaborar y cooperar por encima de sus innumerables divisiones ideológicas y políticas. Después de todo, sin intervenciones y reformas sociales y gubernamentales integrales, la habitabilidad humana en la región se deteriorará. Esto tiene el potencial de convertir a sus casi 750 millones de habitantes en refugiados climáticos para 2050.
La cooperación climática exitosa también podría ser una vía para el acercamiento y la resolución permanente de los conflictos más inabordables de la región. Desafortunadamente, el panorama actual es de demasiada hostilidad, desconfianza y resistencia a cooperar, especialmente ante el desafío aún nebuloso del cambio climático. Independientemente de esto, los gobiernos del mundo árabe, la sociedad civil y la comunidad global deben actuar para combatir el cambio climático. Asimismo deben adaptarse a sus efectos cada vez más visibles y administrar mejor los recursos esenciales a través de una mayor cooperación regional.
En última instancia, los abrumadores desafíos que plantea el cambio climático son demasiado grandes para que cualquier país o región los aborde. Por lo tanto, las consecuencias y amenazas compartidas, relacionadas con la seguridad o de otro tipo, deberían incentivar la cooperación por sobre la competencia, abarcando desde la reducción de emisiones hasta la contribución y el compromiso con estrategias multilaterales para combatir y adaptarse al cambio climático.
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Hafed Al Ghwell es investigador no residente del Instituto de Política Exterior de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad John Hopkins. También es asesor senior de la consultora económica internacional Maxwell Stamp y de la firma de asesoría de riesgo geopolítico Oxford Analytica, miembro del Strategic Advisory Solutions International Group en Washington DC y ex asesor del directorio del Grupo del Banco Mundial.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Arab News el 24 de abril de 2021.