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El Interprete Digital

Un Iftar en Damasco: entre pan duro y poca ayuda

Por Salwa Zakzak para Syria Untold

Venta de dátiles al detalle Siria [Jood Omar/Creative Commons]

Tres cajas llenas de cáscaras de arvejas y porotos se colocaron en la puerta de los vecinos. ¡Miren! ¡Llegó la temporada de mouneh! Tres familias viven hacinadas en una sola casa, donde comparten las habitaciones, la comida y el trabajo. Incluso comparten los gastos de la casa, que se convirtió en el motivo de fuertes disputas cuyos ecos llegan a mi propio hogar.  (N.d.T.: mouneh designa a la conserva de verduras/frutas en frascos de vidrio y otros).

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“Recibimos frascos de mouneh y una comida de arroz recién cocido con habas suaves y jugosas durante los primeros días del Ramadán”, me dice mi vecino. Los auténticos y amados platos damascenos se convirtieron en sueños inverosímiles debido al empeoramiento de la situación económica de Siria. La gente está luchando contra el hambre y los precios de los alimentos irrazonablemente altos, que aumentaron a medida que la lira siria alcanza nuevos mínimos históricos.

El aire en Damasco ya no está lleno del olor a huevos fritos listos para ser servidos como suhur, la comida de la mañana que muchos musulmanes practicantes comen antes de comenzar su ayuno diario de Ramadán. Las mesas de Iftar (N.d.T.: la comida noctura con la que se rompe el ayuno) ya no están adornadas con platos de hummus fataat comprado en el local y porotos fuul guisados y bañados en yogur, lo que dejó a los vendedores de estos productos en medio de la pobreza y el hambre.

Abu Hassan*, de 60 años, vende fuul y hummus en el mercado Saroujeh de Damasco, donde expresa sus quejas por la falta de demanda. Tuvo que reducir su producción de msabbaha, un plato de garbanzos en salsa tahini, debido a la disminución de la demanda y los continuos cortes de energía que amenazan con estropearla. “Los garbanzos tienen una vida útil corta”, explica. “En el pasado hervía tres kilos de garbanzos al día. Ahora, apenas hiervo uno”, agrega. La gente ahora pide medio kilo de garbanzos como mucho, sin aceite, debido al aumento vertiginoso de los precios del aceite de oliva, dice Abu Hassan. El precio de un litro asciende ahora a 13 mil libras sirias (unos 4,50 dólares, al precio de mercado). El rostro de Abu Hassan muestra esta decepción. “Ahora están usando aceite vegetal, ¡aunque, hace que las habas pierdan su sabor original!”.

Como vendedor de habas y garbanzos, Abu Hassan ve gente todos los días. “Los trabajadores diarios, las personas que cubren los turnos de noche incluso en Ramadán, los vendedores ambulantes y vendedores con puestos abandonaron el ritual del iftar en su hogar, debido a los altos costos de transporte”, cuenta. “Además, se esfuerzan casi desesperadamente por ganar dinero para compensar la fuerte inflación y las ventas bajas y tambaleantes. Sólo compran porotos para su propio iftar. Estoy seguro de que son incapaces de saciar su hambre, sobre todo porque compran sus comidas sin aceite, cebollas, encurtidos o pan, para reducir cualquier costo. De hecho, la mayoría trae su propio pan por la mañana”, continuó.

Abu Hassan todavía recuerda a un joven que le suplicó hace poco por una cebolla y dos encurtidos de ají.

Adiós, dulces de Ramadán

El Ramadán siempre estuvo estrechamente entretejido con dulces, desde Naeem ( un pan esponjoso de Ramadán), el Maarouka (un pan dulce) y el Nahsh (pasteles con relleno). Este año, sin embargo, son escasos puesto que ya no quedan muchos compradores.

En Bab Al Jabiyeh, donde se encuentran los locales más populares que venden Qashta (crema condensada) y Qatayef (panqueques rellenos), se escucha a un niño que detiene a una mujer y le dice: “¡Mi hermana está enferma y quiere qatayef relleno de crema!”.

Dada la situación general, cuán enferma podría estar realmente la hermana del niño es irrelevante. El suyo es un pedido humanitario en un momento en que dar tiene un significado espiritual y moral especial. Acto seguido, la mujer se acerca al dueño del local de crema más pequeña, le entrega unas mil libras sirias y le dice: “¡Es tu decisión! ¡Ni siquiera compré crema para mí!”. 

Los vendedores de dulces populares se quejan de la disminución de sus ventas y ganancias. Abu Haitham, que vende dulces en el barrio de Sayyida Zainab, camina rengueando después de haber perdido recientemente dos dedos de los pies debido a la diabetes. Zainab se lamenta: “El margen de beneficio fue en algún momento de alrededor del 40% por cada kilo de dulces. Ahora es menos del 20% y apenas puede cubrir el alquiler, el costo de la mano de obra y las facturas del generador”.

“Los conocerás por sus bolsas” 

“Los conocerás por sus bolsas”. Las palabras de este dicho popular suenan ciertas dada la realidad que padecen los sirios, en medio de la actual crisis económica. Sus bolsas de compras contienen un poco de todo, ahora que los damascenos se acostumbraron a comprar comida en porciones. Los días de comprar y vender por kilo quedaron atrás: hoy son dos pepinos, tres pimientos verdes, un manojo de perejil y un manojo de verdolaga.

El precio de un manojo de verdolaga alcanzó las 500 libras (unos 25 centavos de dólar. Incluso hay que racionar el fattoush, una sencilla ensalada de verduras de temporada que es un plato principal en Ramadán. Los ingredientes de un plato pequeño de fattoush se distribuyen en porciones limitadas a los miembros de la familia en iftar. “Un poco de todo es mejor que tener comida sobrante y tirarla”, me comenta una mujer.

Las ensaladas en Damasco se marchitaron: ahora son solamente una lechuga y un poco de tomates, ya que un kilo de pepinos cuesta 2 mil libras (unos 70 centavos de dólar). La competencia es feroz para encontrar y hacerse de las verduras restantes del día anterior: tomates blandos, papas con extremos rotos o azules, lechuga marchita, cebollas tiernas y pequeñas. La gente pelea por estos productos por sus bajos precios. 

Una anciana se esfuerza por recoger las hojas de lechuga esparcidas por el piso de un camión de verduras. Los almaceneros culpan de los altos precios a su incapacidad para conseguir combustible para transportar las verduras. Las cantidades en las compras son pequeñas, a excepción de las bolsas de pan que parecen grandes y algunas otras bolsas que contienen grandes cantidades de hierbas que se conocen comúnmente como bieh (o gangas). Se venden a precios reducidos, sin pesarse primero, y se componen principalmente de espinaca o acelga.

Con el aumento de los precios, la escasez de pan y la dificultad de conseguirlo, excepto después de hacer fila durante horas, los sirios adquirieron un nuevo hábito. Recogen las migajas de pan duro, tostado o mal preparado, las colocan en bolsas y las cuelgan de los contenedores de basura para que los transeúntes se las lleven. De ahí que, una mujer de unos 30 años, de figura demacrada, rostro pálido, ojos preocupados y boca bien cerrada examina una de estas bolsas de pan antes de agarrarla. “Bien, ahora tengo asegurado el pan rallado”, se dice a sí misma. Las migas de pan podrían ser la única comida iftar o suhur para ella y sus hijos.

De pie al borde de la acera, la misma mujer ve una caja de plástico blanca cubierta con nailon transparente. Lo inspecciona y descubre zapallitos frescos, recién recogidos. Con alegría, exclama: “Genial, ahora me aseguro un plato de calabacín mfarakeh para el desayuno”. Toma su botín y sigue caminando.

La disminución del rol de las ONGs

El rol de las ONGs que solían ofrecer comidas durante el Ramadán disminuyó en gran medida debido a la escasez de donantes y al alto costo de obtener ayuda. La falta de asistencia llega en un momento difícil: se estima que unos 12,4 millones de personas dentro de Siria padecen de inseguridad alimentaria.

Sentada en un vetusto autobús de pasajeros, una mujer llama a su marido para contarle que aseguró una cesta de ayuda. Se sienta en un estrecho asiento lateral de hierro, luciendo feliz a pesar de la clara preocupación en su rostro y las gotas de sudor en su frente, mientras intenta secarlas con un pañuelo de papel rasgado. Tiene unos 40 años y viste una colorida camiseta infantil, que tal vez se la pidió prestada a su hijo. Su marido le pide que abra la caja y le diga lo que hay dentro. Ella trata de retrasar eso, pero ante su insistencia, abre la caja y comienza a contar. Los pasajeros cercanos se unen para ayudarle a nombrar los componentes. Cuando termina, la mayoría le pregunta cómo conseguir una caja similar. Preguntan: “¿requiere un contrato de alquiler, un certificado de defunción, un libro de contabilidad familiar?”, pero ella contesta: “No tengo idea. Mi esposo se registró para recibirlo”, y guarda silencio.

Coronavirus: ¿una bendición o una maldición?

Es cierto que la fatal pandemia del coronavirus cobró muchas vidas durante el último año y provocó un estado de pánico entre los sirios, especialmente en medio de su incapacidad para seguir las medidas preventivas necesarias o costear personalmente los gastos del tratamiento. Sea como fuere, la pandemia se convirtió en una buena excusa para evadir las invitaciones familiares. ¡Parece que se tomó y se implementó una decisión cuasi colectiva! No hay invitaciones para nadie que no pertenezca a la misma familia. Si una invitación es ineludible, compartir las comidas es una de las soluciones, bajo la presión de los precios excesivamente altos, medios limitados y circunstancias económicas difíciles para todos.

La relación entre Damasco y sus habitantes se convirtió en una de enemistad (de carácter emocional y de falta de comunicación). La gente teme lo peor y repite: “¡Dios nos ayude, si lo peor está por venir!”. Sin embargo, se aferran a una luz de esperanza en un rincón estrecho de sus almas y oran por lo mejor. Este país se volvió tan estrecho que asfixia a su gente y se reseca como una miga de pan que incluso los pájaros hambrientos resienten. La vida en Damasco es intolerable.

Khaled, un portero que fue trasladado a Damasco hace algún tiempo, se lamenta: “¡Oh, cómo lamento mi miedo de cruzar el mar y salir de este país!”. Pronuncia las palabras con amargura, mientras la letra de una canción resuena en la calle: “Todo se cerró sobre nosotros hasta que todo se perdió por completo”.

*Syria Untold cambió los nombres de las personas citadas en este artículo para proteger su seguridad.

Puede acceder a este artículo en su árabe original aquí.

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Salwa Zakzak es activista y escritora siria. Publicó en varias plataformas y periódicos en donde destaca su etnografía en Siria como instrumento de sus análisis y obras.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Syria Untold el 7 de mayo de 2021.