Por Hafed Al Ghwell para Arab News
Un análisis rápido de la política que emerge de Estados Unidos sobre Afganistán probablemente concluiría que la estrategia para poner fin a la intervención militar, que tiene dos décadas de antigüedad y que fue más que nada infructuosa, está mal concebida y mal pensada. Esa opinión tiene un apoyo sustancial incluso entre las filas pacifistas de la cohorte de Washington, que no está interesada en llegar a un acuerdo con los talibanes, dado su historial como movimiento islamista fundamentalista y autocrático sin inclinaciones a la democracia, los derechos humanos o la libertad personal, sin contar su apoyo a Al Qaeda y sus vínculos con el 9/11.
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Sin embargo, el objetivo general del plan Biden es intentar algo que no tiene precedentes: poner fin a la misión de la coalición encabezada por Estados Unidos en Afganistán tratando de establecer una solución democrática, estable y autosostenible a largo plazo. El discurso que repite ahora consiste en revivir un proceso de paz estancado utilizando un enfoque multilateral a través de una enérgica diplomacia regional, así como también en presionar al Gobierno de Kabul, dirigido por el Presidente Ashraf Ghani, para que apoye el proceso y a los talibanes para que reduzcan la intensidad sus ataques.
Los intentos de establecer un gobierno centralizado y democrático fracasaron tanto como el iliberalismo sin trabas de los talibanes. Al hacer una apuesta por un gobierno descentralizado, la Casa Blanca está invirtiendo capital diplomático y político en un acuerdo de reparto de poder inestable entre dos entidades que niegan la legitimidad de la otra.
Por otro lado, una salida abrupta corre el riesgo de causar una nueva inestabilidad y conflicto que pondría en peligro los intereses estratégicos o de seguridad de Estados vecinos como Pakistán, India e incluso China. La proximidad de Afganistán a los musulmanes uigures de Xinjiang, por ejemplo, hace que Pekín esté extremadamente preocupado de que la supremacía talibán dé ayuda o consuelo a los ideales separatistas de los militantes uigures.
Mientras tanto, los presuntos vínculos de Pakistán con los talibanes beneficiaron continuamente a estos últimos en forma de refugios en las antiguas Zonas Tribales federalmente administradas, además de en forma de apoyo material y financiero, y de campamentos de entrenamiento: la combinación perfecta de condiciones para mantener un movimiento de insurgencia a largo plazo. De hecho, el Quetta Shura, el brazo militar que trabaja en estrecha colaboración con el consejo de dirección de los talibanes, estuvo durante un tiempo ubicado en la provincia pakistaní de Baluchistán.
Se rumorea que Pakistán está instando a lo que queda del Quetta Shura a trasladarse a Kandahar, en el sur de Afganistán, mientras que los talibanes se consolidan y reorganizan antes de las conversaciones intraafganas, reiniciadas por la iniciativa de paz de la Casa Blanca, y el proceso de paz liderado por las Naciones Unidas que salga de ellas. Tanto si el proceso de paz tiene éxito como si no, Islamabad no se arriesgará a perder su influencia con un movimiento talibán más fuerte, especialmente cuando quedó integrado en la propuesta de un gobierno compartido, ya que será un grupo subsidiario muy eficaz para que Pakistán continúe ejerciendo una influencia excesiva en los asuntos afganos.
El conflicto de intereses entre los actores regionales —y hay muchos— no es la única preocupación por la que la Casa Blanca planea lograr que las tropas de la coalición se retiren de Afganistán en el período previo a la fecha límite de mayo. Incluso en Washington, la Administración parece dividida entre los políticos designados en esta área, recelosos por el agotamiento del público estadounidense hacia las ‘guerras para siempre’ antes de las elecciones legislativas de 2022, y los arribistas en el Ejército, la inteligencia y la seguridad nacional, que temen las consecuencias inevitables de una partida prematura. Sin embargo, pasar del actual punto muerto y, por ahora, las estancadas conversaciones entre el Gobierno de Ghani y los talibanes, a una retirada completa de la coalición liderada por Estados Unidos después de una entrega exitosa del poder será imposible de lograr antes del 1 de mayo.
No es solo la logística de la retirada lo que impedirá que se cumpla con el plazo establecido, sino que hay una larga lista de decisiones que hay que tomar, que van desde la seguridad del Estado hasta la división del poder legislativo, presupuestario y político. Después de todo, una vez que las negociaciones estén terminadas y las firmas queden plasmadas sobre el papel, las condiciones finales tendrán que garantizar que no se entregue sencillamente el poder a los talibanes, como en el acuerdo original de 50-50, sino que se vean obligados a competir políticamente por él a nivel local, regional y nacional. Sin embargo, esto tendrá que ocurrir después de que la Casa Blanca aborde las numerosas preocupaciones que se elevaron después de que se filtraran los detalles de su propuesta de paz. Esto probablemente fue una medida deliberada para medir las actitudes de las partes interesadas antes de la reunión intraafgana este mes en Turquía.
Por ejemplo, mientras que la reunión ministerial de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Bruselas el mes pasado se centró en revitalizar la alianza y establecer una ‘unidad de propósito’ contra Rusia en el continente eurasiático y China en la región del Indo-Pacífico, los miembros europeos todavía no compraron el plan de Biden. Además, la Unión Europea teme que no se cumpla el plazo del 1° de mayo cuando Washington todavía no informó plenamente cuáles serían las condiciones para una futura retirada.
No obstante, los socios transatlánticos de Estados Unidos están de acuerdo en que las propuestas de la Casa Blanca sobre Afganistán brindan un necesario impulso al estancado proceso —estado en el que se encuentra a pesar del progreso alcanzado en Doha y de que las conversaciones previstas en Estambul ofrecen un lugar para que los asociados de la coalición colaboren y sincronicen posturas—, lo que aumenta la presión sobre los detractores para que se adhieran.
Por ahora, la Casa Blanca debe concentrar sus esfuerzos en garantizar el éxito de las conversaciones de Estambul, a diferencia de lo que ocurrió en la reunión paralela celebrada en Moscú en marzo, sin arriesgar el proceso de Doha ni recrear el Acuerdo de Bonn de 2001, que resultó, en gran medida, un fracaso. Con una mejor planificación y una comunicación clara sobre la agenda y los asistentes, Washington puede evitar un retroceso catastrófico en sus grandes ambiciones, algo de lo que resultaría difícil recuperarse puesto que ya bastante estrecha es la ventana con la que cuenta para sentar las bases de las iniciativas que propone.
Afortunadamente, en su mayoría, el público afgano recibió con beneplácito la iniciativa de Biden, aunque sólo sea para iniciar un mayor diálogo sobre cuestiones clave, como la de si las decisiones del Consejo Islámico sustituirán a las del Poder Judicial. En general, los sentimientos favorables también se derivan del hecho de que la Administración Biden no rehuyó de ocupar un papel central en asegurar un arreglo permanente con Afganistán, en contraposición a la estrategia de ‘arreglo a toda costa’ del Gobierno anterior.
Lamentablemente, sigue habiendo una sensación palpable de inseguridad a pesar de la disminución de la violencia dirigida contra los civiles. Y, si bien es cada vez más probable que las tropas de la coalición no se retiren para el 1 de mayo, los afganos se sienten excluidos de la intensificación de los esfuerzos diplomáticos, en tanto que las élites políticas siguen rechazando los compromisos. Kabul también comunicó su descontento con el plan de Biden, algo que podría complicar la adopción de unos términos negociados multilateralmente tanto por el Gobierno como por los talibanes. El Gobierno ya se niega a liberar a más prisioneros talibanes, al alegar que algunos antiguos detenidos están regresando al campo de batalla. Los talibanes, por su parte, pueden intensificar los ataques para forzar la salida de la coalición y frustrar la iniciativa de paz de Estados Unidos.
Por ahora, la pelota sigue en la cancha de la Administración Biden. Los comentarios sobre las propuestas filtradas probablemente serán un factor que influirá en la planificación de la reunión de Estambul y en la elaboración de términos más aceptables para transformar un proyecto de propuesta en una estrategia formal para acorralar a los interesados y obtener su cooperación con el objetivo de formar lo que pareciera ser una democracia consociacional en Afganistán.
En última instancia, no hay una fórmula fácil para transformar ampliamente Afganistán cuando las intervenciones armadas equivalen a un suicidio político, mientras que una salida prematura sólo pondrá en peligro a los afganos, amenazará la estabilidad regional y prodría provocar que surjan nuevos conflictos. Afortunadamente, el público afgano, la región y la comunidad internacional apoyan un Afganistán estable y pacífico. Sin embargo, el problema radica en que la élite política de Kabul no está interesada en compartir el poder con un liderazgo talibán igualmente intransigente, por lo que solo se puede esperar que la oleada de actividad diplomática y la intensificación de la presión logren lo imposible, tal como lo prevé la iniciativa de paz de Biden.
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Hafed Al Ghwell es miembro senior del Instituto de Política Exterior de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Arab News el 03 de abril de 2021.