Por Alessandra Bajec para The New Arab
Desde el 14 de enero, una ola de malestar juvenil se extiende por Túnez, una década después de la revolución de 2011. Los jóvenes, que sienten que sus voces no se escuchan, están cada vez más exasperados por las terribles condiciones económicas, exacerbadas por la pandemia del COVID-19 y la incapacidad de la clase política para cumplir.
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El sábado pasado se produjo una manifestación masiva en el centro de Túnez para protestar contra la represión policial, corrupción y pobreza, y exigir la liberación de los jóvenes detenidos durante las protestas de la semana pasada.
Cientos de tunecinos, en su mayoría jóvenes, se manifestaron junto a una serie de organizaciones de la sociedad civil, coreando consignas que denunciaban la respuesta de las fuerzas de seguridad a los recientes disturbios en todo el país, y pidiendo cambios en el sistema político.
Los cánticos que se popularizaron durante la revolución de 2011 como “el pueblo quiere la caída del régimen” y “trabajo, libertad y dignidad”, se escucharon entre la multitud.
“El gobierno debe escuchar a los jóvenes y tomarlos en serio. Creemos que nos subestiman”, expresó a The New Arab una niña llamada Ouiem de la ‘Generación Incorrecta’ mientras marchaba por la avenida Habib Bourguiba. Este fue recientemente formado por jóvenes activistas antifascistas. “Los disturbios son el resultado de la represión, ¡la gente ya ha tenido suficiente!”, indicó May, otro joven activista del mismo grupo que caminaba cerca.
Cerca del Banco Central, algunas pancartas decían ‘policía en todas partes, justicia en ninguna parte’ y ‘come a los ricos, aplasta la autoridad’. La ira por la brutalidad policial y la frustración con la corrupción y las privaciones socioeconómicas fueron tangibles entre los manifestantes.
Varias noches de manifestaciones callejeras estuvieron marcadas por enfrentamientos entre jóvenes tunecinos y policías, con detenciones en muchas partes del país desde el 14 de enero. Estos hechos coincidieron con el décimo aniversario de la Revolución de los Jazmines que derrocó al dictador Zine El Abidine Ben Alí y desató la Primavera Árabe.
Los enfrentamientos nocturnos estallaron en barrios de clase trabajadora en varios lugares de Túnez, desde la capital hasta las ciudades de Bizerta, Nabeul, Susa, Monastir, Siliana, Kairouan, Kasserine y Gafsa.
Los videos que circularon en las redes sociales muestran a jóvenes quemando neumáticos, lanzando cócteles Molotov, apedreando edificios gubernamentales y policías, chocando con estos últimos y destrozando tiendas. El ejército y las fuerzas de seguridad respondieron con gases lacrimógenos y cañones de agua, así como con violencia física, resultando heridos varios manifestantes y más de 1000 detenidos, la mayoría de ellos entre 15 y 25 años, de los cuales al menos 30% son menores.
“Esos jóvenes vandalizaron las tiendas porque tienen hambre. La población se empobreció. Estamos pidiendo que nuestros hijos tengan trabajo y vivan con dignidad” señaló una militante feminista llamada Fawzya a The New Arab en la manifestación.
Al pedir la caída del gobierno actual, condenó a las élites del antiguo régimen, a los islamistas y a los empresarios corruptos. Su amiga Wydad, una actividad de derechos humanos arremetió contra el estado por privar de sus derechos a la juventud tunecina. “Los jóvenes de aquí se quedan sin nada. Es narcotráfico, criminalidad o migración ilegal. Ni siquiera tienen derecho a soñar en este país” se queja.
Las protestas, que las autoridades describieron como disturbios, se produjeron en medio de un aislamiento de cuatro días para detener el aumento reciente de casos de COVID-19 que se ordenó que comenzara el mismo día del aniversario de la revolución. Además, el país ha estado bajo toque de queda nocturno desde octubre.
“Todo el mundo tenía claro que el confinamiento no se debía a problemas de salud, sino a disuadir a la gente de salir a las calles el 14 de enero”, expresó el sociólogo Abdessatar Sahbabi, director del Observatorio Social de Túnez.
Aunque los manifestantes no hicieron demandas claras, la agitación tuvo lugar en un contexto más amplio de desempleo desenfrenado, especialmente, entre los jóvenes, y la caída en el nivel de vida. Junto a ello, un aumento sostenido de los precios, empobrecimiento y continuas restricciones por el COVID-19.
La mayoría de los manifestantes son estudiantes o jóvenes desempleados que no tienen antecedentes de participación política y pocos recuerdan la represión del régimen de Ben Alí.
El gobierno guardó silencio sobre el uso excesivo de la fuerza y las detenciones indiscriminadas tras la ola de disturbios nocturnos, lo que implicaba impunidad para el aparato de seguridad y legitimación de sus acciones.
Al dirigirse a la nación en una transmisión de televisión el martes de la semana pasada, el Primer Ministro, Hichem Mechichi, dijo rotundamente: “Entiendo a los manifestantes, pero la ley se hará cumplir”. El día anterior, el Presidente Kais Saied visitó un suburbio en Ariana, Túnez, identificándose con las quejas de los manifestantes e instando a los jóvenes a abstenerse de atacar a personas o propiedades.
Grupos de la sociedad civil tunecina denunciaron enérgicamente la respuesta de las fuerzas de seguridad basada en mano dura, indicando “está dirigida a reprimir los movimientos sociales y arrojar a los manifestantes a las cárceles”.
En lugar de comprender los motivos de las protestas, los partidos políticos parecían más preocupados por intercambiar acusaciones sobre quién estaba detrás de las revueltas callejeras, centrándose en la violencia y los saqueos y en el hecho de que las manifestaciones ocurrieron después del toque de queda. Pero el malestar es una señal de un fenómeno social cada vez más profundo en los distritos desfavorecidos de diferentes regiones.
“Creo que es una ruptura entre el sistema y los jóvenes. El sistema no les ha dado nada, están privados y son vulnerables”, dijo el Defensor de Derechos Humanos Hamza Nasri a The New Arab.
Miembro de la DAMJ (Asociación Tunecina por la Justicia y la Igualdad), Nasri fue liberada la semana pasada después de ser detenido durante tres días tras una reunión pacífica en Túnez. Según los informes, fue acusado de “cometer un acto que viola la moral pública” en relación con el hecho de que levantó el dedo medio durante la manifestación. Su acto de desafío, explicó el activista, fue provocado por una violenta intervención policial que presenció contra dos de sus amigos.
En la reunión, una multitud de jóvenes coreó “vinimos durante el día” después de que el Ministerio del Interior indicara que las manifestaciones legítimas se llevaron fuera del horario legal. La violencia de los jóvenes manifestantes se explica por un profundo enfado contra las autoridades, a las que culpan de quitarles el trabajo y la dignidad a los jóvenes tunecinos y destrozar los sueños de la revolución.
Sahbani señaló que las protestas generalizadas eran ‘previsibles’ dada la prolongada miseria económica agravada por la crisis de salud, con una gran parte de la población sujeta a restricciones laborales o sin trabajo, y sin soluciones adecuadas provenientes del Estado.
“Con los niños de la escuela que asisten a clases en rotación y se quedan en casa el resto del tiempo, y el toque de queda en curso durante más de tres meses, estos jóvenes adolescentes están hartos”, agregó el sociólogo.
Diez años después del levantamiento que encendió la llamada Primavera Árabe, los sucesivos gobiernos no han logrado encontrar soluciones a los problemas económicos de Túnez. Un tercio de sus jóvenes está desempleado y los ciudadanos se sienten cada vez más frustrados por las promesas incumplidas de la clase política posrevolucionaria, que en repetidas ocasiones ha demostrado ser incapaz de gobernar de manera coherente.
La pandemia sólo ha empeorado la situación. El año pasado, la economía se contrajo 8%, miles de empresas se vieron obligadas a cerrar y los ingresos vitales del turismo cayeron un 65%.
Al tener pocas oportunidades en casa, muchos jóvenes tunecinos recurren a la migración ilegal en un peligroso intento de llegar a Europa, mientras que algunos son víctimas de ser reclutados por grupos extremistas y otros se involucran en actividades delictivas.
Con la última erupción de malestar social, ha quedado claro que la pandemia no logró disuadir a la gente de salir a las calles y expresar sus agravios ignorados durante mucho tiempo. Con un liderazgo político cada vez más dividido y paralizado que bloquea un progreso significativo, cualquier esfuerzo para ‘apaciguar’ a los manifestantes, incluida la importante reorganización del gabinete del Primer Ministro Mechichi, parece condenado al fracaso.
Mientras alzan sus voces para cambiar el gobierno y un sistema considerado corrupto, decenas de jóvenes siguen presionando en sus demandas de justicia y empleo. Se oponen a la opresión policial, el regreso del antiguo régimen y un ejecutivo liderado por islamistas.
“Debemos seguir presionando y continuar la lucha para que la clase política escuche y comprenda lo que quieren los jóvenes”, prometió Nasri.
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Alessandra Bajec es una periodista freelance especializada en Medio Oriente y el Norte de África. Actualmente, está radicada en Túnez, tras vivir en Palestina y Egipto.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por The New Arab el 26 de enero de 2021.