Por Hassan Hassan para New Lines Magazine
El hecho de que haya más analistas antiterroristas pendientes de cada palabra pronunciada por Ayman Al Zawahiri que de los terroristas que aparentemente comandaba, dice algo sobre el estado del yihadismo.
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La muerte del antiguo líder de Al Qaeda por el ataque de un dron a manos de la CIA en una casa de Kabul, Afganistán, es una victoria simbólica para el Presidente Joe Biden. Se dice que Zawahiri desempeñó un rol central en la planificación de los atentados del 11 de septiembre y que, en general, contribuyó a una mayor radicalización de los yihadistas tras la guerra contra los soviéticos en la década de 1980. Su asesinato coincidió también con el primer aniversario de la retirada de Estados Unidos de Afganistán en agosto y se produjo apenas dos semanas después de que Naciones Unidas publicara un importante informe en el que se afirmaba que Zawahiri seguía vivo y que su grupo estaba resurgiendo. Por estas razones, la eliminación de Zawahiri es una buena noticia para todos y una clara victoria de relaciones públicas para la administración Biden. Entre otras cosas, para demostrar que la guerra global contra el terrorismo continúa de forma sigilosa sin necesidad de tropas estadounidenses sobre el terreno.
Sin embargo, en el mundo real, Zawahiri dejó de ser relevante hace años. Durante su década al frente del grupo terrorista internacional, consiguió perder el control de dos de las principales franquicias yihadistas porque fue incapaz de mediar en las diferencias entre ellas y porque no estaba al tanto de los rápidos y trascendentales acontecimientos que afectaban a sus supuestos seguidores sobre el terreno en toda la región. Su grupo de ancianos yihadistas se terminó, y muchos de sus antiguos partidarios empezaron a sospechar de sus vínculos con países como Irán, o a sentirse frustrados por su incapacidad de liderazgo.
Con los años, sus pomposas declaraciones públicas se convirtieron en una especie de comedia morbosa, incluso dentro de los círculos extremistas. En 2018, lanzó una dura amenaza a la antigua franquicia de Al Qaeda en Siria, Jabhat al-Nusra, prometiendo desencadenar hombres feroces, como leones, que destruirían al grupo si no revocaba su decisión de cortar oficialmente los lazos con su grupo y renombrarse como Hayat Tahrir al-Sham. Un año después de esa amenaza, el grupo sirio al que amenazó emprendió una serie de campañas contra lo que quedaba de sus leales, y esos hombres feroces fueron eliminados de Siria. Un año después de eso, amenazó con que la base de Al Qaeda en Siria, entonces significativamente debilitada por sus antiguos aliados, estaba a punto de resurgir, citando un camión explotado en medio de la nada en Raqqa como prueba de ese supuesto resurgimiento. El grupo es ahora inexistente tanto en Irak como en Siria, que en su día fueron su corazón. Qué historial para un líder genial y astuto, ¿verdad?
Mientras pronunciaba esas declaraciones, se derramó un sinfín de tinta en los círculos de análisis y medios de comunicación sobre la importancia de sus palabras y la ‘estrategia’ del grupo para resurgir en Irak y Siria antes de poder prepararse para una yihad global contra Occidente. Las pautas de un grupo debilitado y cada vez más irrelevante estaban claras desde hacía años, pero los titulares sobre un grupo yihadista abatido pero no eliminado persistieron.
Esta valoración sobre Al Qaeda no se limita a Zawahiri y sus habilidades. Incluso si el grupo contará con un líder carismático en sintonía con las realidades de Medio Oriente y de la región en general, el yihadismo cambió significativamente en la última década. Posiblemente de forma irreversible, cerrando el círculo hace un año: lo que empezó en Afganistán y en otros lugares como movimientos militantes locales dedicados a luchar contra fuerzas invasoras o enemigos locales, fue desbaratado por internacionalistas como Osama bin Laden y más tarde Zawahiri, que querían librar una guerra global contra Occidente en la década de 1990, antes de que estos movimientos militantes empezaran a centrarse de nuevo en el ámbito local, en la última década aproximadamente. La asombrosa toma de Afganistán por parte de los Talibán no fue un momento catalizador que hizo que los insurgentes suníes se dieran cuenta de que la lucha local podía ser más rentable que las guerras que libraron los Bin Ladenistas y que sólo trajeron destrucción y miseria a las comunidades suníes de todo Medio Oriente. Es más, la victoria de los Talibán no hizo sino reivindicar una tendencia ya creciente dentro del mundo del yihadismo. Son estas tendencias las que suelen estar ausentes del enfoque analítico sobre los individuos y su relevancia.
Incluso la organización más comprometida con el terrorismo internacional, el grupo Estado Islámico, se vio obligada a centrarse en la reconstrucción a nivel local, incapaz y potencialmente poco dispuesto a centrarse en el terrorismo internacional contra Occidente. También está volviendo a la forma en que dirigía la yihad en Irak antes de que se produjera la guerra en Siria, lo que le brinda la oportunidad de obtener el apoyo del mayor grupo de yihadistas extranjeros desde la guerra de Irak en 2003, y la yihad antisoviética de la década de 1980, que también la llevó a reclamar el manto de la yihad internacional cuando entró en confrontación con Al Qaeda en 2013 y 2014.
De hecho, ese enfoque local es la lección de los Talibán, y antes de estos, de las milicias respaldadas por Irán en toda la región. Aparte de la retórica antioccidental, los Talibán y los aliados de Irán fueron lo suficientemente pragmáticos como para centrarse en las luchas locales. Puede que Bin Laden sea venerado por los radicales, pero incluso los más desquiciados reconocen no sólo que sus tácticas no consiguieron nada, sino también que tuvieron un coste considerable, incluyendo el permitir que el bando pro-Irán se hiciera con el control de múltiples capitales árabes. Los que se centraron en luchar contra Occidente, como Al Qaeda y el Estado Islámico, perdieron, mientras que los que se centraron en dominar la escena local prosperaron. Perder contra los enemigos locales puede ser más profundamente enloquecedor y galvanizador que perder contra Occidente, y es probable que pase un tiempo antes de que veamos completamente cómo esa dinámica definirá el futuro del yihadismo y la militancia en la región.
Como suelo comprobar, estas conclusiones sobre el estado del yihadismo en la actualidad suelen ser más aceptadas en la región, incluso por los extremistas, que en las capitales occidentales. Los analistas señalan que las predicciones anteriores sobre la desaparición de Al Qaeda se demostraron erróneas una y otra vez. Como en 2011 con los levantamientos democráticos de base de la Primavera Árabe y en 2014 con el surgimiento de una alternativa más extrema al Estado Islámico. Pero realmente, me pregunto, ¿cuándo se equivocaron estos pronósticos?. ¿Fue después de 2011, cuando los levantamientos populares en toda la región dieron una nueva vida al yihadismo?. Ese resurgimiento se produjo tras el asesinato de Bin Laden en 2011, por lo que a priori parecería convincente. ¿O fue en 2014, cuando la antigua rama de Al Qaeda en Irak, el Estado Islámico, puso en aprietos a la administración Obama por la retirada de 2011, que dejó un vacío que fue colmado gradualmente por el grupo, llegando a apoderarse de un tercio de Irak y la mitad de Siria? Estas dos premisas son defectuosas, y lo digo como alguien que en su día las utilizó para presentar argumentos similares sobre la resistencia del yihadismo.
Cuando los grupos yihadistas parecían estar en alza en múltiples países en 2013 y 2014, los pronósticos sobre la desaparición de al Qaeda en 2011 parecían miopes y vergonzosos. Sin embargo, en retrospectiva, no estaban del todo equivocados. Al Qaeda estaba efectivamente en vías de desaparición. Lo que pudo parecer un resurgimiento de al Qaeda tras las revueltas populares y la muerte de Bin Laden en 2011 desdibujó una verdad más profunda: las tendencias locales que provocarían la desaparición de Al Qaeda y la harían obsoleta, crearon la ilusión de que el movimiento seguía siendo poderoso, dado que los yihadistas pretendían y los foráneos suponían que varios grupos de la región seguían respondiendo a ella. Cuando el polvo se asentó y surgieron nuevas realidades después de varios años, la realidad de Al Qaeda se hizo evidente. El grupo, bajo el mando de Zawahiri, no podía mantener sus propias ramas, y mucho menos crecer y dirigir la nave de la yihad. Además de perder definitivamente las ramas clave en Irak y Siria, las ramas de Al Qaeda en Yemen y África prometieron públicamente que no permitirían que su terreno se utilizará para ataques contra Occidente. Estas promesas fueron dictadas por imperativos locales, aunque tuvieran el sello de aprobación de Al Qaeda. Incluso en memorandos internos destinados a los nuevos reclutas, grupos como Jabhat al Nusra enseñaron que el estilo de Bin Laden ya no era relevante para las realidades actuales.
Por supuesto, todo eso puede seguir significando que Al Qaeda murió sólo después de contribuir a la expansión del movimiento yihadista, desde individuos dispersos hasta grupos que operan en diferentes partes de la región. Esa contribución no suele contar para la existencia de esos movimientos insurgentes locales antes de que existiera Al Qaeda, e incluso Bin Laden, y son estas raíces más antiguas las que determinarán el futuro del yihadismo. Al Qaeda y su yihad internacional podrían resultar una aberración en esta realidad más amplia.
Por supuesto, Al Qaeda podría olvidar las lecciones aprendidas e intentar otro ‘espectacular’ ataque contra Occidente o Estados Unidos, y los acontecimientos en la región, más allá del control de Estados Unidos, tienen una forma de remodelar las franquicias yihadistas. Por ejemplo, véase la actual guerra entre el Estado Islámico y los Talibán. Pero Al Qaeda en 2022 no fue la del 2001, ni tampoco la del 2011. Superada en extremismo por el Estado Islámico, penetrada por agentes e informantes de los servicios de inteligencia occidentales, y ahora una franquicia liderada por veteranos de mediana edad o geriátricos de antiguas guerras, su capacidad de golpear al ‘lejano enemigo’ está severamente truncada. Y a la mayoría de las bases les parece bien.
El sucesor de Zawahiri no podrá cambiar esta realidad, ni llevar a Al Qaeda a su apogeo, por muy carismático que sea. Zawahiri vivía a la sombra de Bin Laden, y los yihadistas se aferraban a él por eso, y eso será más difícil para su sucesor, especialmente si está viviendo en Irán, como indican los informes. Los yihadistas elogiaron su muerte porque, para ellos, sólo era un anciano que vivía sus últimos días escondido en algún lugar. En este sentido, su asesinato en Kabul, entre los muyahidines, hará que algunos extremistas simpaticen con él, pero eso no cambiará su legado. Seguirán adelante, como deberían hacerlo quienes estudian cada movimiento de los líderes yihadistas.
La obsesión por individuos como Zawahiri, en lugar de por las realidades sobre el terreno, es la causa por la cual la lucha antiterrorista se convirtió en una industria de la dilapidación. Cada silencio o ausencia de un líder yihadista se convierte en ‘estratégico’. Cada ataque terrorista, por pequeño que sea, se añade a un gráfico sobre ‘la trayectoria’ de un grupo. Cada vídeo se analiza con gran detalle y probablemente lo ven más los analistas que los yihadistas. Cuando comenté esto último, un alto dirigente yihadista que elogió a Zawahiri tras su muerte se rió; muchos de los que le elogiaron en declaraciones públicas tras su muerte se burlaban antes de él en privado. No lo decía en broma, pero a él le pareció divertido y cierto.
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Hassan Hassan es el fundador y redactor jefe de New Lines. Es coautor de “ISIS: Inside the Army of Terror” (ISIS: dentro del Ejército del Terror), un Bestseller del New York Times seleccionado como uno de los mejores libros de 2015 por The Times of London y como uno de los 10 mejores libros sobre terrorismo del Wall Street Journal.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 2 de agosto de 2022.