Por Hassan Hassan para New Lines Magazine
El desacoplamiento consciente de la secta y el Estado lleva años en proceso, pero se produjo porque el Estado ya no requiere adherirse a la ya vaciada ideología.
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En un destacado podcast hace dos años, un académico saudí habló de la necesidad de reescribir la historia de su país desconectando la historia del Estado de la lucha contra las prácticas no islámicas iniciada por una alianza tribal-religiosa entre Muhammad Bin Saud y Muhammad Ibn Abd Al Wahhab en 1744. Mientras las dos historias estén conectadas, argumentó Khaled Al Dakheel, los saudíes están sofocados por el wahabismo tanto en casa como en el extranjero. Dakheel, cuyo libro sobre el tema estuvo prohibido hasta hace poco, dijo que los saudíes deberían enfatizar que el reino se estableció 17 años antes de que el wahabismo entrara en la ecuación política. En sus palabras, al podcastero saudí Abdulrahman Abumalih:
“Hemos escrito la historia del Estado incorrectamente. Por lo que, lamentablemente, la mayoría de los saudíes no conocen la historia del Estado saudí o de la península arábiga. Lo has reducido todo al politeísmo. Le has dicho a la gente que toda la historia era sobre el politeísmo: el jeque Muhammad Ibn Abd Al Wahhab vino a luchar contra el politeísmo, Muhammad Bin Saud se unió a él, y juntos lucharon contra el politeísmo. […] Al hacerlo, empequeñeciendo al Estado. En cambio, deberíamos enseñar la historia del Estado, que es más grande que eso. No hemos estudiado la historia de nuestro Estado; solo nos enseñaron las palabras de Ibn Ghannam e Ibn Bishr —los biógrafos del wahabismo— y todavía lo estamos haciendo”.
Los comentarios revisionistas de Dakheel no fueron particularmente raros entre los intelectuales saudíes contra el wahabismo. Sin embargo, hablar sobre la necesidad de revisar la conexión histórica es notable, y es poco probable que su momento sea espontáneo. Se produjo en el contexto de declaraciones y movimientos sin precedentes realizados por el príncipe heredero Mohammed Bin Salman, o MbS, sobre el rol del wahabismo en el país, desde la restricción de los clérigos hasta el anuncio de iniciativas para revisar y actualizar los textos religiosos.
El último de estos movimientos para marginar al wahabismo es el establecimiento de una nueva fecha oficial para marcar la fundación del estado saudí (youm al tasees en árabe) el 22 de febrero, además del habitual día nacional (al youm al watani) el 23 de septiembre. El día nacional en septiembre celebra la formación de la nación bajo el nombre de Reino de Arabia Saudí en 1932, mientras que la nueva fecha celebra la toma de posesión de Diriyah por parte de Muhammad Bin Saud, ahora ampliamente conocida como ‘la capital fundadora’, en 1727. La nueva fecha marca el comienzo oficial de la nueva dinámica que pedía Dakheel.
Lo que hace que esta historia sea más significativa que una simple decisión política de reescribir la narrativa nacional es que el destino del wahabismo ya no depende de Arabia Saudí, así como los intereses de Arabia Saudí ya no están atados al wahabismo. El declive del wahabismo como movimiento lleva muchos años en desarrollo, y esto tiene algo que ver con el cambio político impulsado por Bin Salman, pero sólo hasta cierto punto. El declive le precedió y se habría producido sin estos cambios políticos, si no a la misma velocidad o con tanta tranquilidad. Esta distinción es importante porque significa que otros factores contribuyeron al poder menguante del wahabismo tanto en el reino como en la región en general, y es esta decadencia interna y el entorno que la rodea lo que hace que los problemas actuales del wahabismo sean profundos y permanentes.
El desplazamiento del wahabismo por parte del actual príncipe heredero fue parte de una campaña de dos frentes que él y el rey anterior emprendieron contra el islamismo más amplio cuando se dispusieron a lidiar con los problemas emergentes en las últimas dos décadas. En muchos sentidos, el declive del wahabismo fue principalmente una consecuencia no deseada de la lucha de los líderes saudíes contra las fuerzas islamistas y yihadistas hostiles en el país.
Con los Hermanos Musulmanes, Bin Salman fue brutal y directo: encarceló a clérigos asociados con el grupo e impulsó una narrativa nacional que los etiquetaba como una ideología extranjera. La Hermandad Musulmana era egipcia, según decía la narrativa; el sururismo, un híbrido entre el salafismo e islam político, proveniente de Siria; otra rama del salafismo que estaba fuertemente inspirada en el wahabismo pero asociada con el clérigo sirio-albanés Muhammad Nasiruddin fue descartada al ser también importada. Con el wahabismo, la única ideología islamista innegablemente autóctona, siguió un enfoque diferente e incremental de pacificar y neutralizar la doctrina. Su campaña comenzó con insinuaciones, se intensificó con el tiempo para proclamar inequívocamente el año pasado que el reino no debe casarse con una sola persona o ideología. (N.d.T.: Sururismo designa a un movimiento que unía los métodos organizativos y la cosmovisión política de los Hermanos Musulmanes con el puritanismo teológico del wahabismo).
En cierto modo, el actual príncipe heredero saudí le está haciendo al wahabismo lo que su abuelo y fundador del Tercer Estado Saudí, Abdulaziz Ibn Saud, hizo con antiguos aliados en 1929. Durante años antes, los miembros de la tribu beduina nómada y radical conocidos como Ikhwan Min Ta Allah (‘los hermanos de aquellos que obedecían a Dios’) desafiaron a Ibn Saud y continuaron incursiones en Irak, Jordania y Kuwait, en nombre de difundir el mensaje verdadero y puro del islam y conquistar tierras no wahabíes. Ibn Saud finalmente emprendió una campaña contra los miembros de la tribu y los derrotó en la batalla de Sabilla (o Sbalah) en la primavera de ese año, y luego decisivamente en enero de 1930. Los miembros de la tribu se rindieron y su rebelión fue destruida. Algunos de ellos fueron absorbidos por lo que luego se convirtió en la Guardia Nacional.
El movimiento casi se extinguió, excepto por un intento desesperado de apoderarse de la Gran Mezquita en La Meca exactamente medio siglo después por parte de uno de los hijos de un líder rebelde. La incautación de la mezquita por parte de Juhayman Al Otaybi en 1979 terminó, pero tuvo un efecto duradero en la política. La nueva rebelión alarmó al entonces rey Khalid Bin Abdulaziz y lo llevó a apaciguar al establecimiento clerical y establecer prácticas conservadoras, a menudo a expensas de décadas de intentos de modernización con la llegada de los ingresos del petróleo. Otros eventos geopolíticos como la revolución iraní y la invasión soviética de Afganistán en 1979 contribuyeron igualmente a la nueva política. También significó que el reino había tolerado en gran medida tanto a los activistas islamistas como a los wahabíes, especialmente durante la década de 1980. Bin Salman cita con frecuencia este apaciguamiento estatal por parte del rey Khalid y sus sucesores como un revés, al abogar por la apertura del país y tomar medidas enérgicas contra los extremistas. De hecho, Bin Salman está lidiando con algunas de las mismas amenazas a las que su tío se inclinó hace casi medio siglo y con las que su abuelo terminó medio siglo antes de eso.
El wahabismo contemporáneo comenzó a enfrentar desafíos internos y externos con la creciente participación de las ideologías yihadistas en las guerras regionales. Por ejemplo, el auge de los canales satelitales, así como la tecnología y el aumento de la población joven a fines de la década de 1990 y principios de la de 2000. Antes de eso, los wahabíes se beneficiaron de la sencillez, pureza y unidad de su mensaje: volver a las primeras generaciones del islam y el tawhid —monoteísmo—. El wahabismo prosperó cuando pudo canalizar toda su energía, con recursos casi ilimitados, contra la trinidad de lo que denominó prácticas politeístas o heréticas: la corriente mística del sufismo, ideas heréticas de clérigos progresistas o moderados, y enseñanzas ‘desviadas’ del islam chií y otras sectas no suníes. La naturaleza puritana y categórica de su mensaje atrajo a pueblos y ciudades de todo el mundo musulmán. Sus predicadores tenían recursos inconmensurables para realizar lujosos viajes de proselitismo a África, Medio Oriente, el sur de Asia e incluso Europa y Estados Unidos. A los expatriados musulmanes que trabajaban en los Estados árabes del golfo Pérsico les resultó fácil obtener fondos para construir mezquitas en sus países de origen. Las embajadas saudíes monitorearon el proselitismo chií y lo contrarrestaron con todo el poder financiero que tenían, proporcionado por el estado saudí o las organizaciones benéficas.
Sultan Alamer, erudito saudí en la Universidad de Washington, ofreció recientemente una visión microscópica de los cambios que barrieron con el islamismo saudí en general. En su extenso estudio publicado en noviembre pasado, Alamer rastrea las transformaciones intelectuales en Arabia Saudí en la década que precedió a la Primavera Árabe de 2011, concretamente desde 1998 a 2001. Se centró en las condiciones que llevaron al surgimiento de lo que los saudíes llaman tayyar al tanweer (‘la corriente de la iluminación’) y por qué más tarde se desvaneció de la vida pública. Los tanweeríes no son un grupo monolito como escribe el autor pero tienden a divergir del islamismo y el wahabismo al defender los valores modernos y el no sectarismo. Incluyen una amplia gama de figuras, desde Mansour Al Nogaidan, un exislamista que se volvió tan laico que pronunció en la televisión que el humanitarismo se convirtió en su única religión, luego abandonó el reino y adoptó una nueva nacionalidad en Emiratos Árabes Unidos; hasta Salman Al Oudah, un exícono del Despertar Islámico que se hizo conocido por sus puntos de vista religiosos y sociales progresistas, que fue encarcelado en 2017 por falsos cargos de terrorismo, que muchos creen que se debe a su oposición a la crisis de Arabia Saudí y Emiratos con Qatar ese año; y al joven economista Essam Al Zamil, quien fue encarcelado y sentenciado a 15 años en 2017 por advertir sobre disturbios debido a las políticas económicas del príncipe heredero.
Alamer revisa dos posiciones saudíes sobre el surgimiento de ideas progresistas, una que culpa al ‘terremoto de septiembre’ —del 11 de septiembre— que puso en tela de juicio a toda la corriente islamista, lo que a su vez la debilitó y la hizo menos popular. Esto, en la visión proislamista que él cita, dejó un vacío de poder para que surgiera la corriente progresista. El otro juicio dice que el movimiento progresista es anterior al 11 de septiembre, específicamente a partir de 1998. Ese movimiento naciente implicó un “período tranquilo sin tensión, influencia negativa o ideas reaccionarias”, dominado por ideas islamistas revisionistas que comenzaron a alejarse de las ideas radicales de finales de los años ochenta y noventa. Ese movimiento de corta duración fue interrumpido por el 11 de septiembre.
Es más, Alamer argumenta que el mayor efecto de las campañas posteriores al 11 de septiembre fue que eliminaron lo que él llama ‘la fórmula de Faisal’, con lo cual refiere al acto de equilibrio saudí de permitir que los islamistas dominen el espacio público —ya sea en el ámbito educativo, religioso o social— sin interferir en decisiones políticas como la relación con EEUU. Este acto de equilibrio fue establecido por el rey Faisal, que quería utilizar a los islamistas para salvaguardar el frente interno, incluso contra ideologías radicales como el comunismo, el liberalismo y el panarabismo, y confiar en EEUU para la seguridad externa. La fórmula, que se convirtió en la base para hacer frente a las amenazas posteriores a 1979, fue cuestionada después de la guerra del Golfo de 1991 y la respuesta estatal se centró principalmente en medidas de seguridad y autoritarias sin acabar con la fórmula. Durante ese período, el establecimiento oficial wahabí emitió fetuas a favor de trabajar con EEUU contra Saddam Hussein, que fueron desafiadas públicamente por activistas islamistas por primera vez en la historia de Arabia Saudí. Las autoridades saudíes tomaron medidas para regular el espacio público y contener el retroceso. A su vez, los islamistas formaron una oposición política en la diáspora y los elementos radicales recurrieron a la violencia y declararon la guerra a EEUU. Aun así, este período supuso también el surgimiento de una corriente progresista con el auge de los canales de televisión por satélite y, más tarde, de internet.
Entonces sucedió el 11 de septiembre. El pacto informal se deshizo, argumenta Alamer, y los progresistas fueron una herramienta utilizada por la élite política para acabar con él. En otras palabras, los pilares gemelos de la Fórmula Faisal chocaron con las Torres Gemelas. Como declaraba Alamer: “Al igual que los héroes griegos cuya gloria no es completa hasta que mueren cumpliendo sus actos más nobles, esta corriente pereció en el momento en que se aplastó la Fórmula Faisal”.
La Primavera Árabe presentó otro dilema para Arabia Saudí: si bien la corriente progresista la ayudó a contrarrestar el islamismo en términos de derechos, minorías y libertades sociales, también impulsó discusiones sobre ideales democráticos y cambios constitucionales. La victoria de la corriente contra el islamismo ocurrió justo antes de la ola de levantamientos populares que exigían un cambio democrático en la región, lo que naturalmente llevó a los saudíes a tomar una posición hostil hacia esta corriente.
Si bien el islam político fue el objetivo durante este período, los ganadores y perdedores no se limitaron necesariamente a los dos lados principales de la lucha. Los progresistas pueden haberse debilitado, pero no antes de allanar el camino conceptual e ideológicamente para que surgiera un nuevo movimiento, y cualquier reforma introducida en el reino en las últimas dos décadas sucedió con su ayuda o durante su ascenso. Es probable que el movimiento progresista, opuesto tanto a los islamistas como al Estado, no haya muerto. Más bien, es a la vez latente y cauteloso. Es comprensible que tales voces anden con cuidado bajo la atmósfera política actual de represión y falta de claridad, pero las raíces de este movimiento ya existen y no es necesario que se formen desde cero. El movimiento antiislamista probablemente moldeará el panorama ideológico del reino en los próximos años, a medida que las fuerzas del islamismo continúan decayendo.
Tanto el islam político como el wahabismo se debilitaron, mientras que las ideas progresistas tienen un espacio y un futuro en el reino que los dos primeros no tienen. El wahabismo no fue el objetivo directo de la guerra estatal contra el islamismo, pero salió como un perdedor por razones que van más allá del enfoque estatal.
Ese atractivo del wahabismo disminuyó a mediados de la década de 2000. Pero, su desintegración comenzó antes, específicamente con los ataques del 11 de septiembre, el movimiento aún se había beneficiado de la turbia situación porque el auge del yihadismo en Irak y Afganistán mantuvo a flote ideas como el tawhid; y los yihadistas plantearon las mismas consignas, pero pasó un tiempo entre las diferencias y desencuentros entre el wahabismo y el salafismo-yihadismo —un movimiento que fusionó las ideas revolucionarias del islam político con las enseñanzas fundamentalistas del salafismo y el wahabismo— se amplificaran en público. Los salafistas yihadistas se beneficiaron de la infraestructura ideológica o el trabajo preliminar establecido por el wahabismo y el islamismo, pero forjaron su propio espacio distintivo, particularmente después del 11 de septiembre y las guerras regionales que siguieron. El atractivo del wahabismo se redujo aún más con los levantamientos árabes, mientras sus rivales liberales y radicales se sumaban a los conflictos contra sus regímenes, y a la vez que un establecimiento wahabí ya fragmentado y vaciado se mantuvo firme en el statu quo.
Los dobles golpes finales para los wahabíes se produjeron cuando sus patrocinadores saudíes dejaron de apoyarlos y cuando el ascenso del grupo Estado Islámico en 2014 centró la atención en el wahabismo y el extremismo en general. Años antes de que el príncipe heredero hablara sobre el wahabismo en público, el exrrey Abdullah Bin Abdulaziz hizo algo sin precedentes para un monarca saudí: salió en la televisión nacional, sentó a los principales ulemas del clero wahabí y los reprendió, en una declaración que fue ampliamente reportada y discutida en el reino. Les dijo: “Veo pereza y silencio en ustedes”. En el Golfo, tales desacuerdos o declaraciones se hacían a puerta cerrada. Este breve comentario sobre su incapacidad para movilizarse contra la nueva amenaza fue degradante para el establecimiento clerical altamente respetado y poderoso del reino, reflejando su decepción con su débil respuesta al Estado Islámico —cuyos clérigos a veces se formaron a manos de los wahabíes o tomaron mucho prestado de la literatura wahabí— mientras avanzaban a través de franjas de Irak y Siria después declarando un califato histórico y prometiendo expandirse a “la tierra de los dos lugares sagrados” en La Meca y Medina.
Para ser justos, este era un problema que tenían muchas instituciones clericales en la región, ya que tendían a ser más lentos y pedagógicos en la forma en que intentaban repudiar o contrarrestar la astuta y estimulante propaganda yihadista. El doble ataque de los polos opuestos liberal y yihadista también desorientó al wahabismo y le dificultó navegar las nuevas aguas políticas y religiosas en casa y en la región.
Ocho años después de ese raro comentario, Bin Salman llevó la lucha mucho más lejos. Realizó los comentarios más claros contra el wahabismo por parte de un líder saudí en una amplia entrevista televisiva durante el mes de ayuno de Ramadán el año pasado, cuando las familias se reunían alrededor de la televisión. Le dijo al entrevistador que Arabia Saudí no está sujeta a las enseñanzas de Ibn Abd Al Wahhab. Incluso la elección del entrevistador fue notable, ya que Abdullah Al Mudaifer es conocido por entrevistar a exextremistas o clérigos que moderaron sus puntos de vista en los últimos años. Bin Salman dijo que el énfasis en las enseñanzas del fundador del wahabismo equivale a idolatrar a un ser humano, lo que iría en contra de las mismas enseñanzas del jeque fundador. La respuesta completa a la pregunta del entrevistador es dura y condenatoria a los principios básicos del establecimiento wahabí:
“Cuando nos comprometemos a seguir a cierta escuela o erudito, esto significa que estamos deificando a los seres humanos. Si el jeque Muhammad Ibn Abdel Al Wahhab estuviera con nosotros hoy y nos encontrara comprometidos ciegamente con sus textos y cerrando nuestras mentes a la interpretación y la jurisprudencia mientras lo deifican y santifican, él sería el primero en objetar esto. No existen escuelas de pensamiento fijas y no existe una persona infalible. Debemos participar en la interpretación continua de los textos coránicos, y lo mismo ocurre con las tradiciones del Profeta. Uno no puede ir y reinventar la rueda. El mundo sigue leyes claras que regulan la vida de las personas. Nuestro rol es asegurarnos de que todas las leyes aprobadas en Arabia Saudí reflejen lo siguiente: […] que no violen el Corán y las tradiciones del Profeta, siendo el Corán nuestra constitución; que no contradigan nuestros intereses; que preserven la seguridad e intereses de los ciudadanos, y que coadyuven al desarrollo y prosperidad del país. Entonces, las leyes se aprueban con base en este procedimiento de acuerdo con las convenciones internacionales”.
Para los líderes saudíes, el wahabismo ahora no era sólo una obstrucción para el desarrollo y la modernización con su rigidez, sino que recientemente también resultó inútil cuando más se necesitaba para defender efectivamente al Estado contra una nueva amenaza.
Mientras tanto, múltiples razones, desde los efectos de los levantamientos árabes y el surgimiento del Estado Islámico hasta la creciente influencia de los rivales geopolíticos en Irán y Turquía, se unieron para hacer que Arabia Saudí se centre más en fortalecer el frente interno y se aleje de su respaldo global al movimiento wahabí. El país se movió para cerrar mezquitas y organizaciones benéficas en todo el mundo, incluso en Rusia y Europa. Por ejemplo, durante una reunión con Vladimir Putin en Moscú en octubre de 2017, el rey Salman Bin Abdulaziz supuestamente acordó cancelar la financiación y el proselitismo de las mezquitas. En febrero de 2018, Riad hizo un movimiento similar cuando cedió el control de la mezquita más grande de Bélgica, conocida como caldo de cultivo para el extremismo.
El wahabismo ya no estaba respaldado por una agenda estatal en el escenario global, y su capacidad para ayudar a establecer la agenda doméstica se desvaneció de manera similar, con la abolición de su temible policía religiosa, el levantamiento de la prohibición de conducir a las mujeres y la relajación de las restricciones sociales y de mixtura de género.
Uno de los antiguos adherentes destacados del wahabismo, Yasir Qadhi, habló sobre cómo el wahabismo de hoy ya es drásticamente diferente de cómo era en los siglos XVIII y XIX. Estadounidense de ascendencia pakistaní, Qadhi creció en Arabia Saudí, aprendió con varios clérigos wahabíes y se educó en la Universidad Islámica de Medina. En 2014, después de haberse distanciado públicamente del wahabismo, Qadhi habló de tres transformaciones por las que ha pasado el wahabismo, culminando con un movimiento hoy que está demasiado diluido en relación con cómo comenzó. Según él, la primera fase fue el período original durante la vida de Ibn Abd Al Wahhab, quien murió en 1792; el segundo siguió a la domesticación de la rebelión bajo el rey Abdulaziz, en la que el wahabismo se atenuó significativamente, como lo encarnan las ideas de Muhammad Ibrahim Al Sheikh, quien murió en 1969; el tercero es el moderno ‘saneado’, encarnado por Abdel Aziz Bin Baz y Muhammad Ibn Uthaymeen, fallecidos en 1999 y 2001 respectivamente. Sin especificar su naturaleza, Qadhi agregó que se está gestando una cuarta etapa.
Sin embargo, sea lo que sea en que se esté transformando el wahabismo, no conducirá a una nueva oportunidad de vida. En Arabia Saudí y más allá, el wahabismo estuvo perdiendo terreno durante demasiados años. Los factores que una vez lo ayudaron a crecer ya no existen. Políticamente, el Estado ya no necesita la ideología, que no habría florecido sin el Estado. Incluso si el Estado saudí decidiera cambiar su opinión sobre la utilidad del wahabismo, no podría revertir la tendencia. El wahabismo se quedó sin gasolina ideológicamente antes que políticamente. La ideología, a veces vista como una secta distinta incluso de la tradición suní de la que surgió, durante mucho tiempo había proyectado un poder desproporcionado a su atractivo y fuerza real porque tenía el respaldo de un reino poderoso y rico y una vasta red de donantes ricos y generosos. Esa burbuja ahora estalló, y el wahabismo se reduce a su tamaño correcto de ser un actor menor en el panorama musulmán, incluyendo progresivamente a Arabia Saudí.
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Hassan Hassan es el fundador y editor en jefe de New Lines, y coautor de “ISIS: Inside the Army of Terror” (ISIS: Dentro del Ejército del Terror).
N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Line Magazine el 22 de febrero de 2022.