Por Spyridon Litsas para The Cairo Review for Global Affairs
¿Qué sucede si Estados Unidos y otras potencias occidentales comienzan a reiniciar sus vínculos con los Talibán?
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Afganistán bajo los Talibán puede tambalearse al borde de un colapso sistémico. Los analistas se preguntan cómo se impondrá la estricta interpretación de la ley islámica de los talibán a los ciudadanos afganos y cuáles serán las repercusiones del gobierno en el equilibrio de poder regional. En un futuro cercano, Estados Unidos y otros países occidentales pueden verse tentados a apoyar al nuevo régimen Talibán en Kabul porque se posicionó como una organización de base, con un amplio sostenimiento en todo Afganistán y una alternativa más segura al Estado Islámico “Provincia de Khorasan”, una rama local recién formada del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL). Sin embargo, tal acuerdo entre Estados Unidos y los Talibán sería perjudicial para el prestigio estadounidense y occidental en todo el mundo.
El gobierno de los Talibán en Afganistán está destinado a hacer retroceder los avances sociales, especialmente los de las mujeres, en todo el país. Además, las formas en que los Talibán gobiernan actualmente el país son, en última instancia, insostenibles. Si el país cae en una guerra civil, se dividirá entre milicias beligerantes separadas.
Las próximas decisiones que tomen los líderes de Washington y otras capitales europeas en relación con Afganistán serán fundamentales para mantener el papel y la influencia de Occidente en el orden mundial moderno. Si Washington mejorara las relaciones con los Talibán, como podría ser necesario para combatir la creciente insurgencia en el país, la comunidad internacional consideraría que Estados Unidos se retracta de su anterior postura contra un régimen que albergaba a uno de los mayores enemigos de Estados Unidos, Osama Bin Laden.
Sociedad y economía
En las primeras horas después de que los Talibán tomaron el poder en Kabul, el sector bancario congeló los activos de miles de ciudadanos. Esto era de esperarse ya que las reservas de divisas —USD9.000 millones— del Banco de Afganistán, el banco central del país, de las cuales la mayor parte se encuentran en Estados Unidos, ya estaban congeladas debido a los acontecimientos políticos. Además, las potencias occidentales como Alemania siguieron el ejemplo de los estadounidenses y suspendieron su ayuda exterior. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial tomaron la misma vía. El resultado de este colapso financiero fue un éxodo de afganos que buscaban evitar el control Talibán. Esta nueva fuga de cerebros afganos fue el resultado del regreso de los Talibán.
Además, mientras que las escuelas y universidades están ahora abiertas para todos los estudiantes varones, sólo en algunas provincias del norte —donde el papel de la mujer es más elevado que en el sur más conservador— se permite a las estudiantes mayores de 12 años continuar su educación. Según la interpretación que hacen los Talibán del Islam, una mujer tiene prohibido salir de su casa sin ser acompañada por un pariente masculino cercano. Esta condición previa perjudica las posibilidades de las mujeres de proseguir su educación y su carrera. Si esta situación continúa, los Talibán pueden estar estableciendo un nuevo estado de apartheid contra las mujeres.
La falta de progreso económico en el país, junto con la desconfianza de los mercados internacionales, produjo un sombrío panorama para todos los afganos. Prontamente, los Estados occidentales tendrán que tomar una decisión de consenso sobre si ayudar o no económicamente a Afganistán para evitar un desastre humanitario, a pesar de las violaciones de derechos humanos por parte de los Talibán.
La brecha de seguridad
Ahora que los Talibán están en Kabul, los lazos continuos con Al Qaeda pueden avanzar a un nivel más alto, más cercano al de los años previos al 11 de septiembre de 2001. No sorprende que para celebrar el regreso al poder de los Talibán, Al Qaeda emitiera una declaración de que “el camino de la yihad es el único camino que conduce a la victoria”.
A pesar de los sistemáticos esfuerzos militares de Estados Unidos y la OTAN, Al Qaeda logró sobrevivir en la frontera entre Afganistán y Pakistán durante los últimos veinte años. Muchas razones contribuyeron a esto. Primero, la estructura elástica de Al Qaeda difiere de la rígida jerarquía del Estado Islámico. Era mucho más fácil para Al Qaeda existir escondido de las fuerzas estadounidenses, con una pequeña cantidad de unidades que rara vez estaban en contacto entre sí y dispersas por Afganistán y en las provincias montañosas de Pakistán. A diferencia del Estado Islámico, Al Qaeda nunca intentó establecer una capital o solidificar sus acciones a través de una red centralizada que hubiera hecho mucho más fácil rastrear a sus combatientes.
En segundo lugar, la resiliencia de Al Qaeda se puede atribuir al apoyo de la organización a las tribus pashtunes a lo largo de la frontera entre Afganistán y Pakistán. Debido a la topografía de la región Pashtun —remota y de difícil acceso debido a las altas montañas que la rodean—, las fuerzas de la OTAN demostraron no estar calificadas para controlar la región de manera eficiente. La mayoría de las tropas de la OTAN que estaban estacionadas en Afganistán no estaban entrenadas en operaciones de montaña, ofreciendo una ventaja militar a los insurgentes para buscar refugios seguros en las áreas montañosas remotas de Hindú Kush y más allá.
Esta circunstancia permitió que tanto los Talibán como Al Qaeda se movieran libremente y sin ser detectados sobre una gran extensión de terreno, desencadenando una de las estratagemas más antiguas de la guerra de guerrillas: esperando que el otro lado se derrumbe sin comprometerse con una confrontación abierta. Este enfoque indirecto fue asistido por el continuo apoyo material de los señores de la guerra locales.
Actualmente, el Estado Islámico-Provincia de Khorasan (EIPK) comenzó a desafiar, tanto militar como ideológicamente, a los Talibán y Al Qaeda en Afganistán. El EIPK fue formado en 2014 por miembros talibán y de Al Qaeda que desertaron al Estado Islámico. Es más, el EIPK se volcó contra el nuevo régimen en Kabul por razones ideológicas y actualmente es responsable de varios ataques en Afganistán y la región en general. El ataque al aeropuerto de Kabul a fines de agosto que dejó 182 muertos, entre ellos trece soldados estadounidenses, y 150 heridos fue el primer ataque de EIPK, pero fue seguido por una serie de asesinatos en el país, incluso en las provincias chiítas del norte. En estos ataques, el Estado Islámico apuntó abiertamente a Al Qaeda y los Talibán, acusándolos de ser apóstatas del califato islámico global. Es importante destacar que, a pesar de los asesinatos de EIPK y los ataques, mantiene una comunicación abierta con la red Haqqani, una facción influyente dentro de los Talibán.
Un Estado fallido
Durante los últimos cuatro meses, la situación en Afganistán evolucionó y parece estar tendiendo hacia un caos político en toda norma. Ya se afianzaron las luchas internas militares y políticas. Por ejemplo, los Talibán estuvieron implementando purgas sistemáticas contra ciudadanos y oficiales militares del status quo político anterior a agosto. Mientras tanto, el EIPK estuvo liderando ataques contra los grupos Talibán, Al Qaeda y las comunidades chiítas. A su vez, varios grupos chiítas en el norte, como la Brigada Fatemiyoun, se armaron y movieron contra el EIPK. Esto le brinda a Irán una oportunidad, o alternativamente una buena excusa, para expandir su influencia en las provincias chiítas del norte de Afganistán, al afirmar que está enviando fuerzas armadas para prevenir un desastre humanitario y proteger a la minoría chiíta hazara.
Dentro de los propios Talibán, la probabilidad de un enfrentamiento entre sus facciones más sólidas —las redes Yaqoob y Haqqani— siempre es fuerte. La facción Yaqoob está bajo el liderazgo de Mohammad Yaqoob, el actual Ministro de Defensa en Afganistán e hijo del fundador talibán, Mullah Mohammed Omar. Yaqoob de unos 31 años, es joven y ambicioso, y es popular entre los seguidores del Talibán debido a su padre. Esto convierte a Yaqoob en un retador abierto para el actual liderazgo. La facción Haqqani, por su parte, es el vehículo personal del Ministro del Interior, Sirajuddin Haqqani. Actualmente es una de las facciones políticas más poderosas dentro de los Talibán, principalmente debido a que los Haqqani ganaron notoriedad por los ataques violentos que realizaron contra la fuerzas armadas de la OTAN / EE.UU y sus aliados afganos.
Cada una de esas facciones se esforzó por monopolizar el control de Afganistán por su cuenta. Mientras tanto, tanto Mohammad Yaqoob como Sirajuddin Haqqani aspiran a ser los futuros jefes de Estado en un futuro próximo, desafiándose abiertamente unos a otros y al actual gobierno Talibán. Un conflicto civil dentro de los Talibán puede intensificar el antagonismo ya violento entre Al Qaeda y EIPK, que pueden crear motivos para la intervención de fuerzas externas. El compromiso multidimensional de Irán en la provincia de Herat, con el pretexto de proteger a las comunidades chiítas, revela cómo pueden desarrollarse las cosas en el próximo período si las potencias externas se vuelven activas dentro de Afganistán.
Como se mencionó anteriormente, el país está experimentando una fuga de cerebros paralizante con miles de jóvenes con altos niveles de educación que buscan una nueva vida en el extranjero. Esta es una condición que sólo empeorará a medida que aumente el desempleo y Afganistán enfrente una crisis económica. También pueden surgir fallas como resultado de la rápida disminución del nivel de vida del pueblo afgano, o como consecuencia de la negligencia de los Talibán a la hora de establecer un sistema de gobierno eficaz capaz de gestionar una crisis de mega escala como la pandemia de COVID-19.
Tomando un camino nunca transitado
Si Afganistán y el nuevo régimen Talibán no pueden hacer frente a los crecientes problemas del país, entonces Estados Unidos y la OTAN se enfrentarán a las siguientes dos opciones. La primera será hacer la vista gorda ante lo que está sucediendo en Afganistán y permitir que el país se convierta en un centro de radicalismo y caos en el corazón de Asia Central. El segundo será ayudar a los Talibán a derrotar a EIPK otorgando al régimen ayuda financiera y/o militar.
En el primer escenario, Afganistán descenderá a una sangrienta guerra civil con múltiples milicias. En este escenario, la seguridad en los Estados vecinos se verá muy afectada. En el segundo escenario, Estados Unidos y otras potencias occidentales realmente apoyarán a los Talibán. La lógica en torno a esto, para los observadores externos será un enfoque de política real de los hechos sobre el terreno. Los partidarios de esta segunda opción postularon que es mejor apoyar a un antiguo enemigo, los Talibán, en lugar de entregar Afganistán al EIPK.
En cualquier caso, el prestigio de los Estados Unidos se verá gravemente dañado. No hacer nada se ve mal. Sin embargo, apoyar a un régimen deshonesto que una vez estuvo aliado con Osama Bin Laden y que mató a miles de estadounidenses el 11 de septiembre se ve aún peor. Por lo demás, sería casi suicida que Washington permitiera a Pekín, Moscú o Teherán establecer su presencia en Afganistán y desarrollar sus propias políticas aprovechando las cambiantes condiciones sociales, que hoy sólo existen, en parte, antes de proyectos financiados con el dinero de los contribuyentes estadounidenses desde hace dos décadas.
Por último, pero no menos importante, Estados Unidos ya está en el lado receptor de los resultados de su caótica retirada de Afganistán. Muchos aliados cercanos acusan abiertamente a Washington de no haberles notificado antes de la evacuación de los marines estadounidenses de Kabul. Mientras que otros toman este proceso de desconexión como una prueba sólida de que el llamado “siglo estadounidense” terminó. Esto está provocando que varias capitales occidentales sean más espontáneas, o aventureras, en sus relaciones diplomáticas con Rusia o China. Aunque la retirada generará varios beneficios económicos y políticos a nivel nacional para el gobierno estadounidense, también creará extravíos diplomáticos.
El único caso que puede ser factible para Afganistán es si Washington incuba una nueva élite política de expatriados afganos que actualmente viven en Occidente, para reemplazar a los Talibán. Esto se puede hacer proporcionando becas académicas extendidas en instituciones de la Ivy League que producirán una nueva generación de afganos, que se criará en el extranjero y tendrá la capacidad intelectual para traer nuevos vientos de cambio cuando sea el momento adecuado.
Con el fin de obtener el apoyo de base para estos líderes afganos nacidos en el extranjero, será vital que Estados Unidos y sus aliados occidentales establezcan estaciones de radio y televisión de “Afgán-Libre”. Estas estaciones darán tiempo al aire a destacadas figuras anti-talibán afganas, que pueden proporcionar una narrativa contraria a la ideología de los talibán. Para conectarse con los jóvenes afganos, también será necesario financiar las redes sociales afganas y los podcasts de Youtube. Para un acercamiento más inmediato, Estados Unidos debe mostrarle al régimen Talibán que está bajo estrecha vigilancia y que sus acciones tendrán consecuencias negativas a nivel diplomático.
En realidad, la retirada estadounidense no es el final de la crisis que comenzó inmediatamente después del 11 de septiembre, sino el comienzo de una nueva crisis que actualmente afecta a Afganistán y a la región en general. Entonces, no sería sorprendente presenciar lo impensable, es decir, la ayuda exterior a los Talibán para erradicar el ascenso de los ultrarradicales del EIPK que están desafiando a los radicales de la corriente principal. Sin embargo, si las potencias occidentales brindan tal ayuda, en última instancia, será destructiva para el país y los Estados circundantes. Cualquier oferta de Washington a los Talibán fortalecerá el régimen a la vista del público, mientras que también enviará el mensaje equivocado a otros grupos radicales en todo el mundo de que Estados Unidos está adoptando un nuevo enfoque diplomático que es flexible con elementos rebeldes que ejercen una ciega violencia.
Para mantener el compromiso estadounidense y occidental en Asia Central y el resto del mundo, será necesario que los líderes occidentales tomen el proverbial “camino nunca transitado” de Robert Frost. En lugar de sentarse en silencio y no hacer nada, como escribe Frost, o apoyar a un enemigo jurado, Estados Unidos y sus aliados deben aportar su considerable apoyo intelectual, militar, y el aparato mediático en primer plano para combatir no solo a los Talibán y Al Qaeda sino también al EIPK; de esa manera, las generaciones venideras en Afganistán y la región en general pueden vivir en seguridad y protección.
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Spyridon Litsas es profesor de Seguridad Nacional en la Academia Rabdan (Emiratos Árabes Unidos) y profesor de Teoría de las Relaciones Internacionales en la Universidad de Macedonia (Grecia). Es autor de “Política exterior de Estados Unidos en el Mediterráneo oriental: política de poder e ideología bajo el sol”.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por The Cairo Review el 17 de enero de 2022.