Por Hashem Abushama para Institute for Palestine Studies
Tantura era un pueblo palestino al sur de Haifa. Antes de la Nakba, tenía una población de unos 1.500 palestinos (N.d.T.: Se conoce como Nakba al éxodo palestino, de 1948, cuando más de 700.000 árabes palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares durante la guerra). En 1948, sus residentes palestinos fueron desposeídos y masacrados por el 33º Batallón de la Brigada Sionista Alexandroni.
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La aldea fue destruida en su mayor parte, aunque se conservan un santuario, una fortaleza y algunas casas, que se mantienen en pie en lo que ahora es una zona recreativa israelí. También queda una fosa común. Sus dimensiones son 35 metros de largo y cuatro de ancho. Al parecer, contiene entre unas pocas docenas y más de 200 cadáveres enterrados de hombres palestinos que fueron masacrados entre el 22 y el 23 de mayo de 1948. Esta masacre, largamente documentada y narrada por sus testigos y supervivientes palestinos, fue objeto de un creciente escrutinio por parte de la academia y los medios de comunicación israelíes en las últimas tres décadas. Los debates en torno a ella nos hablan más de la historiografía israelí que de los palestinos masacrados. Reflejan las relaciones de poder coloniales más amplias que determinan quién recuerda, cómo recuerda y según los archivos de quién.
El 22 de enero, el periódico israelí Haaretz publicó un artículo con testimonios de veteranos israelíes que admitían la masacre de Tantura. El artículo renovó los debates en torno a la historiografía de la masacre. El artículo hace referencia al nuevo documental de Alon Shwarz, Tantura, que se proyectó dos veces durante el Festival de Cine de Sundance de este año. En la película, nos enteramos de que un ‘salvaje [soldado] utiliza una subametralladora al final de la batalla’. Otro soldado utiliza su pistola para matar a ‘un árabe tras otro’, y otro soldado mete a los palestinos en un barril y les dispara. Estos palestinos, todos ellos hombres, fueron luego enterrados a toda prisa en una fosa común, bajo lo que ahora es el aparcamiento de la popular playa israelí de Dor.
Existe un notable vínculo entre las artes y el ocio israelíes y la desposesión de los palestinos. Las aldeas palestinas despobladas por la fuerza, como las de Tantura, Al Zeeb y ‘Ayn Hawd, se convierten a menudo en zonas de recreo y colonias de artistas israelíes. Lo que los palestinos abordan, recuerdan y reviven como “escenas de desposesión“, los israelíes simplemente lo viven como ocio.
El artículo de Haaretz corroboraba el ‘descubrimiento’ de la fosa común por parte de un estudiante de posgrado israelí, documentado en su tesis de maestría de 1998. Los veteranos israelíes implicados en la masacre presentaron una demanda contra el estudiante, lo que llevó a la descalificación final de su disertación. La disertación suscitó un debate público dentro de la historiografía israelí sobre la masacre. Mientras que Ilan Pappé, uno de los nuevos historiadores de Israel, determinó que sí había tenido lugar una masacre en Tantura, otros historiadores israelíes lo negaron rotundamente o argumentaron que “a falta de más pruebas, esto debe seguir siendo una especulación”.
La historia de Haaretz y las discusiones que suscitó nos dicen más sobre quién tiene autoridad para narrar que sobre los palestinos masacrados. Aunque es valioso excavar todos los detalles posibles sobre estas atrocidades, el hecho de que estos debates se basen casi exclusivamente en nuevos descubrimientos de materiales de archivo coloniales (como los archivos de las Fuerzas de Ocupación israelíes) o en testimonios de los autores, en lugar de archivos palestinos y testimonios de testigos y supervivientes, es en sí mismo un reflejo del poder colonial. En todo caso, demuestra que los archivos coloniales, los perpetradores coloniales y los académicos coloniales están automáticamente dotados de la autoridad para narrar.
Durante décadas, los palestinos contaron repetidamente estas historias. Sin embargo, como nos recuerda la socióloga feminista palestina Anaheed Al Hardan, fue necesario que los ‘nuevos historiadores israelíes’, cuya única novedad era el acceso a los archivos coloniales, aceptaran parcial y selectivamente algunos de los acontecimientos de la Nakba de 1948. La ‘sorpresa’ de la academia y los medios de comunicación israelíes ante el ‘descubrimiento’ de estos acontecimientos son intentos de aislar y excepcionalizar dichos hallazgos. No es una coincidencia, entonces, que el autor del artículo de Haaretz concluya con: “El asunto de Tantura ejemplifica la dificultad que tuvieron los soldados de la guerra de 1948 para reconocer el mal comportamiento que se produjo en esa guerra: actos de asesinato, violencia contra los residentes árabes, expulsión y saqueo”. La masacre se convierte en un ‘asunto’ y luego se excepcionaliza como ‘mal comportamiento’. El lector se ve casi obligado a simpatizar con los autores, que se enfrentan a la dificultad de reconocer lo que cometieron. La desposesión y el asesinato sistemáticos de palestinos, y el consiguiente borrado de las geografías palestinas, se reducen a acontecimientos excepcionales que esperan la confirmación de los autores israelíes, la evaluación de los académicos israelíes y el reconocimiento de los medios de comunicación israelíes.
La historia y el presente de Palestina nos muestran muchas Tanturas. El edificio colonial de los colonos israelíes sigue borrando la geografía palestina y exigiendo la expulsión y el asesinato de palestinos: el objetivo de la limpieza étnica nunca cambió. Los testimonios de los palestinos que documentan la masacre de Tantura existen desde principios de la década de 1950. El clérigo musulmán palestino Haj Muhammad Nimr Al Jatib, que fue miembro activo del Comité Nacional Árabe de Haifa, publicó el libro “Min Athar Al Nakba” (en español, Consecuencias de la catástrofe). Su obra, que incluye testimonios de refugiados, hace referencia a la masacre de Tantura y denuncia casos de violación de mujeres palestinas por parte de soldados israelíes.
A raíz de la ‘polémica’ en torno a la tesis del estudiante israelí, el investigador palestino afincado en Damasco, Mustafa Al Wali, recogió testimonios espeluznantes y desgarradores de supervivientes de la masacre, muchos de los cuales fueron desplazados a campos de refugiados en Siria. Los testimonios complementaron las pruebas ya existentes de que efectivamente se había cometido una masacre. Uno de los supervivientes, Farid Taha Salam, recuerda cómo “se llevaron a grupos de hombres uno por uno, y no supimos qué les pasó”. Y añade: “Taha Mahmud Al Qasim fue uno de los que regresó con vida. Nos dijo que un judío había preguntado a su grupo: ‘¿Quién de aquí habla hebreo?’. Cuando Taha dijo que sí, el judío dijo: ‘Mira cómo mueren estos hombres y luego ve a decírselo a los demás’. Luego, alinearon a los otros hombres contra una pared y los fusilaron”. Otra superviviente, Sabira Abu Hanna, añade que “lo que le ocurrió a nuestro pueblo no es menos horrible que la masacre de Dayr Yasin”.
Además de estos testimonios, hay documentales producidos por cineastas árabes y palestinos que se centran en las atrocidades de Tantura. En su documental “Lost Paradise” (en español, Paraíso Perdido), la cineasta palestina Ibtisam Mara’na explora la política del recuerdo en su pueblo de Furaydis, al que escaparon muchas de las mujeres y niños de Tantura tras la masacre. A Mara’na le preocupa el silencio ensordecedor de la generación de sus padres sobre lo ocurrido durante la Nakba, incluida la masacre. Dice: “Mi padre, que entonces era un niño de 10 años, fue enviado a cavar las tumbas de los habitantes de Tantura”. Otro documental del cineasta libanés Arab Loutfi, titulado ‘Over their Dead Bodies: Tantura, the Forgotten Massacre” (en español, Sobre sus cadáveres: Tantura, la masacre olvidada”) (2008), explora los testimonios de los supervivientes de Tantura.
Estos testimonios no suscitan debates en la academia ni en los medios de comunicación israelíes. Si acaso, se abordan como ‘fragmentados’, ‘insuficientes’ y ‘sesgados’, como sugiere claramente el relato de Benny Morris. Son los testimonios de los perpetradores los que se toman como autorizados y rupturistas, como capaces de suscitar un debate que pueda establecer la masacre como un hecho histórico controvertido, aunque sea excepcional. Esto no es sorprendente. Como nos recuerda el historiador haitiano Michel-Rolph Trouillout, los silencios impregnan la producción de los relatos históricos, primero en la elaboración de las fuentes, luego en la de los archivos, después en la de los relatos y finalmente en la de la historia. Todos estos silencios están presentes en la historia de Haaretz. Las fuentes fueron los testimonios de los propios perpetradores; los archivos coloniales de las Fuerzas de Ocupación israelíes se mantuvieron limpios de este registro; las narrativas en torno al acontecimiento se negaron con vehemencia; y ahora su producción como ‘hecho histórico’ se impugna y se convierte en algo excepcional. Escribir la lucha palestina con el telón de fondo de estos silencios se convierte en una necesidad histórica.
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Hashem Abushama es candidato a doctorando en geografía humana en la Escuela de Geografía y Medio Ambiente de la Universidad de Oxford. Sus intereses de investigación se sitúan en la intersección entre las geografías urbanas, los estudios culturales y los estudios sobre los colonos.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Institute for Palestine Studies el 30 de enero de 2022.