Por Wendela de Vries para The Cairo Review of Global Affairs
Con los sistemas de combustibles fósiles asediadas por los militares y el caos climático que se avecina, la industria armamentista continúa aprovechando las nefastas oportunidades de lucro.
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Las consecuencias del cambio climático amenaza la supervivencia del planeta, siendo las personas de los países más pobres las primeras y las más afectadas. Sin embargo, el cambio climático es otra oportunidad más para ganar dinero. Con nuevas guerras e internos conflictos armados como consecuencia proyectadas del aumento de la escasez de tierra cultivable y agua dulce, la competencia por los combustibles fósiles continuará. A esto se suma el desarrollo de un nuevo mercado de armas ‘verdes’ y la militarización de las fronteras para inhibir a los refugiados climáticos, la industria de armas seguramente se beneficiará de la crisis climática. Es más, la exclusión de las fuerzas armadas de los objetivos internacionales de reducción de emisiones y el creciente gasto militar mundial acelera aún más este proceso.
La continua dependencia de los ejércitos occidentales de combustibles fósiles convierte a Medio Oriente en un importante cliente de las empresas de armas occidentales. Con el objetivo de controlar las reservas vitales de combustibles fósiles, los ejércitos occidentales transfieren armas en un esfuerzo por subcontratar el control regional y reforzar la capacidad militar de los estados receptores. El comercio de armas a aliados como Egipto o Arabia Saudita sigue siendo enorme, representando el 35% del total de las importaciones mundiales de armas entre 2015 y 2019. Sin embargo, este comercio no está en consonancia con el Tratado de Comercio de Armas de la ONU y la Posición Común de la UE sobre exportaciones militares. Estos países, como potencias regionales que controlan tanto las fuentes de combustibles fósiles como las líneas de transporte marítimo, cumplen un rol militar crucial en invalidar cualquier escrúpulo de paz o derechos humanos que puedan tener los gobiernos exportadores de armas.
Aunque los militares son muy conscientes del cambio climático y tienen que lidiar con sus consecuencias, la OTAN prioriza su postura de disuasión y defensa sobre la reducción de emisiones. La infraestructura militar se vuelve más independiente de la energía, pero los experimentos con combustible de propulsión sostenible, una de las mayores fuentes de emisiones militares, se enfrentan a limitaciones técnicas, financieras y medioambientales. La forma más realista de reducir las emisiones militares es reducir las propias fuerzas armadas. En un mundo donde las mayores amenazas provienen de problemas globales, como las pandemias y el cambio climático, la cooperación internacional brindará más seguridad que la competencia militar.
El complejo vínculo entre el comercio de armas y los combustibles fósiles
El comercio internacional de armas y el petróleo están indisolublemente ligados. Los ejemplos más claros de esto son los acuerdos literales de armas por petróleo. La más conocida es la serie de acuerdos de armas de Al Yamamah entre el Reino Unido y Arabia Saudita —el mayor negocio de armas de Gran Bretaña hasta la fecha. Los acuerdos, el primero de los cuales se concluyó en 1985 y el más reciente de los cuales abarca la venta de aviones de combate Eurofighter Typhoon en 2008, le otorgó al contratista principal BAE Systems decenas de miles de millones de libras. Arabia Saudita pagó al Reino Unido entregando hasta 600.000 barriles de petróleo crudo por día. Los acuerdos estuvieron rodeados de acusaciones de corrupción; una investigación de la Oficina Británica de Fraudes Graves fue abortada en 2006 bajo la presión de los gobiernos británico y saudí.
De manera más general, los combustibles fósiles fueron uno de los principales impulsores de muchas guerras e intervenciones militares recientes. El combustible es esencial para las economías de consumo masivo de los países occidentales. Como se formula en el Concepto Estratégico de la OTAN: “todos los países dependen cada vez más de las rutas vitales de comunicación, transporte y tránsito de las que dependen el comercio internacional, la seguridad energética y la prosperidad”.
Los combustibles fósiles no solo son esenciales para las economías, sino que también son una condición previa para la acción militar; son tan esenciales como las bombas y las municiones. No existe superioridad militar sin energía y los combustibles fósiles son la fuente principal. Acceso ininterrumpido a la energía —seguridad energética— es una condición previa para ganar una guerra. “La seguridad energética debe ser un elemento constante que debe ser monitoreado, evaluado y consultado entre los Aliados”, escribe el Grupo de Reflexión de la OTAN de alto nivel en un documento de 2020 que prepara una nueva estrategia de la OTAN.
Si bien la infraestructura militar está en camino de volverse más independiente desde el punto de vista energético, es mucho más difícil actualizar las fuentes de combustible para el transporte militar y la movilidad, que es donde se produce la mayor parte de la contaminación climática. No se espera pronto un cambio hacia el combustible de propulsión sostenible y, por lo tanto, el ejército seguirá siendo un gran consumidor de combustibles fósiles. Por esa razón, el control de las áreas ricas en combustible y las esenciales líneas marítimas para el suministro permanecerá en la cima de la lista de prioridades de los militares, no sólo para asegurar el propio acceso a los combustibles fósiles, sino también para tener la capacidad de negar el acceso a los principales competidores, en particular China.
Si nada cambia, el control de los recursos de combustible y las líneas de suministro seguirá siendo una prioridad máxima para los ejércitos occidentales durante los próximos años. Esto se debe al bloqueo de los combustibles fósiles causado por la inversión militar cada vez mayor junto con los largos ciclos de vida de la tecnología militar existente. Esta es una fuerza impulsora para la proyección del poder militar fuera del territorio occidental.
En particular, Medio Oriente está pagando un alto precio por la lucha por el control de los combustibles fósiles. Por ejemplo, la razón oficial de la invasión militar de Irak en 2003 por parte de Estados Unidos y sus aliados fue la afirmación, luego probada como falsa, por los servicios de inteligencia estadounidenses de que Irak poseía armas de destrucción masiva. Si bien la industria armamentista y las empresas militares privadas se beneficiaron considerablemente, los iraquíes pagaron un alto precio. Al menos 185.930 civiles perdieron la vida en la violencia desde el derrocamiento del régimen de Saddam Hussein.
Luego, en 2004, el ex vicepresidente estadounidense Dick Cheney fue honesto sobre la causa de la guerra: “el petróleo es único porque es muy estratégico. No estamos hablando de jabón en polvo ni de moda. La energía es realmente fundamental para la economía global. La Guerra del Golfo fue un reflejo de esa realidad”. En resumen, la guerra en Irak se libró para garantizar el libre flujo de petróleo.
Los aliados en el Medio Oriente juegan un rol central en asegurar el suministro de combustible occidental. Las exportaciones de armas se utilizan como un instrumento de política exterior y mediante la transferencia de armas, ya sea con fines de lucro o como obsequio, los países buscan mejorar la capacidad militar de los estados receptores. Mediante una especie de ‘subcontratación’ del control regional, los aliados reciben equipo militar, incluidas armas y entrenamiento.
El objetivo de controlar los combustibles fósiles conduce a transferencias de armas extensas e ininterrumpidas a países estratégicamente ubicados, como Egipto, Arabia Saudita e Israel. Es más, las importaciones de armas en el Medio Oriente aumentaron en un 61% entre 2010 y 2019 y representaron el 35% del total de las importaciones mundiales de armas entre 2015 y 2019. La mayoría de estas armas son proporcionadas por los Estados Unidos y las naciones europeas, que también son importantes compradores de combustibles fósiles de Medio Oriente. Por lo tanto, los países exportadores de armas experimentan una ventaja adicional cuando los ingresos por combustibles fósiles obtenidos en el Medio Oriente se ‘reciclan’ en sus economías. Al mismo tiempo, la cantidad de armas importadas tiene una correlación directa con la cantidad de petróleo exportado al proveedor de armas. Los países que dependen del petróleo tienden a exportar más armas a los estados ricos en petróleo, con la premisa de que ayudará a garantizar la estabilidad en estos países y evitará aumentos de precios.
Muchos de los principales clientes de la industria de armas de la UE son regímenes autoritarios y/o son culpables de violaciones internas de los derechos humanos. Los tratados y políticas para controlar el comercio de armas, como el Tratado sobre el Comercio de Armas de las Naciones Unidas y la Posición Común de la UE sobre exportaciones de armas, incluyen criterios que eviten la llegada de armas a países en los que se violan derechos o en situaciones de guerra. Sin embargo, estos criterios se formulan en términos deliberadamente vagos, específicamente para dejar espacio para que los intereses militares y estratégicos anulen la paz y los derechos humanos.
Una revisión de las exportaciones de armas de la UE solo en 2018 muestra las exportaciones a once países involucrados en conflictos armados, incluidos Argelia, Egipto, Libia, Israel y Turquía. La intención de la UE de “establecer altos estándares comunes que se considerarán como el mínimo para la gestión y la moderación de las transferencias de tecnología y equipos militares por parte de todos los Estados miembros [y] prevenir la exportación de tecnología y equipos militares que puedan ser utilizados para la represión interna o agresión internacional o contribuir a la inestabilidad regional” no parece funcionar en todas las situaciones. Los intereses económicos y militares anulan las consideraciones de paz y derechos humanos.
Lo mismo ocurre con las exportaciones de armas de Estados Unidos. Aunque el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, está preparando una revisión de la política de exportación de armas para aumentar el énfasis en los derechos humanos, dejó muy claras sus prioridades cuando su gobierno anunció importantes ventas de armas al régimen de Al-Sisi en Egipto en febrero. Un comunicado de prensa del gobierno argumentó que la venta “respaldaría la política exterior y la seguridad nacional de los Estados Unidos al ayudar a mejorar la seguridad de un importante país aliado no perteneciente a la OTAN que continúa siendo un importante socio estratégico en el Medio Oriente […] La venta propuesta apoyará a los barcos Fast Missile Craft de la Armada egipcia y proporcionará capacidades de defensa de área significativamente mejoradas sobre las áreas costeras de Egipto y los accesos al Canal de Suez”.
El petróleo es una prioridad, a pesar del conflicto
En un mundo que enfrenta un desastre climático, cabría esperar que las organizaciones de defensa se centrará menos en los combustibles fósiles. Este no es el caso. Los militares se están adaptando al cambio climático integrando los riesgos climáticos en las evaluaciones de seguridad, no reduciendo el consumo y las emisiones de combustibles fósiles. No es que no sean conscientes de las graves consecuencias que podría tener el cambio climático. La preparación de las tropas podría verse obstaculizada por las olas de calor; los sistemas de armas pueden sufrir temperaturas extremas. Las instalaciones, en particular las bases navales, son vulnerables a impactos como el derretimiento del hielo, el desmoronamiento de las costas y las condiciones climáticas extremas. En 2019, el Servicio de Investigación del Congreso de EE.UU. identificó más de 1.700 instalaciones militares globales situadas en las costas que podrían resultar vulnerables a los aumentos del nivel del mar. Además, una encuesta de 2019 del Departamento de Defensa de EE.UU. (DdD) que involucró 79 instalaciones advirtió que alrededor de dos tercios son vulnerables a inundaciones recurrentes y la otra mitad está amenazada por sequías o incendios forestales. Las fuerzas armadas están ocupadas adaptando su infraestructura, equipo y armas a condiciones climáticas extremas en lugar de invertir en alternativas renovables.
Es más, las consecuencias del cambio climático aumentarán el riesgo de conflicto. La disminución de los recursos, la escasez, la sequía, las inundaciones y el clima extremo alimentan las tensiones y se suman a otros factores inflamatorios, lo que aumenta la probabilidad de violencia. Hasta ahora, el cambio climático no fue un contribuyente principal al conflicto armado, pero los expertos predicen que se convertirá en un factor importante si los países no logran reducir las emisiones y el cambio climático continúa.
La OTAN acepta que el cambio climático dificultará el desempeño de las tareas de los militares y tiene consecuencias potencialmente desastrosas. El Plan de Acción de Seguridad y Cambio Climático de la OTAN establece: “las implicaciones del cambio climático incluyen la sequía, la erosión del suelo y la degradación del medio ambiente marino. Estos pueden provocar hambrunas, inundaciones, pérdida de tierras y medios de vida, y tener un impacto desproporcionado en las mujeres y las niñas, así como en las poblaciones pobres, vulnerables o marginadas, además de exacerbar potencialmente la fragilidad del Estado, alimentar conflictos, que conducen al desplazamiento, la migración y la movilidad humana, creando condiciones que pueden ser explotadas por actores estatales y no estatales que amenazan o desafían a la Alianza”.
Por las víctimas del cambio climático— las poblaciones pobres, vulnerables o marginadas que se verán obligadas a migrar —los países occidentales preparan una dura bienvenida. En respuesta al creciente número de refugiados y emigrantes, las fronteras se militarizan y luego se legitiman al presentar a los migrantes y refugiados como amenazas a la seguridad. Sin embargo, para la industria de armas y seguridad, esto ofrece oportunidades comerciales. Se estimó que el mercado mundial de tecnología fronteriza valía aproximadamente 17.500 millones de euros en 2018, con una tasa de crecimiento anual esperada de al menos el 8% en los próximos años. Las grandes empresas de armas, como Airbus, Thales, Leonardo, Lockheed Martin, General Dynamics, Northrop Grumman y L3 Technologies, se encuentran entre las que más se benefician de este mercado. Las dramáticas consecuencias del mercado de tecnología fronteriza se pueden ver en el Mediterráneo, donde los barcos apenas aptos para navegar son interceptados por las armadas o los guardacostas europeos y norteafricanos, lo que obliga a las personas desesperadas a tomar rutas migratorias aún más peligrosas.
Estimación y eliminación de emisiones de carbono
Según el Protocolo de Kioto de 1997, las fuerzas militares están excluidas de los objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Este compromiso, resultado de la influencia militar en el equipo de negociación de EE.UU debería haber ayudado a obtener el apoyo de EE.UU para el protocolo. Desafortunadamente, Estados Unidos nunca ratificó el acuerdo y la exención militar continuó.
Ahora, bajo el Acuerdo Climático de París de 2015, las naciones signatarias son libres de elegir si incluir o no las emisiones de carbono militar en sus objetivos de reducción. Esta decisión deja a los países de forma individual, una política cada vez más criticada por las organizaciones de la sociedad civil y los activistas climáticos. Tanto las emisiones de Alcance 1 (emisiones directas de sistemas y operaciones) como las emisiones de Alcance 2 (emisiones de infraestructura militar) no tienen obligaciones de reporte o reducción. Para un cálculo completo de las emisiones militares, deben incluirse las emisiones indirectas de la cadena de suministro militar (Alcance 3), aunque la producción de armas no se destaca de las cifras de emisiones de la industria nacional.
De hecho, se desconoce el alcance total de las emisiones de carbono militares—dado que no existe un requisito de reducción en virtud del Acuerdo de París, tampoco existe la obligación de informar—pero los investigadores dedujeron cifras de otras fuentes. Según el consumo de energía del Departamento de Defensa de EE.UU., se estima que, entre 2001 y 2018, las fuerzas militares de EE.UU. emitieron 1.267 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono equivalente (tCO2e), un estándar para convertir todos los gases de efecto invernadero en equivalentes de CO2 para fines de comparación. La parte de esas emisiones relacionada con la guerra— incluidas las principales zonas de guerra de Afganistán, Pakistán, Irak y Siria —se estima en más de 440 tCO2e. El ejército de los Estados Unidos por sí solo crea más emisiones de gases de efecto invernadero que calientan el planeta a través de sus operaciones de defensa que países industrializados enteros como Suecia y Portugal.
Para la UE, la huella de carbono del gasto militar de los estados miembros en 2019 fue de aproximadamente 24,8 millones de tCO2e, y la producción de armas por parte de la industria militar fue responsable de 1,7 a 2,3 millones de tCO2e. Las grandes empresas de armas europeas como Airbus, Leonardo y Thales se encuentran entre los mayores emisores de este sector.
El verdadero desafío radica en reducir las emisiones de Alcance 1 de barcos, aviones y vehículos de combate, que son significativamente mayores que las emisiones de infraestructura. Al igual que en el sector civil, el combustible de propulsión constituye un cuello de botella en la transición al funcionamiento sostenible del sector militar. Hasta ahora, el reemplazo del combustible de propulsión de origen fósil por alternativas sostenibles no despega. El transporte y la movilidad de los ejércitos occidentales modernos representan alrededor del 70% de su consumo de energía, la mayor parte del cual se consume en forma de combustible para aviones y diésel. Aunque las fuerzas terrestres y marítimas utilizan cantidades considerables, la fuerza aérea es el mayor consumidor de combustible para aviones de petróleo de todas las ramas de las fuerzas armadas.
Reducir las emisiones mediante la mejora de la eficiencia energética y la introducción de energía sostenible en la infraestructura es relativamente fácil y ya está en marcha. Los paneles solares y las instalaciones de biorresiduos contribuyen cada vez más al suministro de energía de las instalaciones militares, mejorando la resistencia de las fuerzas militares durante los conflictos. Su valor estratégico es indiscutible; las líneas de suministro de combustible son muy vulnerables, especialmente durante el despliegue.
La independencia energética de las bases e instalaciones militares salvará vidas humanas. Por ejemplo, los convoyes de combustible que suministran compuestos militares en Afganistán se encontraron con ataques notorios a lo largo de una carretera de miles de kilómetros a través de las escarpadas montañas de Pakistán. Para la industria militar, crea un nuevo mercado de productos de energía verde móviles para reemplazar los generadores tradicionales. Los sistemas de energía fácilmente transportables, fáciles de manejar y rápidos de configurar ya se anuncian como ´probados en combate’, lo que significa que su mérito se demostró en el campo de batalla, que es la máxima recomendación para productos militares. La energía renovable también se puede utilizar para fines modestos, como calentar o enfriar barracas o alimentar pequeños vehículos eléctricos.
El uso de fuentes de energía sostenibles en lugar de combustibles fósiles también tiene una ventaja financiera sustancial, ya que el consumo de combustibles fósiles representa una gran fracción del presupuesto militar. Sin embargo, esta ventaja podría disolverse cuando los planes futuristas impregnan los presupuestos militares. Uno de esos ambiciosos planes implica la transmisión de energía solar directamente desde el sol a puestos militares en lugares remotos. Una constelación de paneles solares montados en satélites recolectará energía en órbita y la transferirá a equipos móviles en la Tierra.
Los ingenieros de la Fuerza Aérea de EE. UU. están desarrollando serios planes, y la cuarta compañía militar más grande del mundo, Northrop Grumman, es el contratista principal, y recibió un premio de $100 millones para desarrollar aún más la tecnología. Al hacer que la infraestructura militar sea más eficiente desde el punto de vista energético e introducir energía renovable o sostenible con fines estratégicos y financieros, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero se convierte casi en un subproducto.
Un lento desarrollo tecnológico
Los fabricantes de aviones, muchos de los cuales producen para el mercado civil y militar, hacen un esfuerzo para que el mundo crea que están a punto de desarrollar aviones con poco carbono, o incluso cero. Sin embargo, investigaciones independientes señalan que esto es demasiado optimista a pesar de que se están probando opciones, cómo mezclar biocombustible con combustible fósil.
Desafortunadamente, un uso a gran escala de biocombustible difícilmente puede llamarse sostenible, considerando que las plantaciones de biomasa operarán inevitablemente a costa de la producción de alimentos. La producción de cultivos para biocombustibles como el aceite de palma, el maíz, la caña de azúcar o la soja compite con la producción de alimentos por los recursos hídricos y terrestres y podría aumentar los costos de los alimentos, especialmente en los países en desarrollo. Además, la apropiación de tierras y la deforestación de árboles para producir cosechas rentables de biocombustibles obligan a las personas a abandonar sus tierras y destruyen sus medios de vida. Al mismo tiempo, la sustitución de los bosques por plantaciones de un solo cultivo provoca un mayor deterioro de la biodiversidad. La otra alternativa de biocombustible, el biocombustible a base de residuos, adolece de una cantidad finita de residuos utilizables.
El Ministerio de Defensa del Reino Unido predice que prontamente introducirá un 50% de combustible de aviación sostenible (SAF) para la Royal Air Force, incluso para los aviones de combate F-35 y Typhoon que consumen mucho combustible. En 2020, el secretario de Defensa del Reino Unido, Wallace, comentaba: “El Reino Unido está liderando el camino en sostenibilidad y al perfeccionar nuestros estándares de combustible de aviación, estamos tomando medidas simples pero efectivas para reducir la huella ambiental de la defensa. […] A medida que nos esforzamos por cumplir con el objetivo de emisiones netas de carbono cero de este gobierno para 2050, es correcto que demos un paso adelante para encabezar estos cambios positivos en los sectores militar y civil”.
Pero esta promoción optimista de una fuerza aérea libre de fósiles huele a lavado verde – creando una falsa percepción ‘verde’ para engañar a un público inquieto, en lugar de sacar la inevitable, pero políticamente impopular, conclusión de que es poco probable que se produzca un ejército verde junto con los objetivos del Acuerdo de París. La tecnología, hasta ahora, no respalda la afirmación del ministro.
Teniendo en cuenta el largo tiempo que lleva el desarrollo de armas desde el primer diseño hasta el producto final, el fin de los sistemas militares basados en combustibles fósiles está muy lejos.
Las fuerzas armadas están concentradas en la tecnología de los combustibles fósiles. Todos los nuevos sistemas de armas basados en combustibles fósiles que ahora se desarrollan y se ponen en servicio servirán durante muchos años, contribuyendo a las futuras emisiones militares. El comunicado de la Cumbre de la OTAN 2021 muestra la realidad del enfoque de las fuerzas armadas para la guerra de bajas emisiones. La OTAN acordó “reducir significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero de las actividades e instalaciones militares sin afectar la seguridad del personal, la eficacia operativa y nuestra postura de disuasión y defensa”. Invitamos al Secretario General a formular un objetivo realista, ambicioso y concreto para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de las estructuras e instalaciones políticas y militares de la OTAN y evaluar la viabilidad de alcanzar emisiones netas cero para 2050”. La OTAN solicita una evaluación de viabilidad en la que la eficacia, la disuasión y la defensa sean lo primero. Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero no es la prioridad.
En el sector civil, los fabricantes de aviones como Airbus se jactan de que producirán un avión de hidrógeno de cero emisiones listo para el servicio alrededor de 2035. Rolls-Royce promete cero neto para 2050. Lo más probable es que tarde muchos años—si es que se produce— para desarrollar aviones de cero emisiones para el transporte civil, y mucho menos para reemplazar aviones de combate supersónicos o portaaviones. Sin embargo, el clima se está quedando sin tiempo y el 2050 es demasiado tarde si queremos que el planeta permanezca por debajo de un aumento de temperatura de 1,5 grados centígrados.
Hacia una nueva seguridad
Las fuerzas armadas contribuyen seriamente al cambio climático y, por lo tanto, es hora de establecer objetivos de reducción de emisiones. Existen varias convocatorias de organizaciones de la sociedad civil en apoyo de estos objetivos, como el Observatorio de Conflictos y Medio Ambiente, que pide a los gobiernos que utilicen la COP 26—La conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático de 2021— como plataforma para la adopción de medidas.
Sin embargo, ante la falta de alternativas de combustibles sostenibles, la reducción de las emisiones militares podría requerir enfoques alternativos; por ejemplo, es posible hacer un mayor uso de entornos simulados para reducir las emisiones de formación. Asimismo, se pueden obtener algunos resultados mejorando la eficiencia energética de los vehículos militares y cambiando hacia sistemas más eficientes en el consumo de combustible, como los drones que, en virtud de no tener tripulación a bordo, son más livianos y emiten menos que sus equivalentes habitados.
No obstante, esto sólo tiene sentido cuando los aviones de combate son reemplazados por drones, no añadiendo drones a las flotas aéreas tradicionales, como ahora está previsto con el Future Combat Air System de Europa. Además, el uso de drones plantea muchos problemas éticos que aún no se resuelven, incluida la posibilidad de reducir el umbral de la violencia eliminando los costos políticos de desplegar operaciones militares tripuladas.
Siendo realistas, la mejor manera de reducir las emisiones de carbono de las fuerzas armadas es reducir el tamaño de las propias fuerzas armadas. Tanto en el sector militar como en el civil, limitar las emisiones requiere un cambio de más a menos. Se pueden esperar recientes reducciones en las emisiones de carbono del ejército estadounidense a partir de la disminución de las operaciones en el extranjero a gran escala, como la decisión de retirarse de Afganistán.
Por otro lado, el aumento de los presupuestos de defensa, como el aumento del 2,7% en el gasto militar de los miembros de la OTAN en 2020, conducirá inevitablemente a mayores emisiones. Si bien los presupuestos militares más grandes son bienvenidos —y presionados— por la industria de armas, son desastrosos para el futuro de nuestro planeta, llevándonos por el camino de crecientes tensiones internacionales, aumento de la violencia y una crisis climática que empeora.
La clave para reducir las fuerzas armadas es reducir las tensiones militares. En lugar de buscar nuevas formas de combatir las guerras con menos emisiones de carbono, los gobiernos deberían priorizar medidas como la diplomacia, los tratados internacionales de desarme, abordar las causas fundamentales del conflicto, como la distribución injusta de la riqueza y, por supuesto, la reducción de las emisiones de carbono en toda la economía para evitar una mayor desestabilización climática.
Por idealista que parezca, estas medidas son más realistas que la creciente competencia militar y económica en un mundo donde una pandemia global y el cambio climático son las principales amenazas. Ambos aspectos sólo pueden resolverse si los países cooperan. Debemos cambiar la forma en que nos esforzamos por la seguridad—de la competencia a la cooperación— y tenemos que hacerlo pronto. Porque, mientras los jóvenes que protestan en las calles nos gritan desesperadamente, que se nos acaba el tiempo.
[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]
Wendela de Vries es investigadora y activista contra el comercio de armas y la industria militar en la organización independiente por la paz Stop Wapenhandel, de la que es cofundadora. Forma parte del Grupo Directivo de la Red Europea contra el Comercio de Armas y coordina un grupo de trabajo internacional sobre armas, militarismo y justicia climática.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por The Cairo Review of Global Affairs el 23 de noviembre de 2021.