Por Ali Al Baroodi para New Line Magazine
Durante siglos, el río nunca pudo dividir Mosul, pero si lo hizo la guerra. Sin embargo, en ambas orillas, la cultura y el comercio vuelven a cobrar vida.
[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]
Fui liberado el 8 de enero de 2017. El este de Mosul fue declarado libre del grupo llamado Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) a finales de ese mes. Todos los ojos estaban fijos en el lado occidental de la ciudad, que está separada de la mitad oriental de Mosul por el Tigris. Las operaciones militares se habían detenido durante algunas semanas y luego las divisiones iraquíes comenzaron a marchar desde el sur de Mosul. La perspectiva de un éxito militar contra EIIL parecía tan alta como en el este de Mosul, donde yo vivía. Sin embargo, la naturaleza geográfica y arquitectónica de la Ciudad Vieja, que por cierto no se describió como tal hasta después de la guerra, marcó un escenario bastante diferente. Armas pesadas, ataques aéreos y ‘artillería inteligente’ comenzaron a golpearla de cerca y de lejos. Solía escuchar los disparos de esta supuesta artillería inteligente desde los suburbios de mi lado de la ciudad. Pensé que esta arma letal solo se usaba en los abiertos y vastos campos de batalla, no en batallas urbanas de casa en casa. La mayoría de las personas que conocí compartían la preocupación por los daños a la Ciudad Vieja.
La alegría de la liberación comenzó a desvanecerse cuando aparecieron imágenes del oeste de Mosul. Los ataques aéreos y los bombardeos provocaron la muerte de cientos, si no miles. La batalla terminó en julio. Esperé unas semanas antes de obtener un permiso para ir a observar lo que había sucedido y documentarlo con mi cámara. Me uní a un grupo de productores para filmar dentro de la Ciudad Vieja y llegué al Tigris. Al mirar por la ventanilla del coche, quedé helado. La escena era como algo que solo había visto en las películas de guerra. Esto me recordó algo que ya me había preguntado antes: con todo el progreso y la sofisticación moderna, ¿esto volverá a suceder?
La antigua ciudad que solía conectar Oriente con Occidente a través de la Ruta de la Seda estaba en ruinas. Mosul, que significa “el punto de conexión”, ni siquiera podía conectar sus dos lados del Tigris. Los cinco puentes fueron alcanzados por ataques aéreos para evitar el movimiento de militantes entre las dos mitades. Ver la maravillosa ribera convertida en un montón de escombros, con el Puente Viejo, construido por los británicos en la década de 1930, destruido y en el fondo del río, fue suficiente para hacerme sollozar por mi ciudad.
No logré cruzar desde donde me encontraba, así que tuve que usar un pequeño puente flotante de metal, creado por la división de logística del Ejército iraquí. Con todos los vehículos pesados cruzando, el puente se balanceaba de un lado a otro. Era uno de los dos únicos cruces disponibles —apenas lo suficiente para satisfacer las necesidades de transporte de una ciudad tan grande como Mosul.
Mis primeros pasos en la ciudad nunca fueron tan pesados. La destrucción era asombrosa: no era el Mosul que una vez conocimos. Todos los edificios fueron acribillados a balazos o sacudidos por los resplandores de los misiles. Hierro colgaba de los altos edificios, miles de coches carbonizados yacían esparcidos por aquí y allá, las mezquitas parecían restos amputados y las iglesias estaban desiertas. Me aparté para tener una vista panorámica, tratando de entender lo que había sucedido; algo que era difícil de comprender.
Caminé hacia el viejo bazar. No existía ninguno. El bullicioso lugar en donde en otro momento luchábamos por caminar sin golpearnos con el codo para atravesar la multitud ahora era un montón de escombros. El aroma de las especias había desaparecido, como se había desvanecido el brillo del oro en el callejón de las joyerías y las cafeteras no se veían por ninguna parte. En algunos lugares, no logro reconocer o nombrar los negocios. Se convirtió en un lugar deformado. La calle Najafi, que alguna vez fue el hogar de más de 45 librerías, fue arrasada; las cenizas de los libros volaban por el aire. El crisol multiétnico se convirtió de la noche a la mañana en un páramo desierto.
El ruido de la vida cotidiana que alguna vez había definido el carácter de ese lugar estaba ausente. Los sonidos de las voces, que por lo general creaban un zumbido constante de palabras indistinguibles, de repente se volvieron coherentes. Caminando entre los escombros, entre las barras de hierro retorcidas y los objetos quemados y esparcidos, apenas pude llegar al callejón de los herreros, desde donde podía escuchar la conversación. Los herreros, que intentaban restaurar sus tiendas, revivieron mi esperanza. Estaban solos en el área del mercado y me recibieron con alegría, historias de esperanza e historias de sufrimiento bajo EIIL.
Estaban más que decididos a devolver la vida al centro comercial de la ciudad. Aún así, el continuo despliegue de la policía federal, que patrullaba la Ciudad Vieja en sus Humvees acribillados a balazos, hablaba de la ferocidad de la batalla que se había librado en esa parte de la ciudad y lo lejos que estaba de la total reconstrucción.
Cuando regresé a mi lado de la ciudad, la vida allí prosperaba. Se realizaban festivales de paz y lectura, y se celebraba música en público. Vi a muchas tiendas del antiguo bazar reabrir sus negocios de mi lado. Verdaderamente era una ciudad de dos historias; una se había olvidado y la otra prosperaba.
Pasaron los meses y decidí regresar a la “Ciudad Vieja” y caminar por los mismos lugares nuevamente. Esta vez, no existía el puente de metal. El icónico Puente Viejo volvió a estar en servicio en marzo de 2018 para permitir el movimiento entre los dos lados de la ciudad y empujar aún más la rueda de la reconstrucción. El bazar mostró más señales de vida con los propietarios tratando de reconstruir lo que la guerra había destruido. Pero la cantidad de escombros exigió un trabajo sin fin para revitalizar este gran centro urbano. Los artesanos y los comerciantes comenzaron a sentirse desesperados e indefensos debido al retraso de la reconstrucción y la compensación.
Caminaba de regreso a casa cuando entré a una tienda recién abierta en mi vecindario a mediados de 2018. El rostro del propietario me resultó familiar. Tuvimos una breve charla antes de que lo reconociera como una persona del “Saray Bazaar”, el zoco icónico de la Ciudad Vieja. Había perdido su tienda y decidió reabrir en el este de Mosul. En ese entonces le pregunté a Abu Ali si planeaba volver al Saray pronto. Se encogió de hombros y pareció dudar de su respuesta.
En marzo de 2021 volvimos a ponernos al día, esta vez en el Saray, donde lo estaba entrevistando. Su rostro estaba radiante de alegría: “Ya estoy de regreso, arreglamos nuestras tiendas y aquí estamos. Ahora tengo dos tiendas. Conservé una al este de Mosul, pero lo más importante es que volví al antiguo lugar del que mucho aprendí”. Respondió a mi pregunta con alegría y franqueza. Abu Ali es solo un ejemplo de los muchos que han expandido su negocio en Mosul. Mientras caminaba, el lugar olía nuevamente a especias, carne y pescado —con ellos mi experiencia sensorial fue restaurada.
Los mosuleños parecían comprometidos en hacer que el bazar fuera aún mejor que antes. Encontré mi camino de regreso al callejón de los herreros. Allí me ofrecieron la especialidad iraquí de té con sabor a cardamomo, servido en una pequeña taza de istikan dorada, que bebí rápidamente para empezar a hacer mis preguntas. Esta vez, sus respuestas fueron más esperanzadoras, incluso líricas.
El fabricante de cuchillos Riyadh Al Mosuli expresó su profundo apego al lugar. Su pequeña tienda está decorada con sus cuchillos hechos a mano. Es uno de los pocos que todavía practica este antiguo oficio en medio de la afluencia de productos importados mucho más baratos. “Lo que se oye en el callejón del herrero no es ruido”, dijo Al Masuli, sonriendo mientras afilaba un cuchillo con mango de madera con su nombre grabado en él, indicando esta famosa marca local. “Es más bien una música que las gaviotas del Puente Viejo bailan a su ritmo”, agregó con orgullo. “Aprendí este oficio de mi tío, y ahora mis hijos lo están aprendiendo de mí”. Lo interrumpí con otra pregunta: “¿No creés que los mosuleños prefieren los trabajos gubernamentales hoy en día? ¿Qué hace que su hijo esté dispuesto a aprender este oficio de usted?” Él respondió: “Mi hijo ya es un empleado del gobierno y tiene su propio salario. Pero toma este trabajo como un oficio para garantizar su futuro”. Los mosuleños parece haber aprendido de la era de EIIL, cuando se cortaron los pagos del Gobierno en julio de 2015, lo que provocó que miles de personas sufrieran una grave escasez. Mientras hablábamos, las chispas volaron de las barras de hierro de los herreros y se sintió como una revolución en el viejo bazar.
Tenía un plan específico en mente mientras examinaba por la Ciudad Vieja. Quería conocer y hablar con un hombre de negocios en particular que revivió el lugar y que lo transformó de un montón de escombros en un lugar concurrido y funcional. Me llevaron a Wadhah Al Jalili.
Era un hecho bien conocido entre los mosuleños que los Al Jalilis son una antigua familia de Mosul que realizó gestos filantrópicos durante los tiempos difíciles. Hussein Pasha Al Jalili, por ejemplo, defendió la ciudad contra las campañas militares de Nader Shah de la era otomana en el siglo XVII. La situación actual no es muy diferente a la de hace tres siglos. Mosul fue invadida por EIIL, atacada atrozmente y luego liberada a un alto costo.
Cuando llegué al edificio donde se encontraba la oficina de Wadhah, tuve que volver a verificar que tenía la dirección correcta; sólo unos meses antes, y en ese mismo lugar había un montón de escombros. Esta vez, me recibieron en un elegante y tranquilo edificio de oficinas y me ofrecieron café con sabor a cardamomo. Wadhah, de unos 50 años, parecía inteligente y decidido. Después de la liberación de Mosul, me dijo Wadhah, caminó hasta la Ciudad Vieja para revisar las propiedades de su familia en el bazar y las encontró en ruinas. Alrededor del 70% al 80% del bazar se había ido, pero eso no le impidió reconstruir las propiedades de su familia en el corazón del bazar. “Casi nadie me animó a reconstruir”, me comentó. Con apenas una pausa después de tomar un sorbo de café, continuó: “Lo llamaron una aventura, una bastante inconcebible. Todos los puentes estaban en el río Tigris, y mis propiedades estaban en el corazón del bazar, y nadie puede llegar a ellas con camiones, ya que estaban bloqueadas con escombros”.
El municipio local ayudó a retirar los escombros y reabrir las calles bloqueadas. Esto permitió que los comerciantes del bazar regresaran y ayudaran. Wadhah agregó: “Mis movimientos inspiraron a muchos comerciantes que recurrieron a sus conexiones para recibir ayuda”. Por ayuda se refería a la reparación de los daños causados por las operaciones militares. “Queríamos reparaciones para poder revivir este antiguo lugar. Nada de eso sucedió. Presentamos quejas y no recibimos ni un centavo del Gobierno”.
Las reparaciones son un tema complicado para los mosuleños en el período posterior a EIIL. Los activistas en Mosul hicieron comparaciones con gobernaciones como Anbar y Salah Al Din, que sufrieron menos daños, pero recibieron más compensaciones que Mosul, donde la destrucción estuvo a la par con la observada en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, recientemente el Gobierno central envió miles de millones de dinares para pagar a las personas por sus propiedades dañadas o a los miembros de su familia perdidos. Le pregunté a Wadhah por qué pensaba que Mosul estaba descuidado y por qué las organizaciones internacionales parecían estar haciendo más que el Gobierno iraquí. Él tenía una palabra: corrupción.
Él comentaba que los dueños de las tiendas estaban motivados a regresar debido a su capacidad de recuperación y su sentido de las raíces que tenían en la Ciudad Vieja. Algunos de ellos se sentían orgullosos de practicar su antiguo oficio de cuatro siglos de antigüedad. Un vendedor de jabón se encuentra junto a su hijo y su nieto —tres generaciones y un oficio. Las familias obtienen sus nombres por las manualidades que practican. No es sólo un oficio: es un apego a un estilo de vida. Antes de irme, tenía una última pregunta para Wadhah: “¿Volvió el bazar?” Después de un largo y profundo suspiro, Wadhah explicó vehementemente: “El bazar no volvió y nunca volverá como antes. Mucha gente de Kurdistán, del sur y el oeste de Mosul solía venir aquí para hacer compras. Hoy en día, no vienen. Además, existen nuevos y florecientes mercados como Nabi Younis en el lado este y Mosul Al Jadida en el lado occidental. Todos estos nuevos competidores están disminuyendo el papel financiero que alguna vez tuvo el bazar. Más importante aún, todavía existen barrios baldíos alrededor. La fuerza de trabajo del bazar solía venir de estos barrios. Pero ahora ellos no están para trabajar aquí”.
Salí de la oficina y me acompañaron dos hombres de la familia Jalili. Me ofrecieron un recorrido por el bazar, algo que no pude rechazar. Nos detuvimos y hablamos con Abu Hathal, un hombre de unos 50 años que estaba sentado detrás de un escritorio con el retrato de su difunto padre colgado en la pared lateral. Abu Hathal es mejor conocido en Mosul por ser uno de los pocos que caminó entre los escombros, haciendo incesantes llamadas al municipio para instarlos a ayudar a reabrir los callejones. “Me uní a mi padre en este lugar hace 45 años; Tenía solo 8 años”, comenzó a conversar conmigo. “Me liberaron en marzo de 2017 y mis ojos estaban fijos en el bazar. Al principio estaba lleno de escombros, explosivos y cadáveres. El municipio se unió con unos pocos vehículos para reabrir los estrechos callejones, y la mayor parte del bazar ahora está techado y protegido”. Le pregunté sobre la fuente de ayuda que recibieron. Abu Hathal señaló el edificio de oficinas cercano de la familia Jalili y dijo: “Nos perdonaron muchos meses de alquiler. Nunca lo olvidaremos”. En un gesto recíproco, Zain Al Jalili interrumpió a Abu Hathal y comentó: “Abu Hathal desencadenó todo”. Luego, Zain me acompañó a través de muchas de sus propiedades antiguas, khans (posadas) en particular, que solían presumir de valor comercial y social, además de proporcionar un lugar de descanso para las caravanas que viajaban por las antiguas rutas de la seda. Allí pude conversar con Zain, “Estuve sitiado durante más de 120 días. Mi barrio, Al Farooq, en el casco antiguo, estaba atrapado entre las fuerzas que marchaban hacia la ciudad y los militantes de EIIL. Me liberaron en julio de 2017 y fijé mis ojos en el viejo bazar para revivirlo”, me comentó.
Saud Al Jalili, de unos 35 años, quien trabaja como asistente legal de la corte, se hizo eco de este sentimiento. “El bazar no es sólo un lugar de negocios. Es nuestra historia y legado familiar”. Si miras a Al Gimrig Khan, por ejemplo, se remonta a 1704. Nos aseguramos de restaurarlos de acuerdo con los estándares típicos de restauración patrimonial. Leer esa fecha en la puerta me da orgullo y compromiso moral con este honorable legado”, agregó Saud. Estos antiguos khans tienen nuevas funciones socioculturales en la era posterior a EIIL. Allí se celebrarán conciertos, festivales y celebraciones de año nuevo.
Visité a Fahad Sabah, un activista que recientemente organizó un evento musical en esa parte antigua del bazar donde cientos de personas llenaban su patio. “Mosul siempre fue presentada a través de la guerra y la violencia; yo quiero hacer lo contrario”, dijo Fahad. “Necesitamos tener más puntos destacados y centrarnos en nuestros sitios patrimoniales. La gente de Mosul y del mundo necesita conocer el verdadero valor de los khans y el bazar, puesto que también es un mensaje de resiliencia para todo el mundo”, remarcó Fahad sonando firmemente optimista..
Los compradores habituales también quieren restaurar el bazar a su antigua gloria y dar a conocer su lugar histórico. Ahmed Shaker, un comprador, me dijo que pasar por el bazar ya no era como “comprar normalmente”. “Es más bien una especie de apoyo para que todo el bazar vuelva a ponerse de pie”, comentó.
El bazar se remonta a más de cuatro siglos. Se establecieron nuevas partes fuera del bazar, como la calle Najafi en 1913. Las calles como Sarichkhana y Dawasa se desarrollaron más tarde. Por ejemplo, Dawasa es un lugar dedicado principalmente a la moda masculina, mientras que las mujeres encuentran sus productos en la calle Sarichkhana.
La calle Najafi es un verdadero testimonio de la cultura y la intelectualidad iraquíes. Es sólo una de las muchas áreas de libreros en expansión en Irak, como la famosa calle Al Mutanaby en Bagdad o Alfaraheedi en Basora y muchas otras en todo el país. De hecho, la calle Najafi solía albergar decenas de librerías, bibliotecas y editoriales, pero esa parte del bazar todavía está en ruinas. Había sido cautelosamente optimista en noviembre de 2017, cuando escuché algunas actividades, pero desde entonces solo ocurrieron pequeños cambios. Para conocer más detalles sobre este centro cultural fundamental, regresé al este de Mosul para entrevistar a Husam, de 40 años, quien, como muchos bibliotecarios, decidió reabrir su negocio en la parte nueva de la ciudad.
Sentado entre pilas de libros, Husam me comentó: “La cultura siempre estuvo amenazada. Los libros siempre fueron una fuente de problemas aquí”. Ciertamente, en un lugar como Irak, los libros pueden ser algo peligroso. Muchos libros fueron prohibidos bajo Sadam Husein. Después de la caída de Sadam en 2003, éramos un poco más optimistas. Pensábamos que las cosas podrían mejorar, pero nuestro optimismo duró poco. Los grupos terroristas comenzaron a dominar la escena y personas inocentes fueron asesinadas en la calle. Cuando EIIL tomó el control, comenzamos a esconder libros: temíamos por nuestras vidas. EIIL secuestró a mi amigo y lo ejecutó por vender libros. Vendía libros de derecho, como siempre lo había hecho, pero el grupo los etiquetó como antiislámicos. Mientras tanto, miles de libros que promocionaban la ideología extremista estuvieron ampliamente disponibles.
Incluso bajo estos peligros, Husam reiteró la importancia de la calle Najafi. No era simplemente un lugar para vender libros: era una comunidad. “Solíamos estar cerca el uno del otro. Sin embargo, ahora estamos dispersos aquí y allá. No volvió porque la cultura y el conocimiento no importan mucho a las personas a cargo. Mosul fue el blanco y la calle Najafi, que es la identidad de Mosul, fue destruida”, lamentó.
Los activistas mosuleños hicieron campaña muchas veces para revivirla, pero no hubo un apoyo significativo por parte del Gobierno. Organizaciones internacionales como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) fueron de gran ayuda con su apoyo al “Book Sidewalk” [la vereda de los libros], ubicada cerca de la Universidad de Mosul en la mitad este de la ciudad. Todos los viernes, la vereda de los libros acoge a libreros, poetas, educadores, artistas y músicos, así como muchas actividades culturales. Pero los corazones siguen llenos de nostalgia por el lugar de nacimiento de los libros en la calle Najafi.
Continué más allá de la calle Najafi y caminé hasta el mercado de mujeres en el área de Sarichkhana, que está reviviendo lenta pero constantemente. Le pregunté al dueño de la tienda, Abu Huthayfa, sobre cómo es la vida en este centro minorista, y respondió disgustado: “No es el lugar que conocemos. Es un lugar diferente. A veces, abro temprano en la mañana, cierro tarde y no vendo nada en absoluto. El centro de la ciudad estuvo una vez lleno de clínicas privadas, instituciones gubernamentales y garaje público. Ninguno está disponible aquí hoy en día. La gente solía acudir a esta calle desde todo Mosul; ahora es al revés. Si necesitamos ver a un médico, debemos cruzar al este de Mosul. La gente también prefiere comprar en elegantes centros comerciales de esa parte de la ciudad, no aquí”.
Si hubiera una marca distintiva para la Mosul posterior a EIIL, definitivamente sería el voluntariado. Miles de jóvenes participaron en equipos de voluntarios locales y las ONG empujaron iniciativas que superaron las expectativas. Los activistas mosuleños Bandar y Ayoob se arremangaron a principios de 2018 y trabajaron en la reapertura de callejones estrechos utilizando pequeños camiones de construcción llamados dumpers [volquete]. Esto desencadenó esfuerzos de los voluntarios hasta llegar a lo que más tarde se conoció como la “Dumper Truck Revolution” (Revolución de los volquetes). Recaudaron fondos dólar a dólar para revitalizar Mosul. Otros equipos entregaron alimentos, rehabilitaron casas y reabrieron pequeños proyectos de medios de vida.
En los años posteriores, estas ONG locales ganaron más atención y confianza de socios internacionales como GIZ (en Alemania), así como también de USAID y la OIM. Mohammed Masood es uno de los jóvenes revolucionarios que estuvo trabajando desde enero de 2017 para revivir Mosul y la Ciudad Vieja en particular. Personalmente, lo vi trabajando en un nuevo proyecto financiado por USAID para revivir pequeños medios de vida como Khalooha Ajmal (Hacerlo Mejor), una ONG que él mismo formó. Fue fundada en enero de 2017, tras la liberación total del este de Mosul. Es fácil ver a los voluntarios de Khalooha Ajmal con sus camisas verdes con el logo de una paloma que lleva una rama de olivo.
“Nuestro objetivo es reabrir proyectos de medios de vida para las personas cuyas tiendas resultaron dañadas por la guerra y no reciben ninguna compensación del Gobierno. Va a oscilar entre $1.500 y $2.000 dólares cada uno”, explicó Masood. Caminamos juntos cerca de la Mezquita Nuri y conté al menos 15 tiendas que reabrieron sólo en ese lugar. “Este es el segundo proyecto de este año y pronto volverán a abrir 70 tiendas. Está ayudando a muchas personas a regresar a este lugar”, continuó.
De camino hacia allí, Abu Marah, un hombre de unos 50 años y beneficiario del programa, nos invitó a su tienda de bordado recientemente renovada. Antes de EIIL, Abu Marah tenía dos talleres y solía importar materias primas desde China. Su marca era conocida en toda la Ciudad Vieja. “Todo se fue. Literalmente perdí todo por lo que trabajé durante dos décadas”, lamentó Abu Marah, con lágrimas en los ojos. Luego se volvió hacia mí y dijo con firmeza: “Trabajé en Erbil y luego en el este de Mosul, pero este lugar es diferente. Es un santuario sagrado para mí. Hablé con Khalooha Ajmal y no dudaron en responder a mi solicitud, y aquí estoy, con las puertas abiertas y nuevamente feliz”.
Dejé a Abu Marah para caminar con otros amigos hasta el parque del centro recién inaugurado. Se trata de un nuevo proyecto del municipio para reactivar algunas zonas verdes y atraer a las familias para que pasen juntos su tiempo de ocio.
¿Hacia dónde se dirige Mosul? ¿Cómo será Mosul en cinco años? No lo sé. Después de la guerra, esperábamos algo así como un Plan Marshall para revivir Mosul. Pero en cambio, nos encontramos dependientes de los préstamos de la comunidad internacional y del Fondo Monetario Internacional para restaurar nuestra ciudad devastada por la guerra. Tal como están las cosas hoy en día, y con los problemas actuales del Gobierno iraquí, el aumento de las infecciones por COVID-19 y la rápida disminución del valor de la moneda iraquí, abunda la incertidumbre. Lo que sí sé es que, por ahora, soy testigo del mejor momento de mi vida al ver a las personas que me rodean marcar la diferencia en el bullicio del día a día de nuestra amada ciudad.
[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]
Ali Al Baroodi es profesor universitario y fotógrafo. Pasó los últimos años documentando la vida en la ciudad de Mosul, Irak, desde los ojos de sus habitantes.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Line Magazine el 6 de agosto de 2021.