Por Nizar Hassan para The New Arab
Para la clase trabajadora de la ciudad libanesa de Trípoli, escapar de la muerte y la miseria no es tarea fácil. Hasta ahora, quienes escaparon del desempleo acatan las reglas de la cuarentena a costa de perder sus medios de subsistencia. Esto se da especialmente entre trabajadores informales, mal pagos y sin ingresos garantizados para los días que no pueden ir a trabajar. Si se expresan, sus voces serán ignoradas hasta que se rebelen. Y cuando se amotinan, se enfrentan a las más feroces reacciones represivas de las fuerzas de seguridad, que directamente disparan armas de fuego contra sus cuerpos.
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En los últimos días, las calles de Trípoli fueron testigo de estos tres escenarios. Lo que comenzó con marchas relativamente pequeñas en la ciudad pronto se convirtió en disturbios, especialmente después de la fuerte respuesta de mano dura por parte de la policía y las tropas militares. La plaza principal de Trípoli no tardó en convertirse en un campo de batalla entre las fuerzas de seguridad, fuertemente armadas, que no dudaron en utilizar sus armas, y grupos de jóvenes armados en su mayoría con cualquier piedra que pudieron encontrar.
El jueves, Omar Tayba murió a causa de las heridas que recibió cuando efectivos de seguridad le dispararon durante las protestas. Esta no es la primera vez que la represión asesina a personas en esta ciudad. Antes de Tayba, estuvieron Fawwaz Samman y Ahmad Tawfiq.
Como señaló el comediante Nour Hajjar, “cuando la policía colocó tres balas en el cuerpo de un joven desarmado en una plaza pública y en presencia de los medios de comunicación, es más una ejecución por parte del Estado que una acción antidisturbios”.
Las ejecuciones oficiales suelen estar justificadas por veredictos judiciales que representan un sistema de justicia que mantiene el orden social. Entonces, ¿qué permite estos delitos en este caso?. Es un hecho lamentable que para el orden social y político libanés, la vida de la población tripolitana sea barata.
Trípoli es una de las ciudades más pobres no solo del Líbano, sino de la región. Las necesidades de desarrollo de la ciudad son ampliamente ignoradas por el gobierno central, especialmente con el paradigma centrado en Beirut en los años posteriores a la guerra civil. Aunque se supone que es la segunda capital del Líbano, con un gran potencial económico, es una ciudad marginada con fondos insuficientes. El Estado está representado por prisiones y tropas, no por infraestructura y servicios públicos.
La clase trabajadora de Trípoli, al igual que otros grupos sociales marginados en el país, fue tratada por el Estado constantemente como ciudadanos de segunda clase. Solo es elogiada antes de las elecciones, para ser ahogada por acusaciones de violencia y extremismo la mayoría de los otros días.
Los mártires que provienen de los barrios tripolitanos más desfavorecidos no reciben la misma atención que sus homólogos de clase media con orígenes de clase alta. Las autoridades lo saben y, por lo tanto, permiten que la mano de hierro aplaste de izquierda a derecha cuando la gente de Trípoli se rebela.
Otro factor que facilita que el Estado aplaste las protestas mediante una violencia excesiva es la ambigüedad del dominio político en Trípoli.
Si el Ejército mata a alguien en casi cualquier otra área del país —con la excepción de Beirut— el zaim, u oligarca local, se enfrentará a una reacción popular: ¿cómo podría permitir que el Estado se utilizado contra su pueblo cuando se le otorgó la lealtad a cambio de control geográfico?
En Trípoli, ninguno de los políticos es responsable de la misma manera, lo que permite que el Ejército y la política actúen con más impunidad. Peor aún, los políticos no dudaron en condenar los disturbios bajo el argumento de proteger las propiedades públicas y privadas.
Durante los últimos días, las condenas de los disturbios provinieron de todo el espectro político. La mayoría de los políticos retrataron al movimiento de protesta como una conspiración, y uno de ellos, Najib Mikati, amenazó con “tomar las armas” en defensa de sus propiedades. Con eso, los dirigentes que se supone deben llevar las demandas de Trípoli solo probaron la visión de los manifestantes de que ninguna de sus acciones hará que sean oídos.
En este contexto, todos los grupos que dicen ser revolucionarios tienen la responsabilidad de dar un paso no solo en defensa de Trípoli y su juventud revolucionaria. También deben hacerlo contra una realidad donde sus muertes son vistas como un crimen asequible por la clase dominante.
Si nadie rinde cuentas por lo que está sucediendo hoy en Trípoli, no solo su pueblo será reprimido aún más, sino que también la travesía revolucionaria habrá recibido un golpe increíble. Significará que, una vez más, el movimiento popular contra los grupos de poder habrá perdido toda influencia y que el poder sigue siendo monopolizado por la clase dominante.
Un pilar importante de la realidad posterior al 17 de octubre de 2019 (N.d.T.: fecha señalada como el comienzo del movimiento de protesta social callejera en Líbano) fue que todos los partidos gobernantes ahora debían preocuparse no solo por los demás, sino también por la reacción de la gente a sus acciones y crímenes. Esta presión recibió un duro golpe después de la explosión del puerto de Beirut del 4 de agosto de 2020, donde la consecuencia inmediata tomó la forma exigua de una renuncia del gobierno sin efecto positivo alguno. Dejar que el sistema se salga con la suya por los crímenes actuales en Trípoli significa que podemos olvidarnos de esa capacidad de influencia.
Finalmente, existe una necesidad urgente de forzar a las autoridades a brindar apoyo socioeconómico a los segmentos más pobres de nuestra sociedad. Incluso, si esto no resulta ser un momento de gran impulso para el levantamiento popular, lo mínimo que debería conducir es a un conjunto de políticas promulgadas por el gobierno para apoyar a los pobres y desempleados.
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Nizar Hassan es Magíster en Trabajo, Movimientos Sociales y Desarrollo por la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres. Es responsable del Programa Senior de Investigación de la ONG Network for Development. También co-conduce The Lebanese Politics Podcast.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por The New Arab el 29 de enero de 2021.