Por Christophe Abi Nassif para Middle East Institute (MEI)
Con las crecientes dificultades de la vida cotidiana, mayo de 2022 podría parecer una eternidad en el Líbano. Sin embargo, la próxima primavera marca un hito de gran importancia y una prueba de realidad para la política interna del país.
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Si no hay mayores sorpresas, los ciudadanos libaneses con derecho a voto, tanto en su país como en la diáspora, votarán en las primeras elecciones generales desde el levantamiento de octubre de 2019, el colapso financiero y la explosión del puerto de Beirut. De hecho, el proceso ya comenzó con la publicación de las listas electorales.
Pero existe una peculiaridad: la política libanesa está llena de sorpresas.
Las elecciones parlamentarias deben celebrarse cada cuatro años. Sin embargo, en 2013 el Parlamento de entonces autoprorrogó su mandato a 16 meses, argumentando “problemas de seguridad” y, más implícitamente, la incapacidad de acordar una nueva ley electoral como razones subyacentes. En los cinco años siguientes, volvió a hacerlo en dos ocasiones.
En la actualidad, las señales de que las elecciones de 2022 podrían no celebrarse como estaba previsto ya comenzaron a circular a puerta cerrada y en los medios de comunicación libaneses. El principal peligro de la retórica sobre el retraso de las elecciones radica en su tendencia a autocumplirse.
A la luz de las numerosas crisis del país, la comunidad internacional debería prestar mucha atención a cómo se desarrolla esta saga. A medida que los socios y allegados del Líbano contemplan la posibilidad de movilizar la ayuda exterior, puede resultar esencial complementar la condicionalidad de las reformas con compromisos explícitos y concretos para la celebración de elecciones transparentes y oportunas.
La peculiar urgencia de las inminentes elecciones
Una prórroga del mandato del parlamento libanés, pasado mayo de 2022, podría tener importantes ramificaciones políticas más allá de la grave violación de los procesos democráticos.
En la actualidad, Hezbolá y sus dos principales aliados —el Movimiento Amal y el Movimiento Patriótico Libre (MPL)— tienen mayoría parlamentaria. Las principales figuras de los tres partidos fueron sancionadas, la última vez en virtud de la Ley Magnitsky. Las elecciones pueden trastocar, o no, esta mayoría, pero una prórroga de la legislatura sin duda consolidaría y ampliaría el nivel de influencia que Hezbolá y sus aliados tienen sobre los restos de la vida política y económica libanesa.
2022 es también un año de elecciones presidenciales. El mandato de seis años del actual Presidente y antiguo líder del MPF, Michel Aoun, expira en noviembre, medio año después de la hipotética inauguración de un nuevo parlamento. Las voces del sector de Aoun, que en su día fue un paria por rechazar la ampliación de los mandatos parlamentarios, ya están racionalizando la prolongación de su mandato. En cualquier caso, la ausencia de elecciones generales podría repercutir en el ciclo presidencial, permitiendo así que un parlamento ilegítimo elija —o, más probablemente, impida (como en 2016), la elección— del próximo presidente.
El otro lado del espectro político libanés no está menos preocupado. Unas elecciones oportunas serían también una oportunidad para desestabilizar a la minoría históricamente pro-occidental, pero igualmente incompetente y cómplice, sobre todo la triple alianza, ahora fragmentada, entre el Movimiento del Futuro, el Partido Socialista Progresista y las Fuerzas Libanesas. A lo largo de los años, y de acuerdo con el famoso modelo libanés de democracia por consenso, estos partidos jugaron a la pelota con la actual mayoría y se beneficiaron del reparto del botín y de la corrupción.
Por último, y tal vez más importante, unas elecciones justas, transparentes y oportunas proporcionarán a la sociedad civil y a los partidos alternativos la primera oportunidad tras el levantamiento de asegurarse una representación política. Las expectativas son moderadas y las elecciones no son en absoluto un objetivo final, pero las urnas siguen siendo el instrumento de representación más importante en la política libanesa.
Respondiendo a una pregunta durante su viaje a Beirut tras la explosión del puerto, sobre por qué sigue reuniéndose con la clase política corrupta, el presidente francés Emmanuel Macron intervino con razón: “¿Con quién más quieres que me reúna? Ustedes los eligieron”. Esta percepción de un destino libanés autoinfligido parece ser común también en Washington.
Sin embargo, el período posterior a octubre de 2019, con su despertar popular, su destrucción generalizada y su colapso financiero, es muy diferente de lo que hubo antes. Uno puede darse cuenta caminando por las calles de Beirut y otras grandes ciudades y hablando con ciudadanos física y emocionalmente marcados. A falta de unas elecciones que traduzcan el resentimiento, la ira y las demandas populares reprimidas en representación, sigue destruyéndose un camino viable hacia el cambio político real, así como unas asociaciones más constructivas y fiables con la comunidad internacional.
Puede que ese camino no salve al Líbano, pero sus ciudadanos son merecedores de la posibilidad de recorrerlo.
Las elecciones parciales en el Líbano son una prueba en potencia
Los nuevos acontecimientos parlamentarios, colocaron en el foco de atención el tema de las elecciones. De los 128 escaños parlamentarios del Líbano, 10 están actualmente vacantes debido a la dimisión de ocho diputados tras la explosión del puerto y la muerte de otros dos por complicaciones del COVID-19 en las últimas semanas. El artículo 41 de la Constitución libanesa dispone que se celebren elecciones parciales en un plazo de dos meses tras las vacantes parlamentarias.
Dejando a un lado los incumplimientos constitucionales —los políticos libaneses se preocupan selectivamente de ellos si y cuando les conviene—, parece haber una tendencia general a favor de la celebración de elecciones parciales en los próximos meses. Todavía está por verse, si esta tendencia se materializa o se queda en pura maniobra política. Los sospechosos habituales ya fueron denunciados por el Ministro del Interior encargado de organizar estas elecciones: el miedo al COVID-19, obstáculos logísticos y consideraciones de costes en un país en bancarrota.
Las elecciones parciales podrían producirse, ya que tienen poco coste para la élite. Dada la identidad de los 10 diputados— ninguno de ellos pertenecía realmente a la mayoría gobernante —la reasignación de escaños no cambiará mucho en un Parlamento ya disfuncional. En todo caso, la celebración de elecciones parciales podría indicar a la comunidad internacional buena voluntad y compromiso con el proceso democrático. No obstante, la atención debe seguir centrada en las elecciones generales de 2022.
Para la sociedad civil y los partidos alternativos, las elecciones parciales podrían ser un arma de doble filo. Por un lado, la mayoría de las vacantes se encuentran en distritos que son relativamente más favorables que otros a los candidatos alternativos. Por otra parte, los partidos de la élite pueden presentarse unos contra otros, dividiendo así el voto tradicionalmente partidista. Esto podría dar a los partidos alternativos un trampolín prometedor para 2022, pero también un foro para probar estrategias de organización y movilización. Por otro lado, una desilusión debida a la baja participación o a la incapacidad de coordinar un frente compacto y unificado puede ser fácilmente contraproducente. Si los partidos alternativos no consiguen resultados alentadores, en lugares como el primer distrito de Beirut o Metn, el camino político que queda por delante puede ser sombrío.
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Christophe Abi Nassif es Magíster en Políticas Públicas por la Universidad de Pensilvania y en Administración Empresarial por las Universidad Harvard. Además, es Director del Programa Líbano en el MEI.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por MEI el 19 de Febrero de 2021.