Por Awad Halabi para Institute for Palestine Studies
Los historiadores están fascinados con las convergencias históricas. Les gusta descubrir cómo eventos, figuras e ideas del pasado se unen para iluminar un momento en el presente. Lamentablemente, me di cuenta de esto cuando mi madre falleció y Donald Trump reconoció a Jerusalén como la capital de Israel, ambos hechos con unos pocos días de diferencia.
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Mi madre, Hind (de soltera, Salti), vivió en Jerusalén durante su infancia y juventud. Nacida en 1928, once años después de que los británicos expulsaran a los otomanos, su generación fue la última que vivió en una Jerusalén pluralista y multiconfesional. Al vivir en el barrio árabe burgués de Upper Baqa, ella y sus contemporáneos recibieron el legado de una ciudad formada a finales de la era otomana. Las reformas estatales modernas y la llegada de las normas culturales occidentales transformaron a los árabes musulmanes, cristianos y mizrahim (judíos étnicamente árabes) de Jerusalén en una comunidad cívica común. En la Jerusalén fin de siècle, los árabes de estas tres religiones valoraban la educación occidental, el comercio global y las modas modernas. Musulmanes y cristianos enviaron a sus hijos a las mismas escuelas occidentales fundadas por misioneros cristianos, mientras que muchos niños judíos asistieron a las escuelas israelitas de la Alianza administradas por Francia. Más aún, todos debatían sobre política en el consejo municipal de Jerusalén y después se reunían en el parque municipal para disfrutar de la actuación de la banda de la ciudad. Los niños cristianos y musulmanes incluso se pusieron disfraces para Purim, una festividad judía. Formaron una comunidad de ‘hermanos otomanos’, como describe Michelle Campos, que creían conjuntamente en el progreso y la promesa de la modernidad occidental.
Mi madre y su generación fueron las últimas en compartir estos lazos de una manera que los judíos, musulmanes y cristianos de la ciudad nunca conocerán. Para la década de 1930, el conflicto entre el sionismo, los árabes cristianos y musulmanes de Palestina ya se había intensificado. Como cristiana ortodoxa, asistió a una escuela británica junto a niñas de las diversas comunidades religiosas de la ciudad. Como estudiantes, desafiaron el binario nacionalista de ‘judío contra árabe’. Al contrario, solo se veían unas a otras como compañeras de clase y competían entre ellas en el patio de la escuela, no en la arena de la política nacionalista. Muchas veces, mi madre se jactó de no haber conocido la religión de sus compañeras. No obstante, aunque ellas no hicieran estas distinciones, el país en el que estaban creciendo pronto las requeriría. Aún así, pese a que las hostilidades políticas entre árabes y judíos empeoraron, mi madre asistiría más tarde a las bodas de sus amigos judíos.
[Journal of Palestine Studies / La des-arabización de Jerusalén occidental 1947-1950]
Pero esta imagen idílica se erosionó rápidamente. La ciudad pluralista donde mi madre iba en bicicleta al YMCA se derrumbó durante la guerra de 1948. Las fuerzas israelíes capturaron su barrio y los que habían huido no pudieron regresar. La familia de mi madre fue una de las pocas familias árabes (y armenias) que permanecieron en lo que se convirtió en Jerusalén Occidental. Aunque fue brevemente desplazada de su hogar, fue una existencia endeble: los soldados asaltaban rutinariamente su casa en busca de hombres jóvenes y armas ocultas. En un momento, mi madre y su hermana mayor fueron enviadas a vivir a un convento alemán durante aproximadamente un año en la colonia alemana de la ciudad. Durante cinco años, la familia de mi madre vivió en estado de arresto domiciliario. Después de no poder soportar más esta situación insostenible, la familia se mudó a la ciudad cisjordana de Ramala. Durante esos cinco años, la Jerusalén de la juventud de mi madre se había convertido en un recuerdo, un tema que Issam Nassar examinó a través del diario de mi abuelo materno.
[Jerusalem Quarterly | Una existencia liminal en Jerusalén: al-Baq’a 1949]
Con la captura por parte de Israel de la mitad oriental de la ciudad en 1967 surgió la pretensión de que Jerusalén se había reunificado. Israel anexó la ciudad y redujo el estatus de sus ciudadanos árabes indígenas, al otorgarles solo ‘permisos de residencia’, un estatus legal precario que puede ser revocado de un plumazo. Muchos palestinos se negaron a aceptar la oferta de ciudadanía israelí, reacios a aprobar la anexión de Israel. En ese momento, pocos países, incluido Estados Unidos, tampoco lo reconocerían. Israel se propuso alterar el paisaje y la demografía de la ciudad para definir a Jerusalén como únicamente judía con el sobrenombre de ‘capital eterna de Israel’. Al ocupar la ciudad, Israel arrasó 165 casas y desplazó a 650 residentes del barrio marroquí de la Ciudad Vieja del siglo XII para ampliar una plaza para que los judíos oraran en el Muro Occidental. A pesar de la ilegalidad de que los israelíes se mudaran al territorio ocupado, surgieron nuevos barrios judíos con hogares modernos, escuelas bien financiadas y vibrantes centros comerciales. Y, para dar paso a la creciente población judía, Israel revocó hasta la fecha más de 14 mil de los permisos de residencia que había otorgado a los árabes de Jerusalén.
[Journal of Palestine Studies / La caída de Jerusalén, 1967]
Mientras tanto, los palestinos viven una existencia kafkiana en la que su identidad árabe es un obstáculo legal constante para su vida cotidiana. Todo esto está documentado en el informe de la Asociación por los Derechos Civiles en Israel (mayo de 2015) que declaró: hacen fila durante días para solicitar permisos de construcción que nunca se les otorgarán; cuando sí construyen casas, el Ejército las derriba; la financiación para las escuelas árabes y judías rivaliza con los niveles desiguales que había en Estados Unidos antes del caso Brown contra la Junta de Educación, los barrios árabes reciben una quinta parte de los servicios de los residentes judíos de Jerusalén, entre otros.
[Journal of Palestine Studies / Solo para los árabes: restricciones de construcción en Jerusalén del Este]
Esta segregación contradice la vivencia de una población multirreligiosa que experimentó tan solo una generación anterior en la ciudad. Ellos se encontraron y se relacionaron recíprocamente en muchos niveles de formas complejas: como vecinos, como peregrinos que oran en lugares sagrados compartidos, como consumidores y productores, y como compañeros de clase. A través de su reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel, Trump respaldó la anexión de Israel y su sistema de chovinismo religioso sobre lo que históricamente fue una ciudad multirreligiosa y multilingüe. La Jerusalén de mi madre terminó mucho antes de que Trump hiciera este anuncio. Puede parecer nostálgico, pero Jerusalén como ciudad pluralista donde sus habitantes existían como comunidad cívica alguna vez prosperó. No obstante, con la muerte de mi madre y el anuncio de Trump, enterramos a ambos.
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Awad Halabi es profesor asociado en los Departamentos de Historia y Religión de la Universidad Estatal de Wright en Dayton, Ohio, donde enseña sobre Medio Oriente e islam.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Institute for Palestine Studies el 29 de diciembre de 2017.