Por Diana Rayes para The Tahrir Institute for Middle East Policy
El 4 de agosto de 2020, una explosión inesperada de más de 2.700 toneladas de nitrato de amonio, desatendidas durante años en el puerto de Beirut, resultó en una catástrofe humanitaria en una de las ciudades más pobladas de la región. Se calcula que más de 200 personas murieron, más de 6.500 resultaron heridas y más de 300.000 de los residentes de Beirut, un tercio de ellos niños, fueron desplazados de sus hogares. La gravedad de la explosión en el puerto, con daños estimados en 350 millones de dólares, se vio y sigue viéndose agravada por una serie de desafíos prolongados que enfrenta el Líbano. Esto incluye una crisis económica y financiera que se deteriora rápidamente, profundizada por los bloqueos impuestos en respuesta a la pandemia de COVID-19. El Líbano sigue albergando al mayor número de refugiados per cápita del mundo, con algo más de 202.000 refugiados registrados solo en Beirut; más de 34 víctimas de la explosión fueron refugiados registrados y otros 124 refugiados resultaron heridos, 20 de los cuales sufrieron heridas graves. La mayoría de los vecindarios afectados por el radio de 6 millas de la explosión se consideran de bajos ingresos, en un momento en que el 23% de la población de la capital ya vive en la pobreza extrema.
[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]
Después de la explosión, la conmoción y el dolor se convirtieron rápidamente en ira y en exigencias de responsabilidad estatal, ya que la negligencia crónica del gobierno con respecto a la infraestructura y la economía de la ciudad, así como los llamados a la reforma dieron lugar a una crisis nacional. La mayoría de las 300.000 personas que fueron desplazadas inmediatamente después de la explosión, incluidos unos 80.000 niños, continúan en esa situación debido a los daños generalizados en las áreas residenciales y comerciales —que se estima entre 3.8 y 4.6 mil millones de dólares en daños físicos y entre $ 1.8 y $ 2.2 mil millones de dólares en costos de reconstrucción—. Las condiciones invernales en el Líbano provocaron descensos de temperatura y fuertes lluvias, lo que empeoró la ya precaria situación de vida de miles de familias vulnerables afectadas por la explosión. Mientras tanto, el COVID-19 continúa aumentando en todo el Líbano, con más de 324,000 casos confirmados y 3,737 muertes al 10 de febrero de 2021, más de 30,000 de los cuales están en Beirut.
Los impactos invisibles de la explosión
Seis meses después, el alcance de los impactos invisibles en la salud mental de la explosión sigue siendo menos conocido. Múltiples informes resaltaron el trauma colectivo experimentado por los sobrevivientes de la explosión, incluidas el padecimiento de pesadillas, flashbacks y fatiga, así como una mayor necesidad de consultas de salud mental. Incluso, en los meses previos a la explosión, hubo informes de una mayor prevalencia de depresión y ansiedad, así como de tasas más altas de suicidios y llamadas a líneas directas de suicidio. Muchas de estas se atribuyen al deterioro de la situación económica en el Líbano que resultó en una tasa de desempleo de más del 30 por ciento, la devaluación de la libra libanesa e hiperinflación de alimentos y medicamentos esenciales.
La explosión, también revivió traumas previos experimentados por generaciones de ciudadanos libaneses que sufrieron múltiples guerras civiles, desplazamientos y, más recientemente, el aumento de la violencia y de disturbios civiles durante manifestaciones masivas contra el gobierno. Particularmente afectados fueron los que estaban en la primera línea, incluidos los trabajadores de la salud que, ya abrumados por el fuerte aumento de los casos de COVID-19, no estaban preparados para las secuelas de la explosión y trabajaron durante días para tratar a los heridos a pesar de los recursos limitados. El personal humanitario y los voluntarios que respondieron inmediatamente después de la explosión, como los de la Cruz Roja Libanesa, informaron de la devastación que experimentaron al excavar entre los escombros para rescatar a las víctimas y el dolor que sentían los trabajadores humanitarios que también habían perdido amigos y familiares. Los psicólogos y trabajadores sociales, que fueron traumatizados directamente por la explosión, también experimentaron síntomas de angustia severa después de trabajar con los sobrevivientes.
A su vez, se informó que los niños, 100.000 de los cuales se cree fueron directamente afectados por la explosión, se vieron significativamente damnificados por las explosiones, y más del 50 por ciento de los entrevistados en una encuesta de UNICEF, posterior a la explosión, demostraron signos de trauma. De hecho, los especialistas en niños de Beirut observaron síntomas de trastorno de estrés postraumático, como micción involuntaria y síntomas de abstinencia social entre los más pequeños. Dima Wehbi, asesora de políticas del Comité Internacional de Rescate (IRC) en el Líbano, dijo que la explosión tuvo un impacto particularmente severo en niños y jóvenes. «Están mostrando angustia, trauma y trastornos de ansiedad», dijo y agregó: «Muchos de ellos siguen recordando los momentos en que ocurrió la explosión y todas las emociones negativas que sintieron y vivieron en ese momento. Muchos necesitaban servicios de salud mental especializados para recuperarse».
«Particularmente para los refugiados que viven en áreas urbanas, nuestro monitoreo de protección indica que es más probable que recurran a estrategias de afrontamiento negativas, como limitar el tamaño de las porciones de las comidas consumidas», explicó y añadió: «En todo Beirut, se reportaron graves impactos en la salud mental en múltiples estudios, y directamente por los clientes del IRC, debido a los factores estresantes combinados del COVID-19, el colapso financiero y económico, la inestabilidad política y las explosiones del puerto de Beirut», determinó Wehbi.
El impacto en las poblaciones de refugiados y migrantes de Beirut
La mayor parte de la población de refugiados de Beirut, que se estima en más de 1,5 millones en total, también sufrió un nuevo trauma por la explosión. Se informó que casi el 60 por ciento de los refugiados sirios perdieron sus trabajos durante el cierre en los meses previos a la explosión; y las estimaciones indican un aumento en el porcentaje de refugiados que viven por debajo del umbral de la pobreza, del 60 al 65 por ciento antes de la explosión a casi el 90 al 95 por ciento. Los refugiados palestinos que viven en el área del Gran Beirut, también están experimentando altas tasas de pobreza y acceso limitado a oportunidades de empleo. Las presiones sobre las poblaciones de refugiados en Beirut se intensificaron después de la explosión, con un aumento de los sentimientos anti refugiados y un resentimiento creciente de la comunidad de acogida libanesa y de los políticos. A principios de noviembre, cuando un hombre sirio con estatus de refugiado se prendió fuego frente a la oficina del ACNUR en Beirut, los espectadores comentaron sobre la condición cada vez más grave de los refugiados en el Líbano después de la explosión y el estallido del COVID-19. De hecho, muchos refugiados están optando por regresar. En 2020, un total de 38,233 refugiados sirios registrados regresaron a Siria desde el Líbano (al 31 de diciembre de 2020), un aumento de casi el 500 por ciento desde el último número reportado de 6,595 regresos al 31 de julio de 2020, días antes de la explosión en Beirut. La situación general en el Líbano sigue siendo un desafío para la mayoría, y algunos refugiados sienten que su vida es una ‘miseria’ y que son una ‘carga’ para sus familias.
Asimismo, la población de trabajadores migrantes del Líbano se vio afectada por la explosión, la mayoría de las cuales son trabajadoras domésticas patrocinadas por el sistema nacional de visas (kafala). En los últimos seis meses, estas trabajadoras se enfrentaron a un aumento de las tasas de desempleo, a la falta de vivienda y a la discriminación, y dicen sentirse abandonadas y olvidadas por sus empleadores y el gobierno libanés. Según una evaluación de necesidades posterior a la explosión, las necesidades de los hogares de migrantes varían notablemente de las de los hogares libaneses, y los hogares de migrantes dan prioridad a necesidades agudas como dinero en efectivo y alimentos, seguidas de reparaciones de refugios y medicamentos. Además, el acceso a la atención médica para los trabajadores migrantes suele depender de la presencia de un patrocinador y de la presentación de un permiso de trabajo. Para llenar este vacío, organizaciones como Médicos Sin Fronteras (MSF) establecieron una línea de ayuda médica específica, que se acercó a casi 170 trabajadores migrantes desde noviembre de 2020. No obstante, el deterioro de la situación en todo el país continúa amenazando el bienestar y seguridad de los trabajadores migrantes y requiere atención urgente de la comunidad local y global.
Disparidades en los servicios de salud mental: oportunidades y brechas
En la última década, el Líbano logró avances significativos en la reforma de su política nacional de salud mental, incluido el lanzamiento de una Estrategia de prevención, promoción y tratamiento del uso de sustancias y salud mental para Líbano (MHPSS, por su sigla en inglés, 2015-2020) dirigida por el Ministerio de Salud Pública. Esto se produjo después del establecimiento del Programa Nacional de Salud Mental (NMHP, por su sigla en inglés) en 2014, cuyo objetivo es ampliar el número de profesionales de salud mental capacitados en el Líbano e integrar los servicios de salud mental en los entornos de atención primaria de salud para aumentar la accesibilidad y la aceptación. Sin embargo, siguen existiendo importantes barreras estructurales, entre ellas un número limitado de unidades psiquiátricas y profesionales de la salud mental, como psiquiatras, enfermeras psiquiátricas y trabajadores sociales. Igualmente, se estima que el miedo a la estigmatización que rodea a los servicios de salud mental evita que alrededor del 90% de las personas en el Líbano busquen servicios de este tipo. Además, el sistema de salud altamente privatizado del Líbano y la limitada cobertura de seguro para este tipo particular de servicio de salud, disuaden a los posibles pacientes preocupados por el alto costo de los servicios. La escasez de medicamentos que precedió a la explosión, también amenazó la disponibilidad y asequibilidad de los medicamentos esenciales e impulsó la expansión del mercado negro. En particular en los últimos meses, con informes que indican que más de la mitad de la población del Líbano se encuentra en situación de pobreza, los servicios de salud mental pueden percibirse como un último recurso.
Tras la explosión, hubo un interés renovado en ampliar los servicios de salud mental y apoyo psicosocial proporcionados por organizaciones humanitarias locales e internacionales, agencias de la ONU e instalaciones gubernamentales. La Cruz Roja Libanesa (LRC, por su sigla en inglés) fue una de las organizaciones más receptivas sobre el terreno: recibió más de $3 millones de dólares en donaciones en cuestión de semanas y brindó salud mental y apoyo psicosocial a más de 16,400 personas. Más de 6.200 personas en el Líbano obtuvieron apoyo con los servicios de MHPSS, y la mayoría de las personas son alcanzadas por programas de PSS, tanto especializados como no especializados. Sin embargo, siguen existiendo brechas significativas en la provisión de servicios de MHPSS, particularmente en áreas rurales o de difícil acceso, y para poblaciones específicas como la comunidad LGBTQI+. La Evaluación Rápida de Daños y Necesidades del Banco Mundial enfatizó que el acceso continuo al apoyo de MHPSS para las comunidades afectadas por la explosión sigue siendo una prioridad en el plazo inmediato.
Aquellas personas que se vieron afectadas de manera desproporcionada por las explosiones son de particular preocupación, incluidas aquellas de edad avanzada, las mujeres y las personas con discapacidades. Estas poblaciones experimentan mayores obstáculos para acceder a los servicios de MHPSS, tanto por los desafíos planteados por el COVID-19 como por el temor a una posible discriminación por parte de sus pares o familiares de los que dependen para acceder a los servicios. Los niños en edad escolar, también están más sujetos a estrategias de afrontamiento negativas, especialmente debido a la falta de acceso a la protección, incluida la vivienda insuficiente y el riesgo de violencia de género.
Las organizaciones sin fines de lucro y de la sociedad civil existentes dieron un paso adelante para apoyar a los civiles afectados por la explosión, en particular a aquellos que son más difíciles de alcanzar o que permanecen en situaciones vulnerables. Entre ellas se encuentra una de las organizaciones de salud mental más antiguas de la región, el Instituto para el Desarrollo, la Investigación, la Defensa y la Atención Aplicada (IDRAAC, por su sigal en inglés), cuyo personal amplió de inmediato sus servicios de línea directa para brindar consultas remotas a los afectados. Embrace, otra organización sin fines de lucro que crea conciencia sobre la salud mental en el Líbano, aumentó la capacidad de su clínica después de la explosión y ofreció una línea de ayuda nacional para el apoyo emocional y la prevención del suicidio.
Se lanzaron otras iniciativas de base, inmediatamente después de la explosión. Un ejemplo de ello es Khaddit Beirut, cuyo objetivo es la recuperación a través de una serie de iniciativas de menor impacto, una de las cuales prioriza el aumento de asociaciones para mejorar la salud de la comunidad y proporcionar servicios de salud mental accesibles. Otras iniciativas posteriores a la explosión condujeron a las plataformas de redes sociales, como Beirut Explosions Emotions (N.d.T.: ‘Beirut Explosiones Emociones’) en Instagram, para facilitar una red para los sobrevivientes de la explosión. Beirut Disaster Relief (N.d.T.: ‘Ayuda del desastre de Beirut’), una aplicación que ofrece un directorio de personas y expertos que pueden brindar apoyo humanitario, también fue una herramienta útil para conectar a los afectados por la explosión con expertos en salud mental que pueden ofrecer consultas remotas. Si bien estas iniciativas ayudan a satisfacer las necesidades a corto plazo, se necesitan enfoques más sostenibles, entre ellos un mayor financiamiento para rehabilitar los hospitales destruidos durante la explosión, ampliar los servicios de salud mental comunitarios, capacitar a especialistas en salud mental y aumentar la disponibilidad de medicamentos psicotrópicos.
Como dijo el Dr. Rabih Chammay, psiquiatra y director del NMHP, para muchos afectados por la explosión, «la justicia es esencial para la recuperación». La explosión en el puerto fue un punto crítico tras meses de disturbios civiles y políticos, agravados por una crisis económica prolongada, los meses de protestas y el COVID-19. A medida que 2021 trae medidas de bloqueo más estrictas en el Líbano debido a la creciente amenaza de COVID-19, así como a las crecientes tasas de pobreza entre la población libanesa, las soluciones de salud mental están cada vez más justificadas y son necesarias para la recuperación.
[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]
Diana Rayes es candidata a doctorado en Salud Internacional en la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg, donde investiga el impacto del conflicto y el desplazamiento en la salud de los refugiados y migrantes. También, tiene una maestría en salud mental pública de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg y una licenciatura en psicología de la Universidad Estatal de Arizona.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por TIMEP el 4 de febrero de 2021