Por Ramzy Baroud para Al Bawaba
El 11 de enero, el Tribunal de Distrito israelí de Lod falló en contra del cineasta palestino Mahmoud Bakri y le ordenó pagar una considerable indeminzación a un soldado israelí que fue acusado, junto con el Ejército de Israel, de cometer crímenes de guerra en el campamento de refugiados de Jenin, ubicado en el norte de Cisjordania ocupada, en abril de 2002.
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El caso, tal como lo presentaron los medios israelíes y otros, parecía tratar asuntos legales típicos como la difamación del carácter, etc. Para aquellos familiarizados con el choque masivo de narrativas que emanó de ese evento singular, conocido por los palestinos como la ‘Masacre de Jenin’, el veredicto de la corte israelí no es sólo político, sino histórico y también intelectual.
Bakri, un palestino nacido en la aldea de Biina, cerca de la ciudad palestina de Akka, ahora ubicada en Israel, fue exhibido repetidamente en los tribunales israelíes y fuertemente censurado en los principales medios de comunicación israelíes, simplemente porque se atrevió a desafiar el discurso oficial sobre el hechos violentos que ocurrieron en el campo de refugiados de Jenin, hace casi dos décadas.
El documental de Bakri, ‘Jenin Jenin’, ahora está oficialmente prohibido en Israel. La película, que fue producida solo meses después de la conclusión de este episodio particular de violencia israelí, no hizo muchas afirmaciones propias. En gran medida, abrió un espacio poco común para que los palestinos transmitieran, en sus propias palabras, lo que había ocurrido en el campo de refugiados cuando grandes unidades del ejército israelí, bajo la protección de aviones de combate y helicópteros de ataque, pulverizaron gran parte del campo, matando a decenas e hiriendo a cientos de personas.
Prohibir una película, independientemente de lo inaceptable que pueda parecer desde el punto de vista de las autoridades oficiales, es totalmente incompatible con cualquier definición real de libertad de expresión. Pero prohibir ‘Jenin Jenin’, acusar al cineasta palestino y compensar económicamente a los acusados de cometer crímenes de guerra, es indignante.
El trasfondo de la decisión israelí puede entenderse en dos contextos: uno, el régimen de censura de Israel destinado a silenciar cualquier crítica a la ocupación israelí y el apartheid y, dos, el temor de Israel a una narrativa palestina verdaderamente independiente.
La censura israelí se remonta al inicio mismo del Estado de Israel sobre las ruinas de la patria palestina, en 1948. Los padres fundadores del país elaboraron minuciosamente una historia conveniente sobre el nacimiento de Israel y borraron casi por completo a Palestina y a los palestinos de su narrativa histórica. Sobre esto, el intelectual palestino fallecido, Edward Said, escribió en su ensayo ‘Permiso para narrar’: “La narrativa palestina nunca ha sido admitida oficialmente en la historia de Israel, excepto como la de los ‘no judíos’, cuya presencia inerte en Palestina era una molestia debía ser ignorada o expulsada”.
Para asegurar el borrado de los palestinos del discurso oficial israelí, la censura evolucionó hasta convertirse en uno de los esquemas más elaborados y mejor custodiados de su tipo en el mundo. Su grado de sofisticación y brutalidad alcanzó tal punto que los poetas y artistas pueden ser juzgados y condenados a prisión por simplemente confrontar la ideología fundadora de Israel, el sionismo o escribir poemas que pueden parecer ofensivos para la sensibilidad israelí. Si bien los palestinos soportan la mayor parte de la siempre vigilante maquinaria de censura israelí, algunos judíos israelíes, incluidas las organizaciones de derechos humanos, también sufren las consecuencias.
Pero el caso de ‘Jenin Jenin’ no es el de la censura rutinaria. Es una declaración, un mensaje, contra aquellos que se atreven a dar voz a los palestinos oprimidos, dándoles la oportunidad de hablarle directamente al mundo. Estos palestinos, a los ojos de Israel, son sin duda los más peligrosos, ya que demuelen el discurso oficial israelí estratificado, elaborado pero falaz, independientemente de la naturaleza, el lugar o el momento de cualquier evento controvertido, comenzando con la “Catástrofe” o la Nakba de 1948.
Casi simultáneamente con el lanzamiento de ‘Jenin Jenin’, se publicó mi primer libro, ‘Searching Jenin: Eye Witness Accounts of the Israel Invasion’ (N.d.T.: ‘Registrando Jenin: relatos de testigos oculares de la invasión de Israel’). El libro, al igual que el documental, tenía como objetivo contrarrestar la propaganda oficial israelí a través de relatos honestos y desgarradores de los supervivientes del campo de refugiados. Si bien Israel no tenía jurisdicción para prohibir el libro, los medios de comunicación pro israelíes y los académicos dominantes lo ignoraron por completo o lo atacaron ferozmente.
Es cierto que la contranarrativa palestina a la narrativa dominante israelí, ya sea sobre la ‘Masacre de Jenin’ o la Segunda Intifada Palestina, fue humilde, en gran parte defendida a través de esfuerzos individuales. Aún así, incluso intentos tan modestos de narrar una versión palestina fueron considerados peligrosos, rechazados con vehemencia como irresponsables, sacrílegos o antisemitas.
El verdadero poder de Israel, pero también el talón de Aquiles, es su capacidad para diseñar, construir y proteger su propia versión de la historia, a pesar del hecho de que tal historia no es coherente con ninguna definición razonable de la verdad. Dentro de este modus operandi, aún las contra narrativas exiguas y sin pretensiones son amenazadoras, ya que abren agujeros en una construcción intelectual que ya no tiene fundamento.
La historia de Bakri sobre Jenin no fue atacada implacablemente y finalmente prohibida como un mero resultado de las tácticas de censura predominantes de Israel, sino porque se atrevió a manchar la secuencia histórica diligentemente fabricada por Israel, comenzando con un “pueblo sin tierra” perseguido que llega a una supuesta “tierra sin gente”, donde “hicieron florecer el desierto”.
‘Jenin Jenin’ es un microcosmos de la narrativa de un pueblo que destruyó con éxito la propaganda bien financiada de Israel, enviando un mensaje a los palestinos de todo el mundo de que hasta la falsificación de la historia por parte de Israel puede ser derrotada rotundamente.
En su libro seminal, ‘Decolonising Methodologies: Research and Indigenous Peoples’ (N.d.T: ‘Metodologías de descolonización: investigación y pueblos indígenas’), Linda Tuhiwai Smith examinó brillantemente la relación entre historia y poder, donde afirmó que “la historia se trata principalmente de poder”. “Es la historia de los poderosos y cómo se volvieron poderosos, y luego cómo usan su poder para mantenerlos en posiciones en las que pueden seguir dominando a los demás”, escribió. Precisamente porque Israel necesita mantener la estructura de poder actual, ‘Jenin Jenin’ y otros intentos palestinos de recuperar la historia deben ser censurados, vetados y castigados.
El ataque de Israel a la narrativa palestina, no es una mera impugnación oficial de la veracidad de los hechos o de algún tipo de temor israelí de que la ‘verdad’ pueda conducir a la rendición de cuentas legal. A Israel apenas le importan los hechos y, gracias al apoyo occidental, sigue siendo inmune al enjuiciamiento internacional. Más bien, se trata de borrar; borrar la historia, de una patria, de un pueblo.
Un pueblo palestino con una narrativa colectiva coherente siempre existirá sin importar la geografía, las dificultades físicas y las circunstancias políticas. Esto es lo que más teme Israel.
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Ramzy Baroud es Doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad de Exeter, Editor Jefe en The Palestine Chronicle, e investigador senior no residente en el Centro para el Islam y Asuntos Globales y en el Centro Afro-Medio Oriente.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Al Bawaba el 20 de enero de 2021.