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El Interprete Digital

Políticas de libertad religiosa: entre geopolítica y derechos de las minorías

Por Saba Mahmood para Jadaliyya

Dibujo de un grupo de fieles rezando en un templo, Palestina. [David Roberts/ Creative Commons]

El derecho a la libertad religiosa es ampliamente considerado como un logro supremo de las democracias secular-liberales que garantiza la coexistencia pacífica de poblaciones religiosamente diversas. Si bien se supone que todos los miembros de una organización política están protegidos por el derecho a la libertad religiosa, se entiende que las minorías religiosas son sus mayores beneficiarios, en la protección que les otorga para practicar sus creencias libremente sin temor a la intervención estatal o la discriminación social.

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La sabiduría convencional dice que la libertad religiosa es un principio universalmente válido, consagrado tanto en las constituciones nacionales, como en las cartas y tratados internacionales, pero cuya adecuada implementación continúa siendo frustrada por fuerzas intransigentes en la sociedad, como los gobiernos antiliberales, los fundamentalistas religiosos y las normas tradicionales. En la medida en que se supone que el Medio Oriente, y el mundo musulmán en general, están afligidos por los males del fundamentalismo y los gobiernos antiliberales, entonces la promesa salvífica de la libertad religiosa cobra mayor importancia.

En este breve artículo, me gustaría cuestionar esta forma de pensar a través de una consideración del camino que tomó la libertad religiosa en el Medio Oriente moderno (para un desarrollo más completo de los argumentos aquí expresados, vea mi próximo artículo, ‘Religious Freedom, the Minority Question, and Geopolitics in the Middle East’ [‘La libertad religiosa, la cuestión de las minorías, y la geopolítica en Oriente Medio’], en Comparative Studies in Society and History).

Como expondré, lejos de ser un principio universalmente válido y estable, el significado y la práctica de la libertad religiosa siempre cambiaron en Medio Oriente, a menudo en respuesta a luchas geopolíticas, la expansión del poder estatal moderno y los regímenes locales de desigualdad socio-religiosa. En lugar de tratar la historia del Medio Oriente simplemente como una aberración de la norma de tolerancia occidental, en lo sucesivo me gustaría considerar cómo esta historia nos hace repensar las pretensiones normativas contenidas en la actual defensa del derecho a la libertad religiosa y el bien universal que se supone que facilita. Al ofrecer estas reflexiones, mi intención no es promover ni rechazar el derecho a la libertad religiosa, sino obligarnos a considerar las contradicciones y paradojas que se encuentran en la base de este derecho tan codiciado.

Consideremos brevemente la trayectoria histórica de la libertad religiosa en el Imperio Otomano tardío, puesto que ofrece un interesante contraste con el desarrollo histórico en Europa Occidental. La concepción moderna de la libertad religiosa, con su noción de conciencia individual y creencia como el lugar apropiado de la religión, fue desconocida en el Imperio Otomano hasta bien entrada la mitad del siglo XVIII. Como es sabido, bajo el sistema otomano del Millet, a ‘la gente del libro’ (cristianos y judíos) se le concedió una autonomía colectiva limitada sobre ciertos asuntos jurídicos (incluidos temas de matrimonio, familia y culto), pero, por otra parte, fueron tratados de manera desigual a los musulmanes en términos sociales y políticos. Esta autonomía jurídica fue una de las principales formas en que los otomanos lograron gobernar una inmensa diversidad de creencias religiosas durante más de seis siglos. Es importante destacar que este ‘modelo no liberal de pluralismo’ era diferente del modelo liberal en que la autonomía de cada comunidad religiosa se justificaba no en términos de grupos versus derechos individuales, sino en términos de un orden político en el que la diferencia era primordial.

Los otomanos no pretendían transformar políticamente la diferencia en igualdad como lo hace el Estado-nación moderno. En cambio, varios grupos religiosos contiguos se integraron a través de un sistema vertical de jerarquía en el que los musulmanes ocupaban la posición más alta. Es importante destacar que la noción individualista liberal de igualdad civil y política que hace posible la concepción moderna de la libertad de creencias no fue el paradigma en este período premoderno.

Por supuesto, las cosas empezaron a cambiar lentamente con el nacimiento del Estado moderno en el que los términos ‘mayoría’ y ‘minoría’ pasaron a servir como dispositivos constitucionales para resolver diferencias que la ideología del nacionalismo buscaba erradicar, eliminar o asimilar. En definitiva, el Imperio Otomano adoptó formalmente el derecho a la libertad religiosa en 1856 (bajo el famoso decreto Hatt-i Hümayun), en gran parte, bajo presión europea. Esta presión estuvo lejos de ser un intento benigno por parte de los europeos de promover la tolerancia religiosa en tierras otomanas: su propio historial hacia los ‘disidentes cristianos’, y mucho menos hacia las minorías no cristianas, mostraba que era apenas tolerante en aquel momento.

Principalmente, la presión europea fue producto de luchas geopolíticas de larga data entre los Estados cristianos europeos y los otomanos. Los gobernantes cristianos europeos habían hecho repetidos intentos a lo largo del siglo XVI para hacer valer su derecho a proteger a las minorías cristianas dentro de los territorios otomanos. Mientras el Imperio Otomano fue dinámico, pudo adaptarse a estas presiones sin comprometer su soberanía, pero una vez que el poder otomano comenzó a debilitarse, no pudo resistir las incursiones de Europa occidental en nombre de los grupos cristianos otomanos. Ya en el siglo XVI, los gobernantes otomanos habían otorgado privilegios especiales —conocidos como ‘capitulaciones’— a los comerciantes de Europa occidental que aseguraban un grado considerable de autogobierno en asuntos de jurisdicción penal y civil, así como libertad de religión y culto. Con el tiempo, cuando el poder otomano disminuyó, estos privilegios llegaron a aplicarse no solo a los comerciantes occidentales, sino también a los misioneros europeos y, finalmente, a las comunidades cristianas otomanas indígenas (lo que entonces se llamaba ‘cristianos orientales’).  Notablemente, no existían privilegios paralelos para los no cristianos que residían en territorios gobernados por imperios cristianos en ese momento. Macolm Evans, en su magistral historia del derecho a la libertad religiosa, señalaba: “Dentro de este marco, el papel de los Estados de Europa Occidental como protectores de la libertad religiosa de sus súbditos dentro de los dominios otomanos fácilmente omitía una reivindicación que les da derecho a defender las libertades, religiosas y de otro tipo, de todos los cristianos en el Imperio”.

Cuando los gobernantes otomanos adoptaron la concepción moderna del derecho a la libertad religiosa en 1856, el destino de las comunidades no musulmanas en el imperio solo se transformó formalmente, pero no sustancialmente. Como señalan los historiadores del último período del Imperio Otomano, para los gobernantes otomanos el derecho a la libertad religiosa servía como un medio dual para defenderse de los movimientos misioneros cristianos cada vez más poderosos, por un lado, y para apuntalar el carácter islámico del imperio, por el otro. El imperio ya había perdido gran parte de su territorio (un tercio en 1878) y los reformadores otomanos estaban ansiosos por traer de vuelta a los cristianos que se habían convertido en protegidos de Estados extranjeros (bajo el sistema de capitulaciones) nuevamente a la jurisdicción del Estado otomano. Sin embargo, para muchos cristianos otomanos, el derecho a la libertad religiosa sirvió como un medio para reclamar la protección occidental contra la discriminación sistémica, en el proceso de transformación de su identidad y autocomprensión.

En contraste con los gobernantes otomanos y los cristianos otomanos, la libertad religiosa significaba algo bastante distinto para los misioneros europeos que habían expandido considerablemente sus actividades en el mundo musulmán en el siglo XIX. Para estos misioneros, la libertad religiosa era un medio crucial para asegurar el derecho a hacer proselitismo libremente entre musulmanes y cristianos sin la restricción de las leyes y prohibiciones existentes contra la conversión religiosa.

En Egipto, por ejemplo, los misioneros euroamericanos, que no habían logrado ganar conversos entre los musulmanes, concentraron sus energías en los cristianos ortodoxos coptos, a quienes durante mucho tiempo habían considerado con desdén y absoluto desprecio como practicantes de una forma depravada de cristianismo. Es importante destacar que los misioneros estadounidenses y europeos disfrutaron de la protección de las autoridades coloniales británicas en Egipto, y que el período colonial (1882-1918) fue la cúspide de las actividades misioneras en la región. Las ventajas otorgadas a los occidentales bajo las capitulaciones otomanas demostraron ser cruciales para que los misioneros lograran acceder a las poblaciones rurales y urbanas egipcias.

Estos misioneros hicieron un uso omnipresente de la diplomacia internacional y las oficinas coloniales y extranjeras de los gobiernos angloamericanos a favor de su causa, abogando internacionalmente por la adopción de la libertad religiosa en foros tan diversos como la Liga de Naciones, la Conferencia de Paz de París, el Departamento de Estado de Estados Unidos y el Ministerio de Relaciones Exteriores británico. 

La reciente aprobación de la Ley de Libertad Religiosa Internacional por el Congreso de Estados Unidos (1998) para promover el derecho a la libertad religiosa (particularmente los cristianos) en Medio Oriente debe ubicarse dentro de esta larga historia geopolítica en la que las potencias occidentales violaron a menudo el principio de soberanía estatal con el pretexto de promover la tolerancia religiosa. Ningún Estado-nación no occidental en la historia moderna pudo ejercer la misma presión para defender los derechos de las minorías religiosas, raciales o étnicas que viven en el mundo occidental.

Dada la historia que he rastreado aquí, es importante darse cuenta de que el significado de la libertad religiosa varía históricamente según la posición geopolítica de los jugadores en Medio Oriente. Además, la carrera del derecho a la libertad religiosa difícilmente fue de una neutralidad secular en Medio Oriente. A lo largo de gran parte de su historia moderna, el derecho a la libertad religiosa sirvió como un medio para promover campañas de proselitismo religioso, para ganar conversos cristianos o para consolidar el espíritu mayoritario del Estado moderno emergente. Esta historia nos obliga a considerar cómo la libertad religiosa no es simplemente un medio jurídico para proteger al creyente individual de la coerción estatal. Más bien, y de manera crucial, es una técnica de gobernanza nacional e internacional cuyo ejercicio adecuado siempre implicó preocupaciones de realpolitik.

Uno puede preguntarse en este punto, ¿cómo se vieron afectadas las minorías religiosas de Medio Oriente por estas luchas geopolíticas por la libertad religiosa? La respuesta a esta pregunta, por supuesto, varía según la historia de cada Estado-nación en la región. Si tomamos el ejemplo de los cristianos coptos ortodoxos en Egipto, la población cristiana más grande de la región, sería necesario comenzar con la historia de la rivalidad y la lucha de larga data entre el cristianismo ortodoxo occidental y oriental (del cual el cristianismo copto es parte).

A lo largo de gran parte de la historia moderna, comenzando con la Iglesia Católica Romana, la cristiandad occidental siguió viendo al cristianismo copto como una forma primitiva de cristianismo cuya salvación sólo podía venir de Occidente. Este punto de vista se afianzó aún más por la ola de misioneros protestantes, inicialmente enviados desde Europa (anglicanos, episcopales y luteranos) y más tarde de los Estados Unidos (evangélicos presbiterianos), ninguno de los cuales tuvo éxito con los conversos musulmanes y concentró sus energías en las comunidades coptas. 

A la luz de esta rivalidad, no es sorprendente que los cristianos coptos históricamente se resistieran a las ofertas europeas de patrocinio para ‘proteger y representar’ a los coptos contra el dominio musulmán. Así, a diferencia, por ejemplo, de los cristianos maronitas del Líbano que establecieron fuertes alianzas con las potencias coloniales francesas, los coptos estuvieron a la vanguardia de la lucha anticolonial contra los británicos y jugaron de igual a igual en la configuración del proyecto nacionalista en las décadas de 1940 y 1950.

A pesar de esta distinguida historia de resistencia copta y la consagración del derecho a la libertad religiosa en la Constitución egipcia, los cristianos coptos siguen sufriendo diversas formas de discriminación formal e informal en el Egipto poscolonial. En los últimos años, el discurso de la libertad religiosa se convirtió en un idioma dominante en la lucha copta contra las políticas sociales y estatales que los marginaron sobre la base de su identidad religiosa. Sin embargo, en esta lucha, la libertad religiosa una vez más no es un significante estable sino que significa cosas muy diferentes para diferentes grupos.

En el centro del controvertido significado de la libertad religiosa en Egipto se encuentra un sistema político que consagró a la Iglesia Ortodoxa Copta como el único representante de la comunidad copta y creó una entente iglesia-Estado que dificulta que los coptos-laicos cambien los términos de debate. Como resultado, la Iglesia Copta tiende a desplegar una comprensión comunitaria de la libertad religiosa que sirve para consolidar su autoridad sobre la vida religiosa y social de sus seguidores. Esta concepción está en tensión con una noción individualista defendida por activistas seculares de derechos humanos basada en el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, dado que ambas privilegian las nociones de conciencia personal, creencia y elección. La diáspora copta euroamericana, en alianza con una red mundial evangélica cristiana cada vez más poderosa, defiende un tercer concepto basado en el artículo 27 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que destaca una concepción colectiva de la libertad religiosa como un derecho de los grupos minoritarios. Finalmente, el Gobierno egipcio promueve su propia concepción estrecha de la libertad religiosa destinada a asegurar el carácter islámico de la nación egipcia y los intereses de seguridad nacional.

Sería incorrecto suponer que la libertad religiosa consiste simplemente en proteger a ciertos grupos o individuos del ejercicio del poder estatal (es decir, trazar la separación entre Iglesia y Estado con firmeza y resolución). Las personas que se supone que se benefician más del principio moderno de libertad religiosa, es decir, las minorías religiosas, no están meramente protegidas de los abusos del poder estatal, sino que también son transformadas en virtud de su sujeción al cálculo del poder estatal y geopolítico de maneras únicas e impredecibles. El cambio, por ejemplo, de una comprensión grupal de la libertad religiosa a una individualista en el discurso jurídico internacional es más que un cambio conceptual: también afecta el significado sustantivo y la práctica de la libertad religiosa, así como los tipos de sujetos que pueden hablar en su nombre.

Al concluir este artículo, permítaseme señalar que estos contrastantes despliegues de la libertad religiosa a menudo se leen como la instrumentalización cínica de un principio por lo demás noble al servicio de la realpolitik o fines corruptos. Visto así, el principio mismo —su lógica, su finalidad y su significado sustantivo— permanece inmaculado por las intenciones impías de los imperios, actores y Estados que buscaron promoverlo o subvertirlo. Este argumento debe ser complejizado por varias razones. Como manifesté, lejos de ser una medida de la intolerancia de una cultura, la libertad religiosa está ligada desde sus inicios al ejercicio del poder soberano, la seguridad regional y nacional, y la desigualdad de las relaciones de poder geopolítico en Medio Oriente.

Estos significados variables deben entenderse no simplemente como despliegues oportunistas de un único principio noble, sino como reflejo de las contradicciones y paradojas internas de la arquitectura conceptual del derecho a la libertad religiosa en sí misma y de su historia global. En la medida en que el derecho a la libertad religiosa está habilitado por condiciones de desigualdad geopolítica y soberanía diferencial entre el Primer y el Tercer Mundo, nos corresponde repensar el bien global que sus defensores a menudo prometen a todos los pueblos del mundo.

De hecho, si la promoción universal de la libertad religiosa está acompañada de agendas coloniales y neocoloniales, entonces, ¿cómo lidiar con la legítima e importante cuestión de brindar protección a las minorías religiosas a través de la dicotomía occidental y no occidental? ¿Qué otros mecanismos procesales, legales y sociales hacen posible las políticas modernas que puedan separarse del ejercicio de la dominación, los intereses y el poder geopolítico? ¿Es posible tal separación no sólo conceptual sino práctica, dada la intratabilidad de la política de todas las luchas por los derechos humanos de nuestro tiempo?

[Este artículo se publicó originalmente en The Immanent Frame: Secularism, Religion, and the Public Sphere].

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Saba Mahmood (1962-2018) fue una antropóloga pionera e intelectual en áreas del islam y el secularismo, teoria feminista y religión, y crítica de las certezas liberales. Su trabajo académico marcó un cambio de paradigma no sólo en antropología, sino también en estudios religiosos, estudios de género y de teoría política.

N.d.T.: El artículo original fue publicado por Jadaliyya el 7 de marzo de 2012.