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El Interprete Digital

El momento de mayor gloria de Messi se convirtió en un pararrayos cultural

Por Kareem Shaheen para New Lines Magazine

Messi levantando la copa del mundo en el estadio Lusail. [Football Pictures / Creative Commons]

Fue un momento cargado de simbolismo. Lionel Messi, posiblemente el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos, alzaba por fin una Copa del Mundo que durante tanto tiempo había resistido a su Argentina natal, la coronación de una carrera llena de historias.

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Pero también hubo otros vencedores simbólicos en ese momento. Messi vestía un bisht qatarí, una ligera capa que le había colocado sobre los hombros el emir del país anfitrión de la Copa del Mundo. El régimen qatarí, cuyo historial en materia de derechos humanos y su campaña para albergar el torneo habían sido sometidos a lo largo de los años a un implacable escrutinio, se vio a sí mismo como triunfante. Organizó con éxito, y en gran medida sin incidentes, uno de los Mundiales más emocionantes que se recuerdan, el segundo con mayor número de goles de la historia y que culminó en la que posiblemente haya sido la mejor final de la historia entre Argentina y Francia, un partido cuyo guión, con sus alocados vaivenes de fortuna y dramatismo, evocó a ‘Juego de Tronos’.

E irónicamente, el propio emir de Qatar es el jefe máximo de las dos legendarias estrellas de la final. Tanto el francés Kylian Mbappé como Messi juegan en el París Saint Germain, adquirido en 2011 por un fondo soberano qatarí dedicado a inversiones deportivas.

Por supuesto, el propio bisht se convirtió inmediatamente en objeto de controversia en la guerra cultural en curso que marcó gran parte del período previo a este torneo y que fue de la mano de la cobertura futbolística real.

Qatar, por supuesto, fue criticado por su trato a los trabajadores inmigrantes que construyeron los estadios y otras instalaciones para la Copa del Mundo. Pero también fue condenado por sus leyes que criminalizan a las personas LGBTQ+, así como por sus estrictas políticas que prohíben expresiones de orgullo como las banderas arcoiris en las gradas, una política que el organismo rector del fútbol, la FIFA, también aplicó contra los equipos competidores, amenazando con castigos no revelados por cualquier expresión de solidaridad LGBTQ+ en el terreno de juego. Al parecer, los castigos eran tan severos que nadie se arriesgaba ni siquiera a realizar expresiones inocuas de solidaridad.

La polémica del bisht adoptó en gran medida dos vertientes sutilmente distintas. La primera es que los qataríes no tenían por qué entrometerse con sus propios matices culturales en un momento de celebración de la victoria de Argentina, que esencialmente el gesto era una emboscada a Messi que de alguna manera manchaba su momento de gloria. Esto se hizo evidente en la respuesta inmediata al ‘bishtgate’ por parte de un comentarista de la Fox, que indicó que los qataríes deberían haber dejado a Messi tener su momento y señaló la probable vergüenza o decepción que sentirá cuando vuelva a mirar esas fotos. La segunda es que el gesto simbólico es problemático en sí mismo, pues completa el lavado deportivo de la Copa del Mundo al permitir que un símbolo de una cultura retrógrada y opresora forme parte de esa celebración.

La primera crítica es algo razonable, aunque exagerada, porque la práctica no carece de precedentes. Los atletas de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 lucieron coronas de ramas de olivo mientras recibían las medallas por sus hazañas en la competición, una práctica que no fue recibida con protestas por la intrusión de la cultura helénica en su momento especial. La fotografía más emblemática de la Copa del Mundo de 1970 en México es la del legendario futbolista brasileño y campeón del mundo Pelé con un sombrero mientras era paseado por el campo por aficionados y compañeros de equipo. De hecho, muchos de los aficionados que asistían a los partidos de la Copa del Mundo se apropiaron de los trajes tradicionales de los árabes del Golfo, vistiendo ghutras, igals y dishdashas con los colores de su país, una práctica hilarante y sana a partes iguales, junto con vídeos de qataríes ayudando a los extranjeros a ajustar sus trajes tradicionales. Puede que se tratara de un fascinante choque de culturas, con la exageración árabe de ofrecer respeto a un invitado de honor y el instinto occidental de dejar que Messi lo celebrara a su manera, aunque el propio Messi no pareció inmutarse por las imágenes en las fotos que publicó más tarde en sus redes sociales.

(Además, por si a alguien le preocupaba que Qatar lograra un final de imagen perfecta para su Copa del Mundo, cabe señalar que la segunda foto más icónica de la ceremonia final, además de Messi levantando la Copa del Mundo envuelto en un bisht, es una foto digna de meme del portero Emiliano Martínez fingiendo que el guante de oro que recibió por sus proezas durante el torneo es un pene).

La segunda vertiente de la crítica es más problemática. En la prensa generalista y en las redes sociales, la idea de que los árabes están atrasados y de que Occidente está obsesionado con los derechos de los homosexuales ha sido un trasfondo detestable de muchos de los comentarios sobre la Copa del Mundo, al margen del fútbol que se está jugando sobre el terreno de juego. Las leyes qataríes que prohíben las muestras públicas de afecto o el consumo público de alcohol (a pesar de que algunas noticias afirman que esto ha contribuido a reducir en general los casos de acoso sexual en las sedes) y las que discriminan a las personas LGBTQ+ se convierten en símbolos de un atraso cultural más amplio. Mientras tanto, los homófobos árabes (y hay muchos) se deleitaron burlándose de la selección alemana tras su derrota ante Japón porque los jugadores se taparon la boca en su foto previa al partido para simbolizar la mordaza de los atletas sobre la cuestión de los derechos LGBT. Algunos los llamaron burlonamente “muntakhab al-alwan” (equipo de colores), como los colores de la bandera arco iris, un juego de palabras con la palabra “alman“, que significa alemanes. Muchos usuarios musulmanes de las redes sociales celebraron la derrota de Francia basándose en informes no verificados de que el equipo francés planeaba izar la bandera del Orgullo si ganaba. Para algunos, el bisht era el símbolo anti-Orgullo, del triunfo sobre lo que consideraban una importación cultural occidental.

En los pantanos del metaverso había comentarios mucho menos indiferentes por ambas partes.

La mayoría de los principales medios de comunicación fueron circunspectos en su indignación, describiendo el gesto como un acto ‘extraño’ que arruinó el momento cumbre de Messi. Como de costumbre, los medios franceses dijeron en voz alta lo que realmente pensaban, y los comentaristas de BFM TV, una de las mayores cadenas de noticias del país, describieron el bisht como un albornoz y un trapo.

La comparación es, por supuesto, ofensiva, incluso racista. Pero es revelador que un gesto así se interprete una vez más a través de la lente de la identidad. Muchos de los que se indignaron en las redes sociales por la burla con la que los medios de comunicación describieron el gesto se esforzaron en explicar que se trataba de honrar al destinatario, incluso de tratarlo como a un miembro de la realeza, cuando quien lo hacía era el gobernante del país.

De un momento a otro, un símbolo de honor y hospitalidad se transformó en otro pararrayos de la guerra cultural que rodea a esta Copa del Mundo. El bisht no tiene ninguna de las connotaciones negativas habituales que rodean a otros símbolos árabes y musulmanes como el hiyab. Sólo es árabe. Y esa asociación en sí misma es suficiente para indicar un defecto y una mancha intrínseca.

Esta Copa del Mundo ha sido hermosa, un símbolo preeminente de lo que los aficionados al fútbol adoran de este deporte, con su dramatismo, su desgarro, su pasión y su garra. El mejor futbolista del mundo coronó una carrera impresionante con el mayor trofeo de este deporte. Arabia Saudí venció a los que a posteriori serían los campeones del mundo. Marruecos se convirtió en el primer equipo árabe y africano en alcanzar las semifinales. Los iracundos jugadores uruguayos derribaron las cámaras del VAR. Equipos que arrancaron la victoria de las fauces de una derrota segura. Los porteros salvaron penas máximas. La carrera internacional de Cristiano Ronaldo llegó a su fin. La final fue la exhibición más espectacular de destreza futbolística jamás vista en las pantallas de televisión. Fue un gran espectáculo, quizá el mejor del mundo.

La mirada del mundo era también una oportunidad para poner de relieve las injusticias y presionar en favor de los derechos universales. No debería ser objetable exigir dignidad para todos los seres humanos. Y debería ser posible hacerlo sin perderse en los impulsos del prejuicio y el racismo.

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Kareem Shaheen es Redactor de Medio Oriente y Boletines Informativos de la revista New Lines

N.d.T.: El artículo original fue publicado por New Lines Magazine el 19 de diciembre de 2022.