Por Marwan Asmar para Al Bawaba
Túnez está en crisis: es una crisis generalizada que comenzó por la inestabilidad económica y descendió a un caos político que desembocó en la destitución por parte del Presidente Kais Saied, del Primer Ministro Hichem Mechichi, la congelación del Parlamento, el despojo de la inmunidad de los diputados y la toma de las riendas del Poder Ejecutivo, colocándose como gobernante ejecutivo de Túnez.
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Muchos, dentro y fuera del país, están sorprendidos por su decisión, independientemente de sus justificaciones. ¿Es una toma de poder, un ‘golpe’ como lo llaman los islamistas y sus aliados, o simplemente un grito en el desierto para intentar poner las cosas en su sitio?
El Presidente Saied declaró que no se trata de un “golpe de Estado”, sino que tomó esta medida —que está en su perfecto derecho según el artículo 80 de la Constitución, como él afirma— para salvar al país tras las continuas manifestaciones a nivel nacional contra la crisis económica que sufre el país y la incapacidad de la autoridad política —es decir, el Parlamento y el gobierno— para funcionar de forma coordinada.
Es bien sabido que el Presidente lleva mucho tiempo en desacuerdo con el Primer Ministro y el Parlamento sobre la política. Pero la toma de poder, si podemos llamarla así a falta de una frase mejor, y/o independientemente de lo temporal que vaya a ser, está alarmando a muchos. El hecho hizo saltar las alarmas sobre una posible vuelta a la oscura era autocrática de Zine el Abidine Ben Ali, que gobernó Túnez con uñas y dientes durante 30 años.
Lo que más preocupa es que el Presidente Saied se apoderó rápidamente de las prerrogativas que reclama la Constitución, que también son cuestionadas por muchos dentro del país, y se autodesignó rápidamente como la nueva autoridad ejecutiva, al tiempo que se alió con el Ejército que inmediatamente se dispuso a hacer cumplir sus órdenes: asegurarse de que el Parlamento permanezca cerrado bajo llave por el momento, y al menos, durante 30 días.
Tras la orden, el presidente del Parlamento, Rached Ghannouchi, jefe de la Ennhada Islámica, intentó entrar en el edificio y celebrar una sesión parlamentaria como si todo fuera normal, pero el Ejército se lo impidió. Como jefe del mayor partido islamista, él, junto con sus aliados y partidarios, hizo una sentada en el exterior del Parlamento, pero no sirvió de nada ya que más tarde se informó de que Ghannouchi había sido puesto bajo arresto domiciliario, aunque fue rápidamente desmentido por su partido.
Lo que ocurre en Túnez es una ficción desde el punto de vista político. El espectro de una guerra civil se cierne sobre el país, y esto sería desastroso para toda la nación después de años de intentar recomponerla. Era de esperar que las acciones emprendidas por Saied fueran denunciadas por el resto de los tunecinos, pero así las cosas. Pues muchos apoyaron las acciones del Presidente frente al congelamiento del Parlamento y a la destitución de su Primer Ministro, considerado un aliado de Ghannouchi. Pero, para ser justos, Mechichi aceptó su destitución con gracia y dijo que aceptaría cualquier decisión que tome el Presidente.
Sin embargo, las drásticas medidas adoptadas por el Presidente se debieron al estallido del movimiento de protesta a escala nacional en ciudades como Nabeul, Susa, Kairouan, Sfax, Tozeur, Gafsa y Sidi Bouzid contra los islamistas y el gobierno, días antes de la suspensión del Parlamento, mientras que la policía reprimió con gases lacrimógenos a las multitudes. En uno de los casos denunciados, una oficina de Ennhada fue saqueada, las computadoras fueron dañadas y los archivos arrojados a la calle.
Por otro lado, los partidarios de Ghannouchi salieron a la calle, donde se enfrentaron con manifestantes anti-islamistas y se produjeron detenciones frente al edificio del Parlamento. En cierto modo, esto fue diferente a las protestas de la Primavera Árabe de finales de 2010 y principios de 2011, en las que la calle tunecina se mostró unida. En cambio, lo que está ocurriendo actualmente, muestra una marcada división y cisma.
Es esta ‘situación de eclosión’ la que el Presidente necesita ahora para contener y rebajar el ritmo de las protestas. Con sus destituciones políticas —pues junto con el Primer Ministro despidió al Ministro de Defensa Ibrahim Bartaji y a Hasna Ben Slimane, el Ministro de Justicia en funciones, así como a otros altos funcionarios— puede estar enviando las señales equivocadas, pues dice que quiere nombrar a un nuevo Primer Ministro con el que pueda trabajar para resolver la actual crisis política. Pero ese nombramiento debería hacerse a través del Parlamento suspendido. Por lo tanto, hay un evidente atasco político del que tiene que salir.
Además, la prepotencia del Presidente está preocupando a muchos, tanto dentro como fuera del país, como al Secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, que ya expresó su preocupación por el curso del proceso democrático construido tras la Revolución de los Jazmines de Túnez de 2011 y que fue considerado como el modelo más exitoso de la región emanado de las protestas de la Primavera Árabe.
Sin embargo, lo que está claro es que ningún cambio político será suficiente si no cambia la realidad económica del tunecino de a pie, que busca un mejor nivel de vida a través del empleo. En la actualidad, la tasa de desempleo se sitúa en el 17% y la falta de trabajo es especialmente elevada entre los jóvenes y las mujeres. Las autoridades deberían aprender a abordar esta situación por el joven vendedor de carros, Mohammad Bouazizi, que se prendió fuego e inició la primera revolución de la Primavera Árabe tunecina, a finales de diciembre de 2010.
No obstante, a pesar de la apertura política, el multipartidismo y las elecciones, la suerte del tunecino sigue siendo la misma. El país continúa sufriendo crisis económicas, con una crisis fiscal y una elevada deuda, la disminución de los servicios estatales, la corrupción y la parálisis general del Estado y la economía. Todo ello empeoró durante la pandemia de coronavirus que comenzó en 2020 y que se extiende en 2021, con el sistema sanitario del país casi colapsado, mientras el país continúa luchando contra otra oleada de infecciones del virus.
Y con una economía que se contrajo un 8,8% en 2020, el gobierno tuvo que pedir ayuda exterior, especialmente en el campo de la salud, a Egipto, Libia, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, para que le ayuden a paliar el Covid-19, que está provocando que la población salga a las calles nuevamente.
En consecuencia, la situación sigue siendo fluida y precaria. A pesar de los profundos problemas políticos, el Presidente Saied abrió la caja de Pandora de más conflictos potenciales y de estabilidad. Hay que ver y esperar lo que ocurrirá en las próximas semanas y cómo manejará la situación en la que se metió. ¿Se establecerá como gobernante por excelencia o volverá a la práctica democrática?
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Marwan Asmar es redactor jefe de Albawaba.com. Se encarga de publicar artículos en inglés relacionados con la región del MENA. Tiene una larga experiencia en periodismo y trabaja en Jordania y el Golfo desde 1993. Es licenciado en ciencias políticas.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Al bawaba el 28 de julio de 2021.