Por Marah Abdel Jaber para Institute of Palestine Studies
“Quería cruzar la carretera y de repente se acercaron los soldados. Así que les dije: ¡ALTO AHÍ!” Instintivamente, extendiendo el brazo, empleando una de las pocas palabras en inglés que conocía. Mientras relata el enfrentamiento, es interrumpida por su propia risa.
[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]
Agotada y desafiante, llevando cestas de aceitunas recién recogidas del olivar de su padre a la almazara, Sitti Hafsa se enfrentó a los soldados británicos que obstruían su camino y el de su burro.
“Ali [mi primo] juró no volver nunca más a salir del huerto conmigo. ¡Estas loca!” Unas pocas palabras en inglés — que se colaba entre las grietas de una sonrisa descarada — se convertirían en las reliquias más preciadas de la juventud de mi abuela. Vocablos que inmortalizan como ella pudo impedir la marcha de los soldados británicos a través de Silwad en 1944, la vehemente resistencia de mi abuela quedó rememorada y resonó en todo el pueblo.
“Era precioso, ya sitti (mi nieta), ¡Silwad era extraordinaria! Éramos felices, wallah (lo juro).” Sitti Hafsa recupera su juventud a través de la sucesión entre el tormento y la alegría.
Los recuerdos de mi abuela materna, Hafsa Abdul Khaliq, provienen del pueblo de Silwad que la vio nacer un 20 de abril de 1929, para ser desarraigada en 1962. Al ser la mayor de mis tres abuelos vivos — todos del mismo pueblo — es la que más memorias guarda de su hogar.
“No lo recuerdo al 100% Sólo estuve allí fugazmente, y luego me fui con [mis hermanos],” comenta Mahmoud Abdeljaber, mi abuelo paterno, intentando justificar los recuerdos perdidos. Al igual que mi abuela materna, él nació en Silwad un 9 de mayo de 1936. Obligado a abandonar la aldea pocos días después de cumplir sólo 12 años, todavía anhela los bosquejos de su lejano hogar.
“¡Nuestro pueblo [era] el más grande de todos las vecindades de Ramala!” recuerda Nazmia AlBasha.Mi abuela paterna, nació en Haifa el 12 de diciembre de 1944. Anticipándose a la catástrofe que se avecinaba mientras trabajaba en la costa, su familia regresó a Silwad en 1948.
Cada uno de mis abuelos sufre un diverso grado de demencia. Mientras se enfrentan a sus recuerdos brumosos, prevalecen visiones de Palestina que resplandecen nuestro desplazamiento actual. Mis abuelos re-imaginan sus hogares abandonados a través de pasajes inconexos de la vida durante y después de 1948.
Las memorias de Sitti Hafsa se manifiestan a través de la canción, siendo la mayor entre los hijos de unos de los agricultores más destacados del pueblo. Recuerda su juventud, gran parte de la cual la pasó saltando de los olivos a las higueras según cambiaban las estaciones. Casi todos los habitantes de la aldea eran agricultores y se ocupaban de la tierra durante todo el año, mientras que otros solían marcharse para buscar trabajo en Haifa.
“Nosotras [las muchachas del pueblo] solíamos cantar e ir a la almazara … junto con las hijas de la tribu Hammad y de la tribu Hamed [para competir].”
Sitti Hafsa fue una badda’a en su juventud — es decir, una poetisa nata que utiliza las coplas populares para procurar alegría y narrar historias. Estas canciones suelen ser improvisadas, y cantadas en el dialecto local. Es una tradición que practican las mujeres palestinas desde tiempos inmemoriales, sobre todo en las bodas. Normalmente, una badda’a suele guiar a otras mujeres en el canto, preservando y protegiendo su patrimonio, permitiendo a las generaciones paladear Palestina a través de sus canciones. La raíz de esta palabra en árabe encarna el acto de “crear.”
Las muchachas que se congregaban a competir provenían de las familias Hamed, Hammad y Ayyad quienes fueron los primeros líderes tribales y los posteriores fundadores de Silwad. La ascendencia del pueblo se remonta a estos tres hombres, y la mayoría de las familias gozan del linaje de dos hermanos: Hamed y Hammad.
Sitti se trasladaba a los huertos durante las temporadas de recolección y vivía en casas de piedra construidas para la cosecha. Recuerda los rayos de sol que se filtraban a través de una pérgola de parras, y cómo dedicaba sus canciones de amor a la tierra que la vio nacer.
“Oh brisa del Norte,
[Ve] a aquellos cuyas puertas se abren hacia el Norte,
Soy una gota del rocío entre las criaturas de la pradera …”
La juventud de Sitti Hafsa transcurrió bajoel dominio colonial británico. A menudo, mientras repasa sus recuerdos, no consigue distinguir entre los ejércitos que desfilaron por su hogar. Los recuerdos de la Nakba se entremezclan con enfrentamientos anteriores contra los colonos ilegales y agresiones de los ocupantes en la década de 1960. Mientras relata las incesantes redadas, humillaciones públicas, el terror y la creciente resistencia por parte de los pobladores, las acusaciones de la violencia fluctúan entre los ocupantes británicos y los sionistas.
“Solíamos tener combatientes por la libertad en el pueblo. Salían y golpeaban los tanques del ejército de ocupación. Luego [los soldados] volvían por la mañana y asaltaban nuestras casas … sin duda era una vida terrible.”
Es más, los soldados deshabitaron todas las casas de Silwad y obligaban a los aldeanos a sentarse en los campos de trigo abiertos durante horas. Buscando armas, combatientes y cualquier signo de resistencia. Las fuerzas de la Ocupación agotaban despiadadamente a los aldeanos tumbados bajo el sol penetrante. Tamizando la tierra, su sentimiento se desvanece; el sembrado ya no es reconocido por la hermosa vida que proporcionaba. La Ocupación desgarraba el vínculo entre el pueblo y su tierra.
“… [Soy el rocío] que cae sobre el corazón de mi amante,” continua las melodía.
Sus mejillas — besadas y envejecidas por tantos encuentros con el sol, con el calor sofocante — se iluminan cuando revive el momento. “La resistencia fue magnífica,” afirma esta mujer de 94 años, haciendo un guiño a su amor por mi difunto abuelo.
Sidi Mahmoud, es parte de un largo linaje de Silwad, con un hogar que sobrevive a una ascendencia de más de 200 años, poseyendo apartados recuerdos del pueblo. Cuando la catástrofe se abatió sobre la costa pocos días después de que cumpliera 12 años, la suspensión de las escuelas en toda Palestina supuso la interrupción de la juventud de mi abuelo. La devastación de la Nakba persiste en la mente de Sidi Mahmoud mientras indaga en los recuerdos del hogar por el que trabajó sin cesar pero en el que nunca vivió, viéndose obligado a trasladarse a Ammán para ganarse la vida.
“Sólo estábamos Abdul Qader, Abdullah [mis hermanos] y yo… [mi padre] tuvo que quedarse para mantener nuestra tierra. Alquilábamos una habitación individual … yo trabajaba por dos dinares al mes”, recuerda Sidi.
Mi abuelo recuerda claramente su primer trabajo, al estar solo y aprisionado en una habitación sombría y sofocante, empaquetando productos al por mayor. Sólo después de tres años en Ammán, se trasladó a Kuwait, siguiendo a su hermano Abdul Qader, quien vio en Arabia mejores oportunidades de trabajo. Estos traslados marcarían el comienzo de un ciclo de migración que mi abuelo sobrellevó durante el resto de su adolescencia.
“Les enviaba dinero por correo”, me relata mi abuelo.
Era difícil mantener una correspondencia con su familia, debido a la falta de alfabetización de sus padres. El temple de este palestino de 87 años se muestra cuando desnuda la coexistencia de la agonía y el orgullo de mantener las tierras familiares, financiar la construcción de una nueva casa — que quedaría deshabitada — y apoyar la educación de sus tres hermanos menores. Cuando su padre falleció de un repentino ataque al corazón, Sidi Mahmoud regresó sombríamente a Silwad. Allí conocería a mi abuela.
Tete (abuela) Nazmia — siendo la más joven de mis abuelos que todavía me acompañan, no recuerda la Nakba. Incapaz de recordar su inicial infancia en Haifa, recuerda al pueblo de Silwad como un lugar de reclusión. Su carácter reservado se ve rebasado por la emoción cuando las memorias de su juventud se precipitan.
Su madre — originaria de Nazaret, temía por las condiciones del pueblo después de 1948, lo que terminó por confinar las primeras evocaciones de Tete Nazmia sobre Palestina, al tiempo que transitaba en los huertos de su padre.
“Era el mayor productor de higos secos del pueblo. Dios mío, era tan hermoso,” recuerda mi abuela.
Sin embargo, en previsión de la Nakba su padre le envió dinero desde Haifa a su familia en Silwad para comprar tierras de cultivo. Declaraba que los higos eran “el sustento de los pobres,” ya que tenían un periodo de cosecha más rápido y largo. Los olivos necesitaban al menos 10 años para crecer y dar fruto, mientras que las higueras podrían estar listas en dos… un tiempo suficiente para proteger a su familia de la inminente violencia en la costa. Más allá de la cosecha, Tete Nazmia recibió clases de tatreez (el arte del bordado palestino) con un profesor privado contratado por su madre para hacer frente a su soledad.
Casarse con Sidi Mahmoud con sólo 15 años exteriorizó la aterradora realidad de un pueblo bajo la ocupación, preparándolos lentamente para el desarraigo en 1963. Teta Nazmia iría atiborrada entre otras familias del pueblo en la parte trasera de un viejo camión, asida a las manos de su hijo de tan solo dos años mientras, con un recién nacido en su regazo. Escapando a la frontera en rebaños, buscaron desesperadamente refugio en Ammán mientras se desataba la guerra en Cisjordania. Tete se apresuró a acompañar a otras familias del pueblo para reunirse con Sidi Mahmoud, que dejó su trabajo en Kuwait para recibir a su familia en la frontera de Ammán. Al llegar a una frontera sin asfaltar, Tete Nazmia se aferró a sus hijos mientras navegaba por un trozo de madera tambaleante, que servía de paso improvisado hacia Jordania. Alcanzó a mi abuelo y comenzó su éxodo.
“[La Ocupación estaba ansiosa por] deshacerse de nosotros. Querían vaciar las aldeas … cuando ocuparon Palestina, querían expulsar a los palestinos para quedarse con nuestra tierra. Estaban extasiados por convertirnos en refugiados. Incluso escoltándonos hasta Jordania.”
Antes de que las memorias de mis abuelos empiecen a desaparecer, Sitti Hafsa hace su última llamada a hogar.
“Oh mi país, seguiré siendo tu guardián hasta que vuelva nuestro soldado,
Oh mi país, seguiré siendo tu guardián hasta que nuestro ausente regrese,
Oh mi país, no amo a nadie más que a ella …”
Este artículo es el resultado del taller “¿Cómo escribir tu historia de la Nakba?”, organizado por el Institute for Palestine Studies (IPS) con ocasión del 75 aniversario de la Nakba, bajo la dirección de Laura Albast. Siendo disponible en el portal en su versión en inglés y árabe. El Intérprete Digital colaboró con el IPS para hacer llegar estas historias a todo el público hispanohablante. El proyecto fue co-patrocinado por United Palestinian Appeal y el Centro de Estudios Árabes Contemporáneos de la Universidad de Georgetown.
[Se prohíbe expresamente la reproducción total o parcial, por cualquier medio, del contenido de esta web sin autorización expresa y por escrito de El Intérprete Digital]
Marah Abdel Jaber es escritora, investigadora y creativa palestina que actualmente cursa un Máster en Estudios de Oriente Medio en la Universidad de Chicago.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Institute for Palestine Studies el 14 de mayo de 2023.