Por Mina Thabet para The Tahrir Institute for Middle East Policy
En noviembre de 2019, pude comunicarme con mi amigo Ramy Kamel, un destacado activista y bloguero copto, por última vez antes de su detención y prisión preventiva que superaría los dos años.
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Antes de su detención, había sido citado por agentes de la Seguridad Nacional que lo agredieron, amenazaron e intimidaron por sus publicaciones en Facebook. En ese momento, Kamel escribió un par de posteos en los que afirmaba que una serie de incendios que calcinaron iglesias entre octubre y noviembre de 2019 no eran casuales, criticando a la seguridad por su falta de protección suficiente para las iglesias. Se le dijo que retirara sus posteos y dejara de criticar a las autoridades, o de lo contrario sufriría consecuencias. Sin embargo, Kamel siguió escribiendo sobre la violencia sectaria y la discriminación contra los cristianos, sin moderar sus críticas. Unas semanas después, los agentes de la Seguridad Nacional detuvieron a Kamel y lo acusaron de terrorista. Según su abogado, Kamel fue acusado de una lista de cargos inventados, entre ellos “perturbar la paz pública mediante el uso indebido de los medios de comunicación social”, “difundir noticias falsas” y “unirse a un grupo terrorista y financiarlo”. Finalmente fue puesto en libertad la semana pasada tras pasar más de dos años en régimen de aislamiento.
Poco después de la detención de Kamel, los agentes de seguridad del aeropuerto internacional de El Cairo detuvieron al defensor de derechos humanos Patrick George Zaki en febrero de 2020. Lo pusieron bajo custodia, lo interrogaron durante horas y, al parecer, lo sometieron a tortura y maltratos. Zaki permaneció en prisión preventiva a la espera de que se investigaran los cargos, entre ellos el de “difusión de noticias falsas”. Antes de su reciente puesta en libertad a la espera de juicio, fue remitido al Tribunal de Seguridad del Estado de Emergencia por el cargo de “difusión de noticias falsas en el país y en el extranjero” en relación con un artículo que publicó en 2019 en el que abordaba la discriminación de los cristianos en Egipto. Su juicio está actualmente en curso.
En 2016, también fui detenido, agredido y encarcelado solo por mi trabajo de desvelar la discriminación e informar sobre la violencia contra las minorías en Egipto.
El régimen actual de Egipto pregonó y celebró la inclusión, la protección y el reconocimiento de su mayor minoría: los coptos. Entonces, ¿por qué también ataca a los coptos que defienden sus derechos?
Reflexionando sobre el contexto de la Alemania anterior a la Segunda Guerra Mundial, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman examinó la ingeniería social destinada a crear un orden social que se ajuste al diseño de una ‘sociedad perfecta’. Su obra sugiere que un Estado totalitario actúa como un diseñador que busca rehacer la sociedad y obligarla a ajustarse a un nuevo diseño, introduciendo cambios en el statu quo a lo largo del tiempo. Estos diseñadores son como los jardineros que buscan el ‘jardín perfecto’, dando vida a sus creaciones. Para el proverbial jardinero, todo lo que no se conforma se considera ‘mala hierba’ que estropea su diseño, es decir, la fealdad en medio de la belleza que debe ser desarraigada.
Desde que el presidente Abdelfatah El Sisi ascendió al poder, proyectó sistemáticamente su relato en torno a la revuelta de 2011 y a las demandas de cambio de los egipcios, al tiempo que suprimió activamente los relatos disidentes. Su relato se basa en una supuesta teoría de la conspiración contra el ‘Estado’ y sus instituciones, en la que él es el héroe que llevó al país a la seguridad. Además de la represión de los Hermanos Musulmanes y de otros grupos, el régimen egipcio mostró una determinación inquebrantable de cerrar los espacios físicos y legales que permiten el derecho a la protesta y a la organización, tanto los intentos que pretenden mantener los movimientos sociales existentes o establecer otros nuevos, como los que pretenden exigir responsabilidades a las autoridades. Esta narrativa se difunde y refuerza tanto en los medios de comunicación estatales como en los privados, estos últimos fuertemente vinculados al régimen, mientras Egipto sigue deteniendo y acusando a periodistas a un ritmo alarmante y reprimiendo las voces independientes. A los ojos del régimen, los llamamientos al cambio, las exigencias de justicia y el respeto a los derechos humanos representan un riesgo importante para la estabilidad del Estado, la seguridad de sus instituciones y de quienes están vinculados a él. La visión de Sisi de un ‘Egipto perfecto’ está libre de críticas a la autoridad; la gente solo le escucha a él, el héroe que salvó al país, el ‘jardinero’ que creó el diseño perfecto para un hermoso jardín.
Para poner en práctica esta visión, según la analogía de Bauman, el jardinero debe eliminar las ‘malas hierbas’ que manchan un diseño por lo demás perfecto o, en sus palabras, el ‘clan del mal’ que intenta desestabilizar el ‘Estado’ o impedir su progreso. Los activistas, los defensores de los derechos humanos, los críticos y las voces independientes representan una parte de las ‘malas hierbas’ que las autoridades quisieron eliminar de su jardín. Desde 2014, el régimen empleó los medios de comunicación, el aparato de seguridad y el sistema judicial para difamar, sofocar y silenciar a los críticos, poniendo a muchos de ellos entre rejas durante años.
Estas prácticas se producen después de políticas que también marginaron a las minorías egipcias. Bajo el mandato del expresidente Mohamed Morsi, los islamistas de línea dura tuvieron un mayor espacio en la política, los medios de comunicación y la sociedad, y pudieron reforzar su influencia en la política y la esfera pública. Esto elevó los niveles de discurso de odio y alimentó la ideología extrema, así como los sentimientos sectarios y la violencia contra los cristianos. En abril de 2013, la principal catedral copta de El Cairo, sede de la Iglesia ortodoxa copta, fue asediada por las turbas.
Una parte importante del relato heroico de El Sisi en torno a la salvación del país se basó en salvar a la comunidad copta de los islamistas. Invitó al papa Tawadros II a asistir a su discurso del 3 de julio, lo presentó como parte del Egipto posterior a la Hermandad para promover aún más su cuento y ganar apoyo en un momento en que necesitaba desesperadamente legitimidad para la toma del poder. Se estableció una buena relación entre El Sisi y el papa, fomentada por los intercambios de apoyo.
Para el Estado, cualquier voz que pueda socavar, cuestionar o criticar este relato perfecto representa ‘malas hierbas’ que hay que arrancar. Por otro lado, los activistas coptos y las voces independientes dentro de la comunidad copta pusieron de relieve los problemas de discriminación estructural y violencia contra los cristianos desde 2011. Sin embargo, esto no encaja en la narrativa y, en consecuencia, no es bienvenido. Los activistas coptos que se atrevieron a seguir expresando estas cuestiones acabaron pagando un alto precio.
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Mina Thabet es defensor de los derechos humanos, investigador y experto en temas de minorías en Egipto. Trabajó con comunidades minoritarias para combatir la discriminación y la violencia contra las minorías religiosas y étnicas y promover las diversas culturas, lenguas y libertades religiosas.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por The Tahrir Institute for Middle East Policy el 14 de enero de 2022.