Por Sanabel Abdelrahman para 7iber
El 14 de mayo publiqué un breve texto sobre las prácticas de la ‘academia apologética’ a través de una de mis cuentas en las redes sociales. El texto critica el silencio de los académicos e intelectuales que trabajan sobre Medio Oriente, especialmente los que se centran en la literatura y los archivos palestinos. Comparo este dañino apologismo con un deseo necrófilo que prioriza constantemente el pasado o los ya muertos sobre el presente, el futuro y los vivos actuales. Me refiero a la fetichización de la construcción del archivo para algunos y lo equiparo a su fijación en el estudio de las historias de Medio Oriente mientras se abstiene de comentar la presencia corporal colectiva que está actualmente en revolución.
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El texto era un intento de compartir con otros en mi pequeño espacio virtual, los sentimientos de inutilidad y profunda frustración respecto al silencio de los académicos, especialmente en el mundo occidental. Sin embargo, el hecho de que este breve texto se haya compartido ampliamente desde entonces significa una cuestión esencial: la gente reconoce el gran daño que conlleva la ‘neutralidad’ en el silencio de los académicos e intelectuales con respecto a la violencia sangrienta y fanáticamente creciente del Estado colonial del apartheid.
Aunque la solidaridad de los académicos no fue inexistente en Alemania y otros lugares del mundo occidental, el silencio con el que muchos académicos e intelectuales están actualmente revestidos es desconcertante. Esto se debe a que se espera que los académicos, especialmente en Alemania, no sólo se manifiesten sobre la lucha palestina, sino que también rescaten el discurso y el derecho de los palestinos a narrar de la culpabilidad alemana que los aísla y acaba con ellos. Esto incluye la caza de brujas de los académicos que humanizan a los palestinos, el más destacado de los cuales es el académico camerunés Achille Mbeme, que fue atacado en Alemania en abril de 2020 con acusaciones de antisemitismo.
Según DW, Mbembe estaba “relativizando el Holocausto, criticando el Apartheid israelí y firmando un Boicot, Desinversion y Sanciones (BDS). El artículo menciona que “el conflicto israelí-palestino es extremadamente sensible en Alemania”. Uno encuentra esto confuso, si no chocante, precisamente por el enfasis con el que Mbembe habla del sufrimiento judío a lo largo de la historia, especialmente en su libro seminal “Necropolitics” (2019). En él, Mbembe compara el Apartheid israelí con el sudafricano y concluye que el primero es aún más complejo y tecnológicamente avanzado. Afirma que “el proyecto —el apartheid— se apoya en una base metafísica y existencial bastante singular. Los recursos apocalípticos y catastrofistas que lo sustentan son mucho más complejos, y derivan de un horizonte histórico más largo, que los que hicieron posible el calvinismo sudafricano”. A pesar de que Mbembe sitúa el sufrimiento y las luchas de los judíos en el primer plano de su debate contra el necropoder, Alemania sigue considerándolo culpable.
Al permanecer en silencio o evitar intencionadamente cualquier forma de reconocimiento y debate sobre lo que realmente está sucediendo en Palestina y cómo los acontecimientos de hoy son una mera extensión de un sistema genocida de colonización, las herramientas de la academia, especialmente en los estudios postcoloniales y decoloniales se vuelven, instantáneamente, obsoletas. Es decir, al permanecer en silencio sobre la violencia genocida de los colonos y el potencial para rebelarse contra ella, los académicos que guardan silencio no sólo permiten la continuación de este sistema, sino que privan activamente a los palestinos de la impresionante manifestación de su agencia contra esos sistemas. Al hacerlo, están dando a entender, precisamente a través de este silencio, que los estudios postcoloniales son puramente teóricos y no tienen lugar en el mundo ‘real’. Así, esos estudios, abandonados a las estanterías de los libros, a las carpetas del escritorio y a las conferencias internacionales, se transforman en meros adornos en los salones académicos, una fantasía intelectual. En consecuencia, negar el apoyo a la descolonización activa en tiempo real e insistir en mantenerla dentro de un vacío sellado, también implica que para esos académicos, la academia es impotente por naturaleza.
Además, negarse a participar en los acontecimientos de la realidad que se desarrollan ante los ojos de todos podría indicar que, como académicos, estamos por encima de la realidad y, por tanto, del presente. Esto alude a la fetichización del archivo, en el que el pasado y su fría y lejana disección se convierten casi exclusivamente en el espacio digno de estudio. Así, el presente se vuelve precario y el futuro irrelevante. Lo que resulta obvio de esta elección de ‘mantenerse al margen de la política’ —aunque ésta esté directa e íntimamente ligada a todas las esferas de la vida palestina y árabe en general— es que para esos estudiosos silenciosos se trata de una elección. Es decir, un inmenso privilegio de elegir qué acontecimientos actuales investigar —la Primavera Árabe ganó peso en tiempo real— y cuáles abstenerse por completo de reconocer. Esto contrasta con la inmensa responsabilidad que tienen los académicos palestinos y de otros países occidentales de seguir impulsando este proceso actual de descolonización en la esquiva esfera académica. Más aún porque esto se relaciona directamente con la propia existencia del pueblo palestino y su enfático rechazo a ser borrado del presente.
Este paseo por las ciudades, las culturas, las historias, las lenguas, las artes y los movimientos de Medio Oriente sin una responsabilidad activa, convierte el estudio y la investigación apologética de la región en un frivolismo tóxico. Este frivolismo amplifica aún más el privilegio de los académicos que guardan silencio en Occidente. Oriente Medio vuelve a ser un espacio exótico para la investigación académica y el académico silencioso se transforma en el nuevo pero viejo orientalista. A través de este frivolismo, el orientalista se asegura de que el árabe permanezca siempre en el pasado; siempre una reliquia, y nunca un agente de su propia realidad que realice una reclamación activa de sus historias saqueadas.
El silencio de los académicos podría estar relacionado con las oportunidades y privilegios académicos que se revocarían con la expresión de solidaridad con los palestinos. Sin embargo, con las mareas que cambian en relación con lo que actualmente se reconoce como un Estado de apartheid colonialista, el silencio de esos académicos e intelectuales no será olvidado. Los académicos que actualmente dicen la verdad al poder, no lo hacen impulsivamente. Por el contrario, esos académicos —entre los que me incluyo— son muy conscientes de las posibles reacciones negativas que puede provocar el hecho de hablar de un tema tan serio.
Es hora de realizar prácticas académicas vitales y directamente eficaces. El estudio de Palestina y los palestinos no debe ser desvirtuado y abstraído por el miedo. El estudio de Palestina y los palestinos no debe ser relegado al pasado infinitamente extenso. Palestina y los palestinos no son abstractos. Vivimos en el presente y cambiamos la historia. Y no seremos silenciados.
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Sanabel Abdelrahman es Magister en estudios de Oriente Medio por la Universidad de Toronto, con especialización en culturas alternativas.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por 7iber el 24 de mayo de 2021.