Por Christophe Abi Nassif para Middle East Institute (MEI)
El sábado se cumplen 100 días desde que el Primer Ministro designado, Saad Hariri, consiguiera una nominación por mayoría ajustada para formar un nuevo gabinete, el cuarto en 11 años. En octubre de 2019, las protestas callejeras obligaron a su gobierno de “unidad nacional” a dimitir. Su regreso, un año después, fue motivo de desilusión entre los manifestantes y una señal de que la política de siempre, en su carácter confabulador e ineficiente, estaba ahí para quedarse.
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La formación del gabinete en el Líbano es un proceso notoriamente largo y tortuoso —el último intento del Sr. Hariri tardó nueve meses en completarse—. Sin embargo, la ausencia de un gobierno libanés se produce en un momento en el que las instituciones y los pilares económicos se están derrumbando como nunca antes.
Junto con un Parlamento que se niega a aprobar leyes que, al menos, frenen el ritmo del colapso, este vacío de poder ejecutivo amenaza con exacerbar aún más la desintegración político-económica. Incluso el Banco Mundial, una organización tradicionalmente cautelosa y selectiva en el uso de su lenguaje, describió la decadencia económica y financiera de Líbano como una “depresión deliberada“.
En tablas
Lo absurdo de la debacle libanesa radica en lo fácil y aceptable que fue —y sigue siendo— para la clase política establecida esquivar decisiones cruciales y valientes cuando el país más las necesitaba.
Cuando los bancos cerraron inmediatamente después de las protestas de octubre de 2019, el Parlamento libanés se negó a formalizar los controles de capital. Al hacerlo, permitió y sigue permitiendo que cientos de millones de dólares salgan del país a discreción de los bancos comerciales. Mientras tanto, las divisas necesarias para financiar las importaciones esenciales son cada vez más caras y menos accesibles.
Cuando el gabinete de Hassan Diab, el actual gobierno provisional, decidió dejar de pagar la deuda soberana de Líbano en marzo de 2020, se produjo una disputa entre el gobierno y el Parlamento sobre la magnitud y la posterior distribución de las pérdidas del sistema financiero. Grandes discrepancias en las cifras y la incapacidad de los políticos para ponerse de acuerdo sobre la magnitud de dichas pérdidas, provocaron que los esfuerzos por negociar un paquete de rescate con el Fondo Monetario Internacional sigan siendo inútiles. Esto sigue impidiendo el acceso del país a los mercados financieros internacionales.
Cuando se propuso una auditoría forense de las cuentas y de las prácticas del Banco Central como requisito previo para la ayuda extranjera, las voces de la élite política retrasaron el proceso y acabaron por eliminarlo. Los esfuerzos para relanzar la auditoría después de que el Parlamento aceptara levantar el secreto bancario durante un año, están supuestamente en marcha, pero aún no se designa un auditor.
Los ejemplos abundan, pero el tema es consistente: los políticos libaneses retrasaron, detuvieron o ignoraron activamente cualquier intento serio de reforma política y económica. Este autosabotaje nacional se aceleró especialmente en los últimos 15 meses, al intensificarse la presión y el escrutinio tanto nacional como internacional. El Líbano se encuentra actualmente en una trampa de inacción política en la que los que pueden mover las cosas no lo hacen, mientras que los que quieren, no pueden hacerlo.
Entendiendo el bloqueo
Son muchos los factores políticos que están en el trasfondo de la aversión libanesa a las reformas. En efecto, la parálisis actual no se debe a una falta de conocimientos técnicos o de capacidad de planificación. Los planes técnicos abundan. La voluntad política, el valor y la integridad, no.
Un factor primordial reside en los arraigados intereses que la actual clase política comparte con gran parte de la banca central y comercial. Los principales partidos políticos libaneses del segundo gabinete del Sr. Hariri renovaron por unanimidad el mandato del gobernador del Banco Central, en 2017. Más de un año después de la crisis financiera y a medida que se acumulan las sospechas, esos mismos partidos, conocidos por sus disputas y por señalarse mutuamente, vuelven a confabular para protegerlo.
Por su parte, los bancos comerciales, otro de los principales responsables del colapso financiero, se sienten cómodos y cómplices con el estancamiento político. De hecho, el 90% de los mayores bancos libaneses tienen grandes accionistas vinculados a la clase política. Como en un juego de Jenga, es probable que la exposición de las prácticas y travesuras de la banca central y comercial —requisito necesario para una verdadera reforma— haga caer con ella a la mayor parte de la clase política.
Otro factor de bloqueo es la falta de voluntad de la clase dirigente de arriesgar su capital político para aplicar reformas muy necesarias. Desde la eliminación de los subsidios hasta la restricción del gasto del sector público, estas medidas impopulares probablemente reducirán aún más el ya menguante apoyo público a los partidos políticos existentes. Sin embargo, al mismo tiempo, una población empobrecida y desesperada proporciona un terreno fértil para un clientelismo sectario más eficaz —y menos costoso—. Este rasgo inherente a la política libanesa se está arraigando aún más en la ausencia de un Estado fuerte capaz de proporcionar a sus ciudadanos redes de seguridad social.
Por último, y al modo típico libanés, la confianza y las apuestas en los actores o acontecimientos regionales e internacionales siguen alimentando los incentivos internos para esperar y estancarse. Estas consideraciones, a veces reales pero a menudo una cortina de humo, dominan la toma de decisiones en la vida pública libanesa. Algunos ejemplos recientes son la iniciativa francesa, las elecciones presidenciales estadounidenses o el futuro del Plan de Acción Integral Conjunto.
Intervención internacional
En las calles del Líbano se duda poco de que la clase política es incapaz y no está dispuesta a impulsar el país. En los próximos meses, a medida que se asiente la nueva administración estadounidense y se reanude la colaboración diplomática con Europa, la comunidad internacional debería ayudar al pueblo libanés a lograr un avance político-económico interno. De no ser así, nos espera otro Estado fallido en Medio Oriente, con todas sus repercusiones humanitarias y de seguridad.
El principal reto consiste en ampliar la ayuda humanitaria para evitar el colapso socioeconómico sistémico sin proporcionar a la élite política un resurgimiento de la legitimidad. Esto implicará paquetes de ayuda condicionados y anunciados públicamente, supeditados a la aplicación de reformas económicas específicas. Al igual que en el caso de algunos esfuerzos de recaudación de fondos y ayuda tras la explosión del puerto de Beirut, seguirá siendo esencial la colaboración con ONG’s nacionales e internacionales de confianza.
Al mismo tiempo, la comunidad internacional debería empezar a insistir en la necesidad de celebrar elecciones parlamentarias transparentes a tiempo y según lo previsto, en mayo de 2022. Esto es especialmente importante dada la reciente tendencia de los políticos a posponer indefinidamente el proceso. Si, como demostraron en los últimos meses, no pueden cambiar, el pueblo libanés merece la oportunidad de hacerlo. Y aunque el escenario político alternativo puede no estar aún maduro en el Líbano, en los últimos años se produjeron avances significativos tanto en el fondo como en la capacidad organizativa.
Mientras tanto, se necesita un enfoque global y objetivo respecto a la renuncia al palo y a la zanahoria para empujar a todas las élites políticas a tomar algunas de las decisiones urgentes articuladas anteriormente. Hasta la fecha, las medidas de mano dura como las sanciones —cuya eficacia aún está por demostrarse— sólo se han dirigido a un lado específico del espectro político libanés. El otro lado sigue siendo igual de cómplice y responsable de la trampa de inacción política en la que se encuentra el país.
De cara al futuro, sigue siendo necesario un esfuerzo internacional concertado con respecto al Líbano, aunque insuficiente, en un momento en el que la parálisis y la negación siguen dominando la política libanesa.
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Christophe Abi-Nassif es el director del Programa de Líbano del Instituto de Oriente Medio. Las opiniones expresadas en este artículo son suyas.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Middle East Institute el 28 de enero.