Por Yossi Mekelberg para Arab News
Algunas realidades políticas de Israel superan incluso la más creativa e imaginativa de las sátiras. Todos sabemos que los políticos, especialmente cuando hay una campaña electoral, tienden a desarrollar relaciones únicas con la verdad y la noción de integridad. Así que, ¿por qué debería uno sorprenderse en absoluto al saber que el viceministro israelí Fateen Mulla, del partido Likud del Primer Ministro Benjamín Netanyahu, solicitó a la Autoridad Palestina (AP) en Ramala que anime a los ciudadanos palestinos de Israel a votar al Likud, o al menos a abstenerse de apoyar a la Lista Conjunta Árabe? Sí, has leído bien, no hace falta que te frotes los ojos: al parecer, un alto miembro del Likud habló con Mohammed Madani, funcionario de Al Fatah y confidente del Presidente palestino, Mahmud Abbas, en un intento de recibir la bendición de este último en las elecciones del 23 de marzo.
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Sólo puedo imaginar el probable alboroto de la derecha en Israel, y la despiadada respuesta de Netanyahu y sus leales, si el líder de la Lista Conjunta, Ayman Odeh, Merav Michaeli del Partido Laborista, o Nitzan Horowitz de Meretz, hubieran pedido una referencia de ese tipo al líder de la Organización para la Liberación de Palestina. El infierno se habría desatado. Habrían sido acusados de infiltrados, traidores y colaboradores de un enemigo existencial empeñado en destruir a Israel. Pero, en el crepúsculo de la carrera política de Netanyahu —un crepúsculo que podría durar más de lo que muchos de nosotros desearíamos— hay reglas diferentes para el Primer Ministro que para el resto de nosotros.
En una campaña electoral más bien mundana, como cabría esperar de la cuarta en el lapso de sólo dos años, hay poco que el electorado no sepa sobre los partidos y sus líderes o sobre qué resultados esperar, y pocos indicios de que siquiera le importe. Sin embargo, la surrealista petición de apoyo del Likud a la AP nos permite conocer la retorcida mente del partido y de la persona que lo dirige, ya que se deshace de todas las inhibiciones que le quedan en su afán por aferrarse al poder.
No es sólo la desvergüenza de la petición en sí misma, sino también su justificación lo que provoca asombro. La esencia de la petición de Mulla a los dirigentes palestinos, cuya tierra y pueblo están ocupados por un gobierno dirigido por el propio partido de Mulla, era que, en lugar de otro gobierno de Netanyahu, los palestinos deberían temer la perspectiva de que líderes más belicosos como Gideon Saar o Naftali Bennett formen un gobierno. En otras palabras, lo mejor que se le ocurrió al Likud fue que, en términos relativos, Netanyahu es un ocupante más conveniente y moderado que algunos de sus rivales de derecha. Netanyahu hace lo que mejor sabe hacer: difundir el miedo y las historias terroríficas del cataclismo al que se enfrentaría todo el mundo sin él.
Este espectáculo surrealista en el que el opresor pide a los oprimidos que apoyen su candidatura a las elecciones me parece un ejemplo por excelencia de chutzpah, el término yiddish que designa la desvergüenza sin límites — el ejemplo clásico de chutzpah es la historia del niño que mató a sus padres y luego pidió clemencia a los tribunales porque era huérfano—. Otros podrían argumentar que la alegación de Mulla a los palestinos podría ser un acto de descaro, pero también de ‘política real’, amenazando a un bando más débil que, aunque su situación actual sea nefasta, podría empeorar aún más si Netanyahu perdiera el poder. ¿Nos sorprende a estas alturas la disposición de Netanyahu a caer cada vez más bajo con su cinismo, especialmente cuando está luchando no sólo por su supervivencia política sino también por evitar un juicio por corrupción que bien podría llevarlo a la cárcel? Probablemente no, pero aún así tenemos derecho a estar profundamente sorprendidos.
Si hay alguien que debería saber que las promesas de Netanyahu son huecas en el mejor de los casos —y aún más durante una campaña electoral— es Abbas y la AP. Sí, las cosas podrían empeorar para los palestinos en términos de expansión de asentamientos, confiscación de tierras y anexión. E igualmente, para peor, podrían aumentar las humillaciones diarias que deben sufrir las personas que viven bajo la ocupación y los asesinatos y detenciones aleatorias de palestinos inocentes que se producen con total impunidad. Pero prestar apoyo a alguien que llegó al poder con campañas viciosas empeñadas en destruir el proceso de paz y la perspectiva de una solución de dos Estados es inconcebible. Nadie contribuyó más a la destrucción del sueño palestino de materializar su derecho a la autodeterminación que Netanyahu. ¿Espera ser recompensado por ello? Esto es una chutzpah con esteroides.
El Likud y Netanyahu llevan 12 años en el poder, lo que equivale a casi una eternidad en política, y estaba en sus manos ganarse los corazones y las mentes de los ciudadanos palestinos de Israel respetándolos, tratándolos con dignidad y como ciudadanos iguales, y mejorando su vida cotidiana. Fracasaron intencionalmente en hacer todo esto. En lugar de ello, Netanyahu incitó contra esta comunidad y sus representantes en la Knesset, cuestionó constantemente su lealtad al país y respaldó firmemente la ley racista del Estado-nación que legalizó la discriminación contra una quinta parte de la población de Israel.
En lugar de pedir a las personas que hace sólo unos meses se enfrentaban a su amenaza de anexionar casi un tercio de lo que queda de su país que animen a sus hermanos del otro lado de la Línea Verde a votar por él, el Primer Ministro debería haberse comprometido con sus conciudadanos que resultan ser palestinos. Podría haber escuchado sus problemas de planificación urbana causados por las políticas deliberadas del gobierno para limitar su acceso a la tierra. O podría haber tomado medidas para restablecer la ley y el orden en sus ciudades y pueblos, que padecen altos niveles de delincuencia. También, podría haber mostrado cierto respeto por su historia y su cultura. En cambio, durante años, los miembros de la derecha israelí, y el propio Netanyahu en particular, crearon una brecha entre el pueblo judío y el árabe para su propio beneficio.
A fin de cuentas, puede que Madani se sintiera obligado, por cortesía, a escuchar la petición de apoyo electoral del Likud antes de rechazarla amablemente, pero la ocasión nos proporciona otro ejemplo de un Primer Ministro que perdió todo sentido de la vergüenza, junto con cualquier conexión con la realidad.
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Yossi Mekelberg es profesor de relaciones internacionales en la Regent’s University de Londres, donde dirige el Programa de Relaciones Internacionales y Ciencias Sociales.
N.d.T.: El artículo original fue publicado por Arab News el 9 de marzo de 2021.